DeadManWalking JoyceDiDonato TeatroReal 

Del patíbulo al repertorio

Madrid. 29/01/2018. Teatro Real. Jake Heggie: Dead Man Walking. Joyce DiDonato, Hermana Helen Prejean; Michael Mayes, Joseph De Rocher; Maria Zifchak, Señora de Patrick De Rocher; Measha Brueggergosman, Hermana Rose; Damián del Castillo, George Benton; Roger Padullés, Father Grenville; Maria Hinojosa, Kitty Hart; Toni Marsol; Owen Hart; Lucy Schaufer, Jade Boucher; Vicenç Esteve, Howard Boucher. Pequeños Cantores de la ORCAM. Coro y orquesta de Teatro Real. Dir. escena: Leonard Foglia. Dir. musical: Mark Wigglesworth.

Las óperas contemporáneas suelen ser eventos mediáticos pero efímeros. Se estrenan a bombo y platillo para un público y unos medios necesitados de novedades y luego caen en el olvido, merecidamente en la mayoría de los casos –recordemos los recientes casos de Brokeback Mountain y El americano perfecto. Dead Man Walking nos proporciona una esperanzadora excepción. Desde su estreno hace 17 años suma cientos de representaciones en decenas de ciudades. El Teatro Real la ha programado estos días y merece la pena acercarse a sentir en primera persona el porqué de su éxito.

El autor del libreto nos advierte que la obra nos cuestiona sobre la elección entre el perdón o la venganza. Ese es igualmente el tema principal de la película Pena de muerte, basada en los mismos hechos. Sin embargo, la magnífica partitura y la convincente puesta en escena de Leonard Foglia nos muestran sobre todo una reflexión sobre la soledad, poblada por unos personajes en busca de redención o, al menos, de algún sentido en la tragedia que les ha sobrevenido y de la que todos son víctimas, de uno u otro modo.

La soberbia música de Heggie es el elemento que hace de este Dead Man Walking una obra para repetir, para recordar y para entrar en el repertorio operístico por derecho propio y sin complejos. Una envolvente sonora coherente y convincente que desprende un genuino sabor americano, mezclando elementos del teatro musical, la opera clásica, el jazz y hasta de banda sonora. Es una composición que se desenvuelve en el gratificante campo de lo tonal y cuya mayor virtud es ser capaz de revelar en cada momento los conflictos más íntimos y conmovedores de esta historia, a la vez que edifica una trama terrible.

Joyce DiDonato encarna a la aparente protagonista de la obra, la hermana Helen. Usa su buen estado vocal al servicio de la complejidad de un papel que entiende bien. Natural en sus luminosos fortes y sus sentidos pianos, convence sobre todo a través de los detalles y la expresividad de sus dinámicas. Su presencia, sin embargo, resulta apropiadamente secundaria ante los auténticos heridos en esta tragedia. La entrada en escena de Maria Zifchak, la madre del condenado, marca el verdadero comienzo de la representación. Su papel en la sala de apelaciones, perdida, aferrada a un bolso que parece ser lo único que le queda, fue uno de los mejores momentos de la noche, y me atrevería a decir que de la temporada. Zifchak nos hace olvidar las diferencias entre canto, habla y recitativo para ofrecernos la esencia descarnada de un alma. Y a eso lo llaman ópera. 

Michael Mayes parece haber nacido para el personaje del reo. Posee una potente y amenazadora presencia física y una sólida pero flexible voz de barítono. Al igual que el resto de la obra, su interpretación fue creciendo en calado e intensidad a lo largo de la representación, desde la frialdad y la ironía iniciales hasta la rabia y desesperación de sus monólogos ante lo inevitable. Sus palabras finales, ese “te amo”, nos obligan a comprender al personaje sin caer en la tentación de juzgarlo. El lirismo confortante de Measha Brueggergosman; las dolientes voces de los familiares de los asesinados, poderosas y cargadas de razón; y los impecables coros adulto e infantil completan un reparto redondo. 

La mayoría de las óperas terminan con una muerte en escena, con un clímax que es parte de la estructura del género y que se ha convertido en un chiché. En Dead Man Walking esto ocurre de una manera bien diferente. La muerte se nos presenta desnuda, solitaria y revestida de impotencia. El interminable silencio final, los atronadores latidos condenados a detenerse y el cántico espiritual de la monja nos proporcionan una letal inyección de verdad como rara vez ocurre sobre un escenario de ópera.