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John Eliot Gardiner: "Sin Monteverdi no sería quien soy"

Epítome y personificación de un modo de hacer música sin el que buena parte del repertorio no sonaría hoy de igual modo, Sir John Eliot Gardiner (Fontmell, 1943) se entrega en cuerpo y alma durante este año a conmemorar el 450 aniversario del nacimiento de Claudio Monteverdi, uno de sus ídolos ya desde su infancia y motivo no en vano de su vocación por la música clásica. En abril del año pasado, en el marco idílico de la Fondazione Cini en Venecia, el propio Gardiner y su Monteverdi Choir and Orchestras, presentaron el programa de conciertos en torno a esta relevante efeméride. Platea Magazine tuvo el honor y el placer de asistir a esta presentación, con ocasión asimismo para conversar largo y tendido con el gran maestro Gardiner. Afable y sereno, con una conversación elegante y curiosa, su discurso desprende un aire intelectual que transpira no obstante una pasión honda y sincera por la música que ama. Hablando con él, nadie diría que su otra pasión es su refugio en Dorset, en una extensión de 650 acres donde produce carne de vacuno ecológica. El maestro británico es una caja de sorpresas, pegado a su terruño pero llevado por un aliento universal. Ahora, tras 50 años al servicio de la música de Monteverdi, Gardiner parece por momentos ser aún el niño de ocho años que descubrió junto a su madre las maravillas del compositor de Cremona.

¿Cuándo y cómo comenzó su idilio con Monteverdi?

Comenzó muy pronto. Cuando escuché la interpretación de unos Madrigales de Monteverdi por Nadia Boulanger. Ella vino a Inglaterra para una escuela de verano en Bryanston, cerca de donde yo vivía. Yo tenía apenas unos ocho años por entonces. Mi madre me llevó a escuchar esa interpretación, a cargo de un grupo de voces amateur que se enfrentaban a la nueva edición de estos Madrigales por Gian Francesco Malipiero. Como le digo, yo apenas era un niño pero recuerdo casi como si fuera ayer estar cantando ese Monteverdi con mi madre. Fue emocionante y el recuerdo mismo de aquello lo sigue siendo hoy para mí. Tiempo después la BBC retransmitió una interpretación de las Vísperas de Monteverdi desde Münster, con dirección de Walter Goehr. Me recuerdo entusiasmado escuchando aquello. A partir de entonces, de alguna manera Monteverdi se convirtió en un ídolo para mí. Y tiempo después, cuando ya estaba en la Universidad, de alguna manera Monteverdi fue lo que cambió mi destino profesional. Yo me estaba formando como medievalista y fue mi encuentro con su música lo que determinó mi vocación como director musical. De hecho, mi primer concierto propiamente dicho tuvo lugar el 5 de marzo de 1964 en el King´s College, precisamente con las Visperas de Monteverdi, con grupo de jóvenes cantantes e intérpretes. A decir verdad, no sé si fue una buena interpretación o no, y en realidad no importa; aquello fue una suerte de epifanía para mí. Supuso un impacto radical y de alguna manera fue ahí donde decidí emprender los estudios para ser director de orquesta.

¿Qué es realmente lo original y único que hay en su legado musical?

Siempre comparo a Monteverdi con Shakespeare; de hecho ambos fueron contemporáneos. De igual manera que el británico consiguió para el teatro compilar una serie de experiencias y pasiones humanas, como a buen seguro nadie lo había hecho antes, de igual manera Monteverdi consiguió que la música y las emociones de los hombres se expresaran de un modo inédito, tanto en sus madrigales como en sus óperas. Monteverdi pertenece, a mi juicio, a una generación realmente extraordinaria de genios y talentos que cambiaron el mundo. quienes de algún modo fundaron el mundo moderno tal y como lo conocemos: Cervantes, Galileo, Kepler, Rubens, Caravaggio, Francis Bacon, Shakespeare y Monteverdi. Artistas, científicos o filósofos que cambiaron nuestra forma de ver el mundo, poniendo al hombre en el centro de todo, midiendo el universo a escala humana. La música de Monteverdi es la banda sonora de ese cambio histórico fundamental.

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