Barenboim Mutter Festtage2017 Bartilla

Maratón Barenboim (I)

Berlín.  Philharmonie. Festtage 2017. Obras de Takemitsu, Beethoven, Debussy y Berg. Staatskapelle Berlín. Anne-Sophie Mutter, violín. Dir. musical: Daniel Barenboim.

Allá por 1996, Daniel Barenboim se inventó un festival para el tiempo de Pascua en Berlín, al modo de lo que ya sucedía desde antaño en Salzburgo, fundamentalmente. Al frente de su Staatskapelle Berlín, la formación titular de la Staatsoper de la capital alemana, Barenboim ha capitaneado desde entonces la Festtage hasta convertirla en una cita ineludible para melómanos llegados de toda Europa. La figura del cosmopolita y genial director y pianista es sin lugar a dudas el eje central de este festival, en el que Barenboim consigue congregar a grandes músicos, a la sazón amigos suyos desde antiguo, caso -en la presente edición de 2017- del pianista rumano Radu Lupu o la violinista alemana Anne-Sophie Mutter, amén por supuesto del gran Zubin Mehta. 

Lo que más sorprende en todo caso es la tremenda maratón que Barenboim se prescribe a sí mismo a lo largo de cada edición de la Festtage. En el caso de la actual, las cifras abruman: tras un concierto inaugural con la Filarmónica de Viena y una primera representación de Parsifal, Barenboim acometió después los dos conciertos sinfónicos con la Staatskapelle que son objeto de estas líneas; cada uno con un programa distinto, con un total de seis obras (dos conciertos de Beethoven, una obra de Takemitsu, otra de Debussy, una más de Berg y otra de Schoenberg). Tras lo cual le restan aún otra representación de Parsifal y un concierto a dos manos con su gran amiga Martha Argerich. En apenas diez días, Barenboim acomete toda una maratón musical, haciendo alarde de un talento y una resistencia sin igual.

El primero de estos dos conciertos sinfónicos con su Staatskapelle de Berlín tenía el gran atractivo de congregar en cartel a Barenboim y a la violinista Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, 1963), nada menos que con el Concierto para violín y orquesta de Beethoven, una pieza emblemática, exigente y célebre de la que la propia Mutter dejó una mítica grabación para Deutsche Grammophone allá por 1979, siendo apenas una niña y nada menos que con Herbert von Karajan a la batuta. Con un espectacular vestido amarillo, Mutter demostró que tras cuatro décadas en activo sigue siendo una de las grandes. Y esto no es nada fácil tratándose de un instrumento como el violín, fosa donde tantos jóvenes talentos han sucumbido tras ser flor de un día.

No estamos ante una pieza de puro virtuosismo: la dificultad técnica es aquí conditio sine qua non para una expresividad honda, transcendente y por momentos sublime. Barenboim hizo todo lo posible por sembrar la magia, con tiempos lentos, si bien Mutter tendía a una lectura más extrovertida y por momentos efectista que a un diálogo íntimo con la Staatskapelle. Ésta sonó a pedir de boca, con una variedad casi infinita de acentos y dinámicas, con un color genuino y atendiendo al milímetro a las indicaciones de Barenboim, aquí sin partitura, dueño y señor de un fraseo grandioso y detallista, un puro gozo para los sentidos. A la vista de los resultados, apetece realmente escuchar un ciclo completo de las sinfonías de Beethoven a esta Staatskapelle en manos de Barenboim. 

Antes del citado concierto de Beethoven, la velada se abrió con Nosthalgia, una pieza para violín y orquesta de cuerdas del japonés Toru Takemitsu (1930-1996) en memoria del cineasta Andréi Tarkovski. En la estela de Debussy y Messiaen, el estilo de Takemitsu imprime un aliento melancólico pero luminoso a una partitura claramente inspirada en el filme homónimo del cineasta ruso. Como en dicha cinta, hay en la música de Takemitsu algo de inescrutable y misterioso. Estrenada en 1987 en Edimburgo, nada menos que por Yehudi Menuhin y la Scottish Chamber Orchestra, la pieza encontró en Mutter y Barenboim una lectura un tanto aterida, demasiado pendientes ambos de la partitura, sin acertar a elevar el tono elegíaco que la obra predispone. 

La segunda parte de este extenso y exigente concierto traía consigo dos piezas para gran orquesta sinfónica: La mer de Debussy y las Tres piezas para orquesta de Alban Berg. Anticipando el centenario que se conmemorará en 2018, el Debussy de Barenboim -de nuevo sin partitura- y la Staatskapelle fue grandioso, sin paliativos. Turbulenta y poética, la verdadera imagen de un mar cambiante, ora enfurecido, ora en calma, dialogando con el viento y jugando con sus propios ecos. Una recreación sumamente sugestiva, de una probada consistencia sinfónica y de un cromatismo iridiscente. Como cierre, las Tres piezas para orquesta op. 6 de Alban Berg (Präludium, Reigen y Marsch) en una lectura contundente, inapelable, exposición de un virtuosismo de conjunto, a gran escala, con una orquesta que responde a su dueño -Barenboim aquí sí con partitura- como un reloj suizo. Un Berg, en suma, de una belleza por momentos inesperada, epatante sin ser exhibicionista.