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La música clásica y las ideologías

La música clásica -etiqueta tan manida como equívoca, aunque seguramente mejor que la capciosa 'música culta'- nunca ha gozado del favor de ideología alguna. Dicho de otra manera: todas se han aprovechado de ella por igual pero ninguna la ha apoyado con denuedo y convicción. La música clásica es una más de las víctimas propiciatorias en las que dirigentes de todo signo, color y condición se apoyan para consumar sus aldabonazos ideológicos. 

El último caso, el que motiva este texto, es de libro: hemos sabido que el tripartito que gobierna en el Ayuntamiento de Oviedo pondrá fin próximamente a los Premios Líricos Teatro Campoamor. Seguramente no tenga sentido “fundir" 260.000 euros en una sola noche, por mucho que pueda ponerse sobre la balanza la indudable proyección que el evento suponía para la ciudad, incluso en un horizonte internacional. Lo cierto es que tras una década de recorrido, estos premios parecían consolidarse como una referencia en su género. No es menos cierto que su jurado era la flor y nata de la vieja guardia musical del país y que algunos detalles de su gestión interna dejaban un tanto que desear. Pero la cuestión de fondo es otra: ¿no había alternativa intermedia entre sostener los premios bajo esos parámetros o disolverlos de un plumazo?. Lo mismo pasó en Zaragoza hace ya un año, cuando se anunció la suspensión del concurso de canto que llevaba el nombre de Montserrat Caballé. La condena a ésta por sus cuentas pendientes con Hacienda fue el argumento perfecto para que el consistorio local retirase cualquier apoyo al certamen. Un certamen, como sucedía con los Premios Campoamor, que seguramente merecía matices y críticas sobre su gestión; pero entre el blanco y el negro debería haber lugar para una mínima gama de grises.

Llevado por un aliento biempensante -y sobre todo leyendo sus programas, cuajados de apoyos incondicionales a la cultura- uno podría creer que las fuerzas de izquierda llevan impreso en su ADN un un mayor cuidado e interés por la viabilidad de los proyectos culturales. Pero, oh sorpresa, resulta que la ópera y la música clásica han sido durante mucho tiempo un espectáculo vinculado a las élites -boutade, mito, falsedad que ya hastía rebatir- y es mejor no mancharse las manos con eso. 

En el caso de las fuerzas de derechas sucede otro tanto. Su apoyo a la música clásica, las más de las veces, parece poco más que un guiño en clave social, ahondando a menudo en ese cliché elitista que tanto daño ha hecho al género. La derecha no tiene término medio con la clásica: o la sostiene de forma exagerada a golpe de talonario, flor de un día; o se encoge de hombros ante la cuestión, no vayan a ser pasto de la crítica fácil por la oposición. Y así, unos por otros, la casa sin barrer. Entre la ignorancia y la cobardía, entre el desdén y el prejuicio, la música clásica paga los platos rotos una y otra vez. Nuestros responsables políticos ignoran, seguramente, el empleo y el retorno económico que generan un teatro, una orquesta o un auditorio a pleno rendimiento. 

De las precarias condiciones laborales y administrativas de artistas, industrias culturales y demás interlocutores del sector mejor ni hablamos, claro. No es sólo el consabido y abusivo 21% de IVA, que debería sonrojar a todo nuestro estamento legislativo. La ausencia de un Ministerio de Cultura en el Gobierno recién constituido es sumamente elocuente. Se cuentan con los dedos de una mano las felices excepciones a esta tónica general.

Huelga decir, en todo caso, que este mismo discurso podría servir, sin apenas mover una coma, para cualquier otra manifestación artística, todas ellas víctimas del mismo atropello. Definitivamente, la cultura no importa a los representantes de ideología alguna. Sólo les interesa -y el verbo no es casual- cuando puede servir a sus propósitos, cuando pueden hacerse la foto de turno bajo su coartada. ¿Proyectos sostenidos, planificación a medio y largo plazo, apuestas de base? Tristemente ni las hay ni se las espera…

Cuando quieran fundamos un partido por la cultura; al final va a ser lo único por lo que merezca la pena votar y movilizarse. Hasta que no tengamos claro que el principal capital de nuestro país es la cultura que arrastramos, recreamos y producimos, no habremos entendido nada.