Eschenbach concierto 

¿Un Mahler íntimo?

14/11/2016. Palacio Kursaal, de Donostia. Obras de M. Ravel y G. Mahler. Tzimon Barto (piano), y la SWR Orquesta Sinfónica de Stuttgart. Dirección musical: Christoph Eschenbach.

Habrá quien entienda, no sin cierta lógica, que Mahler, sinfonía e intimidad son conceptos difíciles de casar en la misma oración. Pero soy sincero al decir que al caer el último acorde de la 5ª Sinfonía en do sostenido menor del bohemio el carácter íntimo de la propuesta escuchada es lo primero que se me vino a la cabeza.

Dada la dimensión de la plantilla orquestal que exige normalmente Gustav Mahler es fácil dejarse llevar por el efectismo y la grandilocuencia y apabullar al oyente con “cantidad” de sonido, sin reparar, quizás, en la “calidad” del mismo. Sin embargo, Christoph Eschenbach y su SWR Orquesta Sinfónica de Stuttgart apostaron por una lectura más sosegada y detallista, para lo que fue indispensable la sobresaliente prestación de los maestros.

Así, la notable interpretación de esta sinfonía alargaba la extraordinaria relación que últimamente mantiene la capital guipuzcoana con el mundo sinfónico mahleriano pues en los últimos meses, e incluso en los últimos años, y a través de distintos organizadores –destacando, eso sí, la apuesta que ha hecho por este compositor la Quincena Musical- Gustav Mahler no solo ha estado muy presente en el Kursaal sino que además hemos podido disfrutar de versiones de gran calidad.

Queda dicho, pues, que la lectura de Eschenbach fue digna de aplauso; ello se sustentó en unos metales que, con la excepción de una pifia al comienzo del Rondo Finale mostraron un nivel envidiable. Así, el inicio de la trompeta, las intervenciones de todos los instrumentos de la sección y una percusión matizada ayudaron a levantar una lectura más íntima que expansiva. Evidentemente, todas las secciones mostraron nivel notable aunque dado el habitual sufrimiento que padecemos con los metales es de agradecer la solvencia y seguridad mostradas. En ese caminar por el sosiego quizás la excepción fue el último movimiento, donde el gesto danzarín de Eschenbach llevó a la plantilla orquestal alemana a redondear de forma enérgica una segunda parte de concierto brillante.

Por desgracia, la primera parte, que presentaba el Concierto para piano y orquesta en sol mayor, de Maurice Ravel (1929-31) pasó sin pena ni gloria, en gran medida por la labor de un Tzimon Barto gris y falto de expresividad. Tampoco Eschenbach demostró demasiada implicación y nos quedó la sensación de una interpretación cogida con alfileres. El público donostiarra, que reacciona a veces de forma sorprendente, se quedó frío como un témpano al finalizar el concierto y el bis de Barto fue casi arrancado por la presión de unos pocos. Por lo tanto, cabe concluir que un concierto que comenzó entre tinieblas acabó enseñando la parte más ¿intima? de un genio de lo inabarcable.