Walkuere Salzburgc OFS Forster 

En el nombre del padre

Salzburgo.  Festival de Pascua. Wagner: Die Walküre. Anja Kampe, Peter Seiffert, Anja Harteros, Vitalij Kowaljow, Christa Mayer y otros. Dir. escena: Vera Nemirova. Dir. musical: Christian Thielemann.

Christian Thielemann siempre ha profesado una sincera y abierta admiración por la figura de Herbert von Karajan. Hasta tal punto que se ha considerado a sí mismo como su lógico y natural continuador, su hijo legítimo en el podio. A buen seguro, pues, sentirá un escalofrío cada vez que tome conciencia de la posición que desde 2013 ostenta al frente del Festival de Pascua de Salzburgo, fundado por Karajan precisamente hace ahora cincuenta años. No en vano Thielemann fue su asistente en unas funciones de Parsifal, precisamente en Salzburgo en la Pascua de 1982.

Con ocasión de esta edición conmemorativa el festival ha vuelto su mirada a sus orígenes, con un aliento un tanto vintage, reponiendo la primera producción que Karajan impulso, unas funciones de Die Walküre en 1967 en las que el mítico director alemán se ocupo asimismo de la escena, con una vistosa escenografía de Günther Schneider-Siemssen, reconstruida ahora y puesta al día con una anodina dirección de escena de Vera Nemirova. La apuesta es un quiero y no puedo, o mejor dicho un puedo y no quiero. Y es que en lugar de reconstruir con fidelidad literal la propuesta de hace cincuenta años, de ésta ahora sólo queda en pie la escenografía, pues tanto en vestuario como la dirección de actores propiamente dicha y la iluminación -proyecciones fuera de contexto- no tienen nada que ver con los testimonios conservados de aquellas representaciones de 1967 con Jon Vickers y Gundula Janowitz, entre otros. 

Del reparto reunido en esta ocasión la atención sin duda se centraba en el doble debut de Anja Harteros y Anja Kampe como Sieglinde y Brünnhilde respectivamente. Grosso modo, se podría decir que la primera convenció más que la segunda. Si bien el papel es aún demasiado grave y dramático para Harteros, convence no obstante su Sieglinde por la talla artística, por la seducción del timbre y por la autenticidad del fraseo. Harteros es una artista de los pies a la cabeza y consigue hacer suyo incluso un papel que se sitúa en los límites de su vocalidad actual. A buen seguro, hará una Sieglinde más completa y madura en el plazo de un lustro, si es que insiste con el rol. 

Por cuanto hace a Anja Kampe, en cambio, la sensación de un canto al límite fue más evidente. No cabe reprochar por descontado a Kampe falta de entrega y denuedo, eso siempre está ahí en su caso, pero los medios no tienen el empaque, la fuerza y la entidad como para redondear una Brünnhilde consistente. La tentativa queda pues en un esfuerzo loable aunque poco convincente, sobre todo en lo vocal, pues sí atina a dar con el tono emocional del personaje en escena.

Sea como fuere, la mayor sorpresa de la velada fue encontrar a un veterano Peter Seiffert en plena forma, con una voz grande, bien timbrada, sin el vibrato de otras ocasiones recientes y con un empuje extraordinario, capaz de imponerse a la orquesta de Thielemann durante todo el primera acto con suma suficiencia. Su fraseo genuino y la belleza indudable aún de su instrumento hicieron de ese primer acto, en intercambio continuado con Harteros, lo mejor de la representación sin la menor duda.

Anodino y gris, en cambio, el Wotan de Vitalij Kowaljow, un cantante que parece moverse con tanta comodidad como grisura por roles de bajo y bajo-barítono, de Fiesco a Wotan pasando por Zaccaria o Banco. La voz es firme aunque gruesa, de color un tanto indiferente y lastrada sobre todo por un fraseo sumamente genérico y una entrega escénica muy poco estimulante. Solvente labor de Christa Mayer como Fricka, temperamental y vocalmente aseada.

Al frente de la Staatskapelle Dresden, de un sonido plateado y brillante, extraordinario, Christian Thielemann convenció mucho más que hace poco más de un año en Dresde, con este mismo título e idéntica orquesta. Como entonces, su Wagner es más un culto de las formas que una indagación de las tensiones y la resolución dramática propiamente dicha. Thielemann cultiva así un sonido grandilocuente, impresionante y también bello por momentos, de grandes lineas, arquitecturas firmes, a veces violentas, contundente y de un lirismo cuajado sobre todo a base de tiempos lentos, algunos incluso en demasía. No hubo en Salzburgo, como sí sucedió en Dresde, un fraseo de trazo grueso, pero sí impuso Thielemann un estilo demasiado incisivo y por ello a veces epidérmico.

En suma, una ocasión perdida para hacer un verdadero tributo al pasado, como el que recientemente se ha practicado en la Ópera de Lyon con la Elektra de Ruth Berghaus, el Tristan de Heiner Müller y la Poppea de Klaus Michael Grüber, en un festival llamado Mémories. En Salzburgo la veneración por los tiempos de Karajan ha quedado en pura apariencia, en la recuperación fugaz y un tanto futil de una estética, si bien edulcorada y puesta al día de un modo que impide hablar de un verdadero revival. En realidad lo visto en Salzburgo es una nueva producción de Die Walküre recuperando una escenografía preexistente. Así que de no ser por el debut de Harteros como Sieglinde, todo un acontecimento en sí mismo, estas funciones no hubieran tenido un especial interés.