Falstaff Maestri Bayerische 

Puro teatro

Múnich. 19/03/2017. Bayerischen Staatsoper. Verdi: Falstaff. Ambrogio Maestri (Falstaff), Franco Vassallo (Ford), Pavol Breslik (Fenton), Riccardo Botta (Dr Cajus), Daniela Barcellona (Mrs Quickly), Véronique Gens (Mrs Alice Ford), Ekaterina Siurina (Nannetta), Daniela Pini (Mrs Meg Page), Dir. escena: Eike Gramss. Dir. musical: Asher Fisch

Tras el éxito de Otello, Arrigo Boito no tardó en demasía (apenas dos años) en presentar a Verdi los primeros apuntes del libreto de una suculenta ópera cómica extraída, una vez más, de un texto shakesperiano, The Merry Wives of Windsor (Las alegres comadres de Windsor). Entró así de nuevo el compositor de Busseto en aquel peligroso terreno teatral que le hizo fracasar en títulos precedentes, como en Un giorno di regno (1840), presagiando esta vez, eso sí, una mejor fortuna. La cantidad de correspondencia que generó Falstaff entre libretista y compositor es directamente proporcional al interés de ambos protagonistas en asegurar el lieto fine de una de las colaboraciones más notorias de la historia de la ópera, pues como señaló el mismo Boito “Hay solo una manera mejor de terminar que con Otello, y es aquel de terminar victoriosos con Falstaff”. 

Desde entonces el interés primordial de los teatros se centra en procurar que la riqueza textual y musical que acompaña a la última ópera de Verdi se vean soportadas con un reparto que equilibre calidad una alta teatral y vocal –tarea nada fácil–, y una escena que enmarque con destreza los infortunios del Sir más pintoresco de la escena operística.

El minimalismo escénico propuesto en el 2001 por el recientemente fallecido Eike Gramss continuará sin emocionar por mucho que se alce el telón, pero nadie podrá nunca decir que desentona. No se echa nada en falta, aunque que pueda sorprender, y pese a que todo se proponga entorno a una única plataforma giratoria, ligeramente inclinada, con una gran tela blanca al fondo que la circunda y en la que los juegos de luces de Manfred Voss provocan un omnipresente protagonista secundario: las sombras. Las pocas adendas que se hacen son las que exige la andadura del libreto, léase, unos improvisados tendederos con ropa colgada que emulan el jardín de los Ford del final del primer acto, una botella para la taberna de la Jarretera del segundo, el canasto en el que Falstaff se esconde, un biombo y poco más. Lo justo para permitir que el espectador se centre en lo que con naturalidad acontece: puro teatro. Los movimientos de la plataforma se ajustan además al ritmo de música y libreto en una consonancia casi imperceptible pero que sin duda encierra buena parte de su éxito.

Una vez más la Bayerische Staatsoper dio en el clavo presentando un elenco en el que difícilmente uno sabría encontrar la pieza a sustituir, y menos aún las razones que lo argumentasen. El centro de las miradas del último capolavoro de Verdi, Sir John Falstaff, tuvo a un excelso Ambrogio Maestri vistiendo sus paños. El gran inconveniente es que tras ver su versión difícilmente se hace uno a la idea de cómo se puede presentar al personaje de diverso modo, sin perder algo de lo que Maestri nos regala en escena. La recitación, interpretación, fraseo y proyección del barítono italiano bien se podrían poner de ejemplo para cualquiera que quisiese afrontar la tarea, un rol para el que sin duda es y será ineludible referencia. No en balde empieza a tener en su persona un más que notorio protagonismo en cualquiera de los teatros que se precien, como lo demuestran sus recientes actuaciones en La Scala y la Wiener Staatsoper.

Maestri encontró además la justa respuesta escénica y vocal de todos sus compañeros de reparto, desde la intensidad de Franco Vassallo hasta el siempre enérgico Pavol Breslik pasando por las buenas hechuras técnicas y teatrales de Véronique Gens, Ekaterina Siurina y Daniela Pini. Pero sin duda, si tuviésemos que señalar otra joya dentro del tesoro que desveló la velada fue la mezzosoprano Daniela Barcellona, una Mrs Quickly cargada de recursos, vocales (de colocación y fraseo impecables) y escénicos, rociados de una hilaridad apabullante.

La orquesta y el coro de la Bayerische Staatsoper, de la mano del director israelí Asher Fisch funcionaron en cierta consonancia (Verdi tampoco es particularmente exigente con el segundo, todo sea dicho) con aquello que en la tarima acontecía. Fisch no llega a poner a la orquesta (de respuesta impecable) en el mismo plano que el reparto vocal, primero, porque la tarea era sumamente difícil debido a lo apenas descrito, segundo, porque evidencia una de sus flaquezas, al menos con el repertorio italiano, cuál es la falta de unidad de sus propuestas, hecho que denota un trabajo, seguramente intenso, pero seccionado en demasía, al que no sabe devolver a su estructura primigenia.

Aunque presente a través de aislados desarrollos cada personaje tuvo su particular retrato orquestal, la plasmación sonora de aquel carácter preestablecido por la comedia shakesperiana magistralmente mutada por el libretista paduano. Pese a este parvo “pero”, no podemos sino constatar que el testamento operístico de Verdi sigue gozando en Múnich de buena salud, esperemos ad multos annos.