Mozart family 

Da Ponte, Mozart, Don Giovanni

Hay encuentros entre literatura y música, entre libretistas y compositores, que han cambiado de manera notable la historia de la ópera y esta convergencia de talentos especiales ha producido obras inolvidables. Él último Verdi es aún más perfecto de la mano de Arrigo Boito; las óperas de Richard Strauss llegan  a ser inmortales de la mano de los versos de Hugo von Hofmannnsthal; nadie duda de la genialidad de Mozart pero ¡qué perfectas nos parecen sus tres óperas con libreto de Da Ponte!

Lorenzo da Ponte no nació con ese nombre. Emanuele Conegliano era un judío del Véneto nacido en 1749 y cuya familia se convirtió al cristianismo en 1763, adoptando desde entonces Emanuele el nombre y apellido del obispo que los bautizó. Dedicado a la vida eclesiástica, es ordenado en 1773, pero siempre fue rebelde y de ideas liberales, lo que no casaba mucho con lo imperante en la Venecia de su tiempo, donde desarrolló sus primeros trabajos y donde conoció al que sería su amigo, el ya maduro, Giacomo Casanova. Éste, viendo que el joven Da Ponte estaba más inclinado por el teatro, el verso y la música que por las cuestiones religiosas, le recomendó que abandonara Venecia y se trasladara más al norte, a cortes europeas donde sus cualidades fueran más apreciadas. Después de una breve estancia en Dresde, Da Ponte encontrará en Viena la fama y el éxito que siempre había buscado. 

En la capital austriaca había un ambiente especialmente favorable a la música en la corte del ilustrado José II. Desde su subida al trono, a la muerte de su madre, la emperatriz María Teresa, más rígida en cuestiones políticas y culturales, el emperador, gran músico él también, había protegido especialmente a los compositores y se encargaba directamente de la gestión del teatro imperial de ópera. Allí Da Ponte encuentra, no sin dificultad, un lugar en la corte como poeta imperial (tras una tremenda lucha con el abate Casti), plaza que había ocupado hasta su muerte Pietro Metastasio, autor de enorme influencia en todo el mundo operístico del s. XVIII. Desde su puesto, Da Ponte conoce a los músicos más apreciados de la corte: el italiano Antonio Salieri, el español Vicente Martín y Soler y el salzburgués Wolfgang Amadeus Mozart. 

Mozart, asentado ya en Viena, y reconocida cada vez más su importancia como compositor, aún no había logrado cuajar un éxito que afianzara esa posición especial que otorgaba el triunfar con una gran ópera bufa en italiano, la única lengua garantía de excelencia operística en la época. Y aunque había intentado trabajar con otros libretistas en esta línea ninguno se adaptaba a los cambios, a la idea tan personal y genial, que tenía Mozart en mente para su ópera italiana. Pero en 1783, en casa del protector de Wolfgang, el banquero barón Wetzlar von Plakenstern, se conocen. En sus tardías “Memorias” Da Ponte escribe sobre Mozart: “Pero no había en Viena sino dos (compositores) que merecieran mi estima. Martini, el compositor entonces favorito de José, y Volfango Mozart, a quien por esa época tuve ocasión de conocer y que, aunque dotado de talentos superiores acaso a los de ningún otro compositor del mundo pasado, presente o futuro, no había podido nunca, a causa de las intrigas de sus enemigos, ejercer su divino genio en Viena y permanecía ignorado y oscuro, a guisa de preciosa gema que, enterrada en las entrañas de la tierra, esconde el brillante precio de su esplendor”. Entonces Mozart le pide a Da Ponte que elabore un libreto sobre Le mariage de Figaro ou la folle journée del francés Pierre-Augustin de Beaumarchais, una obra de gran éxito, pero también provocadora de gran escándalo en la época. Ahí dará comienzo una relación que dejará tres joyas en la historia de ópera: Le nozze di Figaro, Don Giovanni y Così fan tutte

La primera de ellas, Le nozze, tiene mucho más éxito en Praga, cuando se estrena a finales de 1786, que en Viena, donde se ve eclipsada por una creación de Martín y Soler: Una cosa rara.  Aprovechando este éxito Mozart viaja a la capital bohemia a principios de 1787. Allí Bondini, el director de la compañía que la representa (y a la que, sea dicho de paso, las triunfales representaciones de Le nozze han salvado de la quiebra), le propone que escriba una nueva obra, firmando un contrato y adelantándole cien ducados, además de dejarle a Mozart la elección del libreto y fijando para septiembre de ese año el estreno. Mozart se confía otra vez a Da Ponte. Acudamos otra vez a sus memorias para disfrutar  del soterrado humor con el que rodea la creación de Don Giovanni: “Me ofrecieron la ocasión los tres antedichos maestros, Martini, Mozart y Salieri, que vinieron los tres a la vez a pedirme un drama. Yo los quería y estimaba a los tres, y de los tres esperaba un remedio de los pasados fracasos y algún incremento de mi gloriecilla teatral. Pensé si no sería posible contentarlos a todos  y hacer tres óperas de golpe. Salieri no me pedía un drama original. Había escrito en París la música de la ópera Tarare, quería reducirla al carácter de drama y de música italiana, y me pedía por ende una traducción libre. Mozart y Martini dejaban la elección totalmente en mis manos. Escogí para aquel el Don Juan, tema que le agradó infinitamente y El árbol de Diana para Martini, a quien quería dar un argumento amable, adaptable a sus dulcísimas melodías, que llegan al alma pero que poquísimos saben imitar. Hallados estos tres temas, fui a ver al emperador, le expuse mi idea y le informé de que mi intención era escribir estas tres obras simultáneamente. «¡No lo conseguirás!», me respondió. «Quizá no», repliqué, «pero lo intentaré. Escribiré de noche para Mozart y me figuraré leer el Infierno de Dante. Escribiré por la mañana para Martini y me perecerá estudiar a Petrarca. La tarde para Salieri, que será mi Tasso». Juzgó asaz bello mi paralelo; y, apenas vuelto a casa me puse a escribir. Me senté a mi escritorio y me quedé doce horas seguidas. Una botellita de tokay a la derecha, el tintero en el centro y una caja de tabaco de Sevilla a la derecha. Una hermosa jovencita de dieciséis años (a quien yo habría querido amar sólo con filial cariño, aunque…) vivía en mi casa con su madre, que tenía a su cargo la familia, y venía a mi cuarto a toque de campanilla, que en verdad yo tocaba con harta frecuencia, singularmente cuando me parecía que la inspiración empezaba a enfriarse.” Así comienza la creación literaria del Don Giovanni mozartiano.

La tradición teatral del personaje había comenzado con “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina (1627). Distintas obras teatrales, óperas, novelas y ballets habían incidido sobre el mito con mayor o menor éxito, pero en 1787 ya no se podía considerar un tema original, con el atractivo de actualidad que tenía el asunto tratado en Le nozze. Pero el tema atraía a Mozart, que conocía el Don Juan de Molière, el ballet de Gluck y sobre todo un éxito operístico de ese mismo año, “Don Giovanni o sia Il convitato di pietra” de Giuseppe Gazzaniga sobre un libreto de Giovanni Bertati. Da Ponte se inspira, sin duda, en los arquetipos de esta obra pero dándoles una caracterización teatral mucho más acertada, eliminando personajes y situaciones, y creando una obra coral donde Don Juan maneja a su antojo, con una libertad que no conoce límites, los hilos de la acción. Mozart, que colabora en el libreto como en otras de sus óperas, dedica los meses de julio y agosto a la composición de la partitura en Viena. Ya en Praga con Da Ponte, éste retoca alguna escena, influido por el compositor y por su amigo Casanova que se encuentra en esos momentos en Praga como bibliotecario de la familia Waldstein. El célebre aventurero italiano sugiere algunos cambios sobre la figura de Leporello pero se puede descartar, como algunos autores exageradamente han señalado, que el Don Giovanni de Mozart y Da Ponte se inspire en su figura. 

El 29 de octubre se estrena finalmente la ópera con un gran éxito (la víspera, Mozart, mantenido despierto por su esposa, ha escrito la obertura que, aunque seguramente ya tenía creada totalmente en su cabeza, no sido pasada a papel hasta el último momento). Praga siempre va a ser para Mozart un lugar de triunfos y se le propone que se quede en la ciudad y escriba más óperas. Pero él quiere regresar a Viena y estrenar Don Giovanni, hecho que tendrá lugar el 7 de mayo de 1788 programándose entonces quince funciones, aunque no con el éxito praguense. Volvamos a Da Ponte: “Púsose en escena y … ¿debo decirlo? ¡El Don Juan no gustó! Se hicieron añadidos, se cambiaron arias, se expusó de nuevo en escena, y el Don Juan no gustó. ¿Y qué dijo el emperador? «La ópera es divina; es casi más bella que el Figaro, pero no es manjar para los dientes de mis vieneses». Se lo conté a Mozart, el cual contestó sin inmutarse: «Démosles tiempo para masticarlo». No se engañó. Procuré, por consejo suyo, que la ópera se repitiese a menudo; a cada representación los aplausos crecían, y poco a poco hasta los señores vieneses de mala dentadura apreciaron su sabor y entendieron su belleza, poniendo al Don Juan entre las más hermosas obras que se representan en los teatros.” 

Y ahí empieza la carrera de Don Giovanni hasta nuestros días, con esas dos versiones, la de Praga y la de Viena, que han provocado ríos de tinta a musicólogos e historiadores sobre cuál se acerca más a los deseos de Mozart, cuando ambas son suyas, se complementan y se enriquecen. Lo que nos queda es una obra maestra que habla de muchas cosas y de maneras muy diferentes, con unos personajes ricos y de intensa personalidad; de una música que dibuja perfectamente estas psicologías tan diferenciadas y las hace inmortales. Eso daría para uno o más artículos. Con éste nos hemos acercado un poco a la génesis de una obra maestra que seguiremos “masticando” con inmenso placer.

Bibliografía:

Da Ponte, Lorenzo. Memorias. Ediciones Siruela. Barcelona 2006.

Massin, Jean y Brigitte. Wolfgang Amadeus Mozart. Ed. Turner. Madrid. 2003

Kunze, Stefan. Las óperas de Mozart. Alianza Editorial. Madrid 1990