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Los árboles y el bosque

Sobre la temporada 2017/2018 del Gran Teatro del Liceo

El Liceu presentaba el pasado viernes su programación para la temporada 2017/2018. El titular es evidente: Jonas Kaufmann debutará en el escenario del Liceu (no así en España, como se ha dado a entender, pues ya cantó en Madrid y en Valencia, en sendas sustituciones). Y el titular encaja con la tónica general de la propuesta: grandes voces, desde el citado Kaufmann a Gregory Kunde pasando por Sondra Radvanovsky, Liudmyla Monastyrska, Ildar Abdrazakov, Piotr Beczala, Carlos Álvarez, Jorge de León, Carlos Chausson, Anna Pirozzi, Iréne Theorin, José Bros y por supuesto Plácido Domingo. Y eso por citar sólo algunas, la nómina es extensa. Pero conviene que la contemplación de los árboles no nos impida ver el bosque: hasta cuatro títulos en versión concierto, ni un sólo título escenificado que no sea del siglo XIX; de hecho, no hay en toda la temporada ni un sólo título de los siglos XX y XXI y la música antigua y el barroco parecen satisfacerse por obligación, para cubrir el expediente (caso evidente con Monteverdi y L´incoronazione di Poppea en concierto).

Una temporada muy sesgada, llena de títulos italianos (Viaggio, Ballo, Elisir, Andrea Chénier, Manon Lescaut...) y que concentra toda su apuesta en el romanticismo y el belcanto, en el gran repertorio del siglo XIX, que es precisamente el que más y mejor se sostiene con grandes voces. Y es que salvo contadas excepciones no hay grandes batutas ni directores de escena que acompañen a esas grandes voces (que son todas las están, pero no están todas las que son, pues faltan Flórez, Netrebko, Harteros, Alagna o Stemme, por citar sólo algunas). De hecho, es precisamente el titular Josep Pons la batuta más relevante de todas las convocadas en esta temporada; y con eso está todo dicho. A su lado conviene resaltar la presencia de Ramón Tebar, aunque en un repertorio donde brillarán poco sus credenciales; y el debut en el Liceu de la directora italiana Speranza Scappucci, una batuta al alza. Debuta también William Christie en el Liceu, por fin. Quizá el apartado que más tedio despierte sea el referente a las producciones, donde no aparece ni uno sólo de los directores de escena más interesantes de nuestros días, casos de Romeo Castellucci, Krzysztof Warlikowski, Dmitri Tcherniakov o Claus Guth, entre otros.

Viendo el vaso medio lleno, es justo poner en valor la apuesta por un título infrecuente como The Demon de Rubinstein. También el rescate de Poliuto de Donizetti, aunque aquí en versión concierto, con las voces de Kunde y Radvanovsky. Y es justo decir también que casi todos los repartos están bien armados, singularmente en los papeles comprimarios (caso de Il viaggio a Reims, Roméo et Juliette, Andrea Chénier o Manon Lescaut) y al margen del mayor o menor entusiasmo que despierten las voces principales en esos títulos. Bienvenida sea también la abundante nómina de solistas españoles en los repartos, mayoritariamente en los citados roles comprimarios.

Volviendo, por último, al repertorio presentado lo cierto es que el sesgo tan conservador de la propuesta sólo se explica por exigencias del guión, esto es, por imperativo de caja, por pura necesidad de minimizar los riesgos y asegurar los ingresos. Pero mucho me temo que para esto no hay reglas escritas: un título popular puede fracasar estrepitosamente si no se presenta como es debido; y un título más “exótico” puede cuajar muy bien si se sabe presentar de modo conveniente. La reciente apuesta por Quartett no ha salido bien en términos de taquilla, pero es forzoso que un teatro contemple los siglos XX y XXI como parte sustancial de su programación. Si la supervivencia del Liceu pasa por el espejismo de las grandes voces, sólo el tiempo lo dirá. En cierto sentido es una apuesta tan arriesgada como la contraria. Bienvenidan seas las grandes voces, pero que nadie se lleve a equivoco: una gran producción de Die Soldaten, por ejemplo, puede sacudir la historia de un teatro tanto o más que el debut del tenor del momento.