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Finales titánicos

Barcelona. 28/5/17. Auditori. Santcovsky: Cuadro de presencia. Mozart: Concierto para piano y orquesta núm. 20. Joaquín Achúcarro, piano. Mahler: Primera sinfonía. Beethoven: Quinta Sinfonía. Mahler: Quinta Sinfonía. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono. 

La OBC ha cerrado su temporada con tres ingredientes que deberían ser siempre su divisa: la programación de un joven compositor de futuro prometedor, la visita de un solista de altura y un trabajo de mérito de su actual director titular. Antes de comenzar, y junto a la usual presentación de la obra por parte del compositor, el divulgador musical y locutor de Catalunya Música Joan Vives salió al escenario a hacer referencia a otro de esos ingredientes esenciales: la emisora de radio que cumple su 30 aniversario, una institución esencial en la vida musical catalana a la que sólo podemos felicitar por su magnífico trabajo y desearle muchos años de vida.  

Fabià Santcovsky (Barcelona, 1989) expuso una obra que revela interés por el sonido vinculado a íntimas ideas estéticas y al arraigo en la tradición, que según reivindicó el propio compositor atraviesa Wagner, Debussy, Stravinsky, Nono, Feldman o Sciarrino –un nombre importante en su trayectoria–. En lo que expresó como la “tensión entre lo conocido y lo desconocido”, teniendo en cuenta que se trata de una obra escrita con veintitrés años, en la búsqueda de una voz propia –que de todos modos ya se deja ver– se puede entrever un autor de discurso inteligente y escritura de gran oficio que se alimenta de referencias estéticas muy diversas, en ocasiones no occidentales como es el caso de su encuentro con el shamisen, un instrumento japonés para el cual se encuentra componiendo un concierto. Precisamente Cuadro de presencia (2012) fue premiada con el segundo premio ex aequo en el concurso “Toru Takemitsu” y estrenada por la Filarmónica de Tokio bajo la dirección de Kazumasa Watanabe. Se trata de una partitura –valga la paradoja– de yuxtaposición orgánica: se inicia con un tratamiento casi expresionista de las cuerdas que desemboca pronto en un impresionismo atmosférico, con un delicado juego tímbrico entre las cuerdas, la percusión y un tratamiento meticuloso del viento, en el que piano y arpa cobran paulatina importancia. Una pieza en la que la tensión, subrayada por los metales, no deja de crecer sin desembocar en ningún reposo: tensión que se alimenta de tensión casi exasperante, con un excepcional momento de triunfal culminación parcial de nuevo en metales, pero sin dejar de alimentarse de ella misma hasta apagarse en un bellísimo final de indefinición plástica, que Ono dejó respirar con acierto. Un nombre el de Santcovsky, a tener en cuenta y a seguir: sin ir más lejos este próximo 1 de junio tenemos la oportunidad de escuchar un fruto de su evolución en el ciclo “Sampler Sèries” del Auditori, donde tendrá lugar el estreno mundial de su obra Trio y Aurora (2017) a cargo del CrossingLines ensemble.   

Para cerrar la segunda parte, Mozart en manos de Joaquín Achúcarro. Hacía diez años que el pianista bilbaíno no trabajaba con la OBC, un intérprete legendario que no muestra visos de cansancio como se pudo comprobar en el último Festival de Torroella de Montgrí (que en su próxima edición lo homenajeará después de una presencia de veinticinco años ininterrumpidos) y que esta vez se ha podido corroborar de nuevo. Camino de los 85 (!) años, abordó un Concierto para piano núm. 20 de factura equilibrada y rica en contrastes, pertinente en su vehemencia y efusividad romántica –no con la habitual cadencia de Beethoven sino con la de Clara Schumann– sin abandonar la elegancia estilística y el cuidado en los ataques. En un Allegro sosegado, algún desajuste entre el fraseo de solista y orquesta producto de una comprensión diferente de la dirección de las frases, fue la excepción a la regla. Ésta fue sin duda la sintonía entre la batuta de Ono y el piano de Achúcarro, y la orquesta ofreció un espléndido colchón sonoro, cuidado y elegante en la Romanza, favorecido por un fraseo espléndido de las maderas. La profundidad emocional de Achúcarro arrastró a la orquesta y conquistó al auditorio, embelesado ante las propinas: la administración mística del silencio en el Preludio y nocturno, op. 9 para la mano izquierda de Skriabin, y el concentrado y acrobático Preludio núm 16, op. 28 de Chopin.  Cualquier recital de Achúcarro termina por convertirse en homenaje, y esta vez no fue una excepción, con la platea del Auditori y parte del anfiteatro ovacionándolo en pie.  

Elegir la “Titán” de Mahler para cerrar la temporada era una declaración de intenciones, no exenta de los riesgos y dificultades que siempre entraña. Sin esquivarlos, Ono completó una lectura de rotunda madurez en el criterio, vigorosa y resuelta. La fluidez de los violines y el relieve detallista dibujado por el director en un primer movimiento de mérito tuvo en las trompetas soberbios aliados a la distancia que pide el compositor. En el tercer movimiento se alcanzó gran fidelidad de carácter en sonido y concepto, desde el Frère Jacques acertadamente sombrío y preciso en su imprecisión. Con un oboe en estado de gracia, y una sección de trompas que proyectó un sonido noble y estable, en el cuarto movimiento la gestión dramática de las frases y esa dilatación temporal que exige un punto justo tan delicado y difícil de alcanzar siempre en Mahler cerró una excelente Primera. La titularidad de Ono ha mejorado el rendimiento de la temporada anterior, y sólo queda esperar que se siga afianzando la próxima temporada, empezando por el reto –y cuenta pendiente– que tiene la orquesta con la Heroica en el concierto inaugural de septiembre.  

El largo programa se alargó algo más para homenajear a Jaume Güell, violonchelista de la orquesta que se ha jubilado, uno de sus titanes que durante más de tres décadas no ha dejado de defender la música sinfónica desde su asiento, y que antes de cerrar la temporada quiso pedirnos el verdadero homenaje desde un micrófono que Ono le alcanzó: “no dejéis de venir”.