Richter Three Worlds 300Al igual que las palabras, las notas están llenas de ecos, memorias y asociaciones. Su bagaje histórico hace que la composición de algo puramente novedoso sea algo casi imposible, ya que estas han sido utilizadas, engalanadas y pervertidas a lo largo de los siglos, convirtiendo la tarea de creación en una acción casi imposible. Por esa razón, es tarea del compositor saber jugar con ese lenguaje antiguo y concebir algo original. Esa problemática fue uno de los numerosos fantasmas que siempre rondó la labor creativa de Virginia Woolf. Ella sabía que debía jugar bajo las normas impuestas de un idioma tan adusto como es la lengua inglesa, pero de igual manera, era consciente de la vital importancia de lograr un contenido con un valor de identidad propio. Su literatura se articula sobre una cotidianeidad pasmosa, a través de hechos tan comunes como hacer la compra o reuniones sociales a los personajes dentro de un contexto que los define. Woolf transgrede ese tedio al mostrarnos qué es lo que piensan sus protagonistas en todo momento, enseñándonos cómo esas pequeñas cosas van mellando sus personalidades, provocando cambios drásticos, destruyendo y creando todo a su paso. Ese ‘stream of consciousness’ (flujo de conciencia) con el que Woolf nos mostraba las entrañas de sus creaciones (y las suyas propias) hizo tambalearse el ‘establishment’ de la época (tanto literario como social) y marcaría a escritoras de generaciones venideras como Marguerite Duras, Sylvia Plath o Elfriede Jelinek, y al compositor que hoy nos ocupa: Max Richter.

Miembro insigne de la nueva cohorte de compositores post-minimalistas experimentales que conforman artistas como Jóhan Jóhannsson (Fordlandia), Nils Frahm (Screws), Mica Levi (Under the Skin) o David Cordero (El rumor del oleaje), curtido en ámbitos cinematográficos (habitual de cineastas como Ari Folman para el que ha compuesto las bandas sonoras de Vals con Bashir y El congreso) y creador de música incidental para series de culto como Black Mirror (su partitura acompaña el icónico Nosedive que abre la tercera temporada de la serie) o The Leftovers, y niño bonito de la crítica especializada más vanguardista (From SLEEP apareció en innumerables listas de lo mejor del año en publicaciones de renombre dentro del ámbito alternativo), Max Richter vuelve al mundo del ballet de la mano de Wayne McGregor (Chroma). Para esta ocasión, deciden utilizar tres de las mejores obras literarias que ha parido Gran Bretaña: La señora Dalloway, Orlando y Las olas. Esa triple entente woolfiana sirve como estructura para el ballet Woolf Works y el consiguiente álbum musical que se ha sustraído del mismo, Three Worlds: Music From Woolf Works.

La propia Virginia Woolf es la encargada de abrir el capítulo dedicado a la señora Dalloway. El minuto escaso que conforma Words es la única grabación que se conserva de la voz de la autora y una muestra fehaciente de ese fervor renovador de la escritora. Las tres piezas restantes que componen esta primera parte se acercan al Richter más clasicista, con ecos a trabajos anteriores como The Blue Notebooks o, especialmente el seminal Memoryhouse. Evidentes son los ecos de piezas como On the Nature of Daylight en War Anthem o de November en Meeting Again.

Este Three Worlds se torna aún más interesante cuando se sumerge en las páginas de Orlando. La descomunal novela sobre el concepto de transformación y creación de una identidad propia se ve traducida por Richter de manera hipnótica y magistral a través de diferentes variaciones de un fragmento de La Folía. Aunque siga manteniendo cierta base orquestal, este Orlando de Richter se construye sobre elementos de la música electrónica, remitiendo directamente a la anterior colaboración entre el compositor y McGregor para el ballet Infra. Introducido en la inicial Modular Astronomy, el sintetizador modular va tomando protagonismo, explotando en la arrolladora Persistence of Images y calmándose hasta desaparecer en la desnuda Love Songs final.

Pero Richter se guarda para el final la pieza más arriesgada del disco: Tuesday. El segmento de Las olas elegido para el disco comienza con el desgarrador recitado de la nota de suicidio de Virginia Woolf por parte de Gillian Anderson (la mismísima Dana Scully de Expediente X), que deja paso a una letanía de veinte minutos en la que Richter roza terrenos propios de la música ambient y experimental. En medio de esta música para imaginar olas, entra el soliloquio/lamento de la soprano Grace Davidson, eco del estremecimiento del mundo (similar al utilizado en la pieza Sarajevo del Memoryhouse) y del propio estallido mudo del final entre las aguas del río Ouse en las que se ahogó Woolf.

Si en SLEEP, Richter nos arrullaba durante ocho horas, en este Three Worlds: Music From Woolf Works se apropia del ‘stream of consciousness’ de Woolf para contarnos una pequeña historia en cada una de las tres partes de este ballet. Los ecos del ayer que atenazan a Clarissa y a Septimus se traducen en la reinterpretación de composiciones anteriores de su obra; la necesidad de creación de una identidad personal a través del cambio de Orlando, en las variaciones y la irrupción de ritmos electrónicos; y el carácter experimental de la estructura a base de monólogos de Las olas encuentra su perfecta consonancia en la bella Tuesday final.

Si cada secreto del alma de un creador, cada experiencia de su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente en su obra, debemos agradecer encarecidamente este personalísimo ejercicio de Max Richter al haberse abierto en canal y haber compartido con nosotros algo tan importante para él como es su amor por Virginia Woolf… y haber compuesto esta gran obra por el camino.