GalloOro TeatroReal Javier del Real 

El zar va desnudo

En defensa de sus intereses imperiales Rusia entró en guerra con Japón en 1904. La derrota fue humillante. Jamás un pais asiático había derrotado a una potència europea tradicional. El impacto social del hecho extendió entre el  pueblo la idea peligrosa de que el zar iba desnudo. 

Cuando compuso “Zolotoy Petushok” (“El gallo de oro”, 1907), última de sus quince óperas, Nicolai Rimsky-Korsakov (1844-1908) estaba profundamente influido por este hecho pero también por el denominado Domingo sangriento. El hecho de que familias obreras enteras encabezadas por un eclesiástico (el pope Gapón) trataran de lograr de la gracia del zar el cumplimiento de ciertas reivindicaciones mediante una manifestación pacífica y fueran recibidas por los disparos de la infantería y los cosacos creó, junto a la guerra citada, una atmósfera de agitación en Rusia que culminaría en la Revolución de 1905. Se trataría de un primer ensayo para lo que vendria en 1917.

Pero el impacto de estos hechos en la vida de Rimski-Korsakov no se reduce a la influencia en el autor del ambiente social general. Entre los sucesos revolucionarios de 1905 se incluyen manifestaciones estudiantiles en el Conservatorio de San Petersburgo. La reacción a estos hechos se concretó, en palabras del propio Rimsky-Korsakov, en que «se recomendaron todo tipo de medidas para que los cabecillas fueran expulsados, alojar a la policía en el conservatorio o cerrar el conservatorio entero». Rimsky se manifestó públicamente contra la represión y en favor del derecho de los estudiantes a manifestarse, primero de manera individual y luego colectivamente con el resto del cuerpo docente (Alexander Glazunov -1865-1936- entre ellos). Este hecho lo privó temporalmente de su cátedra en el conservatorio de San Petersburgo.

Vista a la luz de todos estos hechos y teniendo en cuenta que la composición de “Zolotoy Petushok” (“El gallo de oro”) se inicia en 1906, no es necesario forzar para nada la interpretación para llegar a la conclusión de que “El gallo de oro” es una sátira grotesca  sobre el zar y sobre sus guerras imperialistas.

Esta sátira se desarrolla mediante recursos musicales que van de la apelación nacionalista a la música popular (especialmente en relación a Amelfa, el ama de llaves del zar) al exotismo oriental, en una estructura sin números cerrados (como era preceptivo ya entonces) y lo que es más importante, sin nada que se le parezca. El predominio del recitativo es completo, pero matizado con el contraste de la música coral de una parte y las expansiones líricas de la reina de Shemacha de la otra.

El libreto, a cargo de Vladimir Belsky (1866-1946), se basa a su vez en un relato de Alexander Pushkin (1799-1837), omnipresente en la historia de la música rusa, desde “Ruslan y Ludmila” (1842) de Mikhail Glinka (1804-1857), hasta el Boris Godunov (1873) de Modest Musorgsky (1839-1881) pasando por las más populares de las óperas de Piotr Ilich Chaikovsky (1840-1893), “Yevgeni Onegin” (1879) y “Pikovaya dama” (“La dama de picas”, 1890). Pushkin fue también un personaje políticamente incómodo, fue desterrado en más de una ocasión y hasta tuvo el dudoso honor de tener al zar como censor particular.

“El gallo de oro” se desarrolla en medio de una atmósfera irreal parecida a la que encontramos en “Skazanie o nevidimom grade Kiteje” (“La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh”, 1904) y presenta en términos grotescos a un zar caprichoso, perezoso y egocéntrico, que somete los designios de su reino al canto de un gallo de oro. Y ello está presente no sólo en el texto sino también en la música.

Una música que, además de lo grotesco, se mueve entre lo sublime y lo prolijo. El prólogo es de una extrema belleza y el primer acto es brillante y divertido. En este prólogo el astrólogo presenta la historia como si se tratara de “I pagliacci” (“Los payasos”, 1892) de Ruggero Leoncavallo (1857-1919). La música es inquietante y exótica y probablemente sea la escena más bella de la obra. Y ya en el primer acto empieza la historia del gallo de oro propiamente dicha, que a su vez Pushkin tomó de los “Cuentos de la Alhambra” (“The Alhambra: A Series of Tales of the Moors and Spaniards”, 1829) de Washington Irving (1783-1859). El mismo astrólogo se introyecta en la narración y aparece intentando oferecer solución a las angustias del zar (“He llevado adelante la guerra/Ahora soy viejo/Los combates son peligrosos/Ahora mis enemigos se alzan/Me atacan todos, sin tregua”. A tal efecto el astrólogo presenta al zar un gallo que canta al primer signo de invasión. Cuando el gallo, efectivamente, anuncia la amenaza exterior, el rey Dodon decide arrastrar al pais a la guerra a la vez que empieza a desarrollar una relación ambivalente con el gallo.

Esta que se podrá ver en Madrid (por primera vez en esta ciudad) es una coproducción con la Ópera Nacional de Lorena y el Teatro de La Monnaie de Bruselas, donde la ópera se estrenó el pasado diciembre bajo la dirección escénica de Laurent Pelly. Cuando la ópera se estrenó póstumamente en 1909 (Rimsky-Korsakov había muerto el año anterior) la dirección escénica corrió a cargo del coreógrafo Mikhail Fokin (1880-1942), el mismo que tuvo el honor de estrenar, al año siguiente y  junto con Igor Stravinsky (1882-1971), “El pájaro de fuego” (1910) y más tarde “Petrushka” (1911).

Se trató de la primera ópera desde el Renacimiento en que los cantantes cantaban fuera del escenario mientras bailarines representaban sus partes.. Serguéi Diághilev (1872-1929), empresario ruso que produjo el espectáculo con sus famosos Ballets Rusos siguió el ejemplo en producciones en París, Londres y Nueva York.

Para reforzar el halo fabuloso del conjunto de la narración, “El gallo de oro” se cierra con un breve epílogo. Todo en esta obra es breve salvo las prolijas expansiones líricas de la reina de Shemakha. Este epílogo cierra simétricamente la obra también desde el punto de vista musical y en él el astrólogo se apresura a aclarar que sólo él y la reina eran caracteres reales, y el resto (o sea el zar y su corte) no son más que fantasmas. Con ello Rimsky-Korsakov y Belsky se cubrían las espaldas ante la férrea censura y represión zaristas, ya en vano por lo que respecta al músico, que no pudo ver su obra estrenada.

Rimsky-Korsakov perteneció al grupo denominado “los Cinco”, también conocido como “Mogúchaia kuchka” (literalmente, el “Pequeño grupo poderoso”), término este último acuñado por el crítico Vladimir Stasov (1824-1906) en su cobertura de un concierto dado para la visita de las delegaciones eslavas para la «Exhibición Etnográfica de Rusia» en Moscú en 1867, en que se había presentado música de Mili Balákirev (1837-1910), Glinka y Alexander Dargomizhski (1813-1869) , a parte del propio Rimsky. El gurú del grupo  era Balákirev y este quedó finalmente compuesto por, a parte de Balákirev y el propio Rimsky, Modest Musorgski, Alexander Borodín (1833-1887) y César Cui (1835-1918). En general sus postulados nacionalistas se mantuvieron completamente ajenos a la influencia de Richard Wagner (1813-1883). Pero en marzo de 1889 el «teatro ambulante Richard Wagner» de Angelo Neumann llegó a San Petersburgo, ofreciendo cuatro ciclos de “Der Ring des Nibelungen” (“El anillo del nibelungo”, 1848-1874) bajo la dirección de Karl Muck (1859-1940). La obra impresionó profundamente a Rimsky, que se dedicó prácticamente sólo a componer óperas por el resto de su vida creativa. La evolución estética posterior de Rimsky le alejó de Wagner del mismo modo que le alejó de todo tipo de modernidad (Rimsky salió tapándose los oídos del estreno de una obra de su alumno Serguéi Prokófiev -1891-1953-). Pero era ya un hecho consumado y en “El gallo de oro” podemos observar la amplia utilización de una especie de recitativo continuo y una figura como la de la Reina de Shemakha, que aparece ante el Rey Dodon cual Kundry ante Parsifal. La prolijidad de la escena, mucho menos inspirada, por otra parte, que la mencionada escena de “Parsifal” (1882), lastra el conjunto de la obra. En ella la Reina se ofrece y se esconde, entre la seducción y el rechazo, en una dialéctica del desequilibrio emocional que nos recuerda también a la “Salome” (1904) de Richard Strauss (1864-1949), obra que Rimsky silbó sin ningún reparo cuando tuvo la fortuna inconsciente de verla representada. Entre la frescura del primer acto y la concisión del tercero, este segundo acto nos aleja del hilo de la trama política expuesta en el primero, la obra se vuelve cada vez más abstracta, pierde encanto e interés y se genera un fuerte desequilibrio estructural que es el único aspecto de la misma que justifica su escasa presencia en los escenarios fuera de Rusia e incluso en la propia Rusia, donde “La novia del zar” (“Tsárskaya nevesta”, 1898), del propio Rimsky, goza de mayor favor.

Es sin duda en el primer acto de la obra donde el contenido satírico aparece más poderoso y donde se dan los principales motivos para un forcejeo con la censura que Rimsky tuvo que sostener hasta su muerte. La estupidez, la vanidad y la mediocridad del zar recordaban peligrosamente a Nicolás II (1868-1918). también su autoritarismo: “¿Ley? ¿Qué significa esta palabra? No la había oído nunca. Mis caprichos y mis órdenes son la ley”. Por otra parte las referencias a la Guerra ruso-japonesa de 1904 eran demasiado explícitas. Pero no hay sólo eso: en “El gallo de oro” nos encontramos a un zar entregado a la búsqueda de asesoramiento esotérico y su confianza en el astrólogo y su gallo de oro nos sugieren inmediatamente la figura de Grigori Rasputín, místico y sanador mediante el rezo (y otras habilidades que el rumor popular se encargó de inmortalizar) que ejerció una influencia desmedida en la corte de Nicolás II y particularmente en la zarina Alejandra. Sin embargo, hay algo que concuerda difícilmente con la realidad rusa del momento: el pueblo aparece como un sujeto pasivo, condenado a adorar a su rey y aceptar la servidumbre impuesta, lo cual no parece ser la atmósfera que se respiraba en la San Petersburgo insurrecta de 1905, que fue la forja de toda una generación de revolucionarios  como Lenin o Trotsky que marcaron el futuro de la historia rusa. Aquí más bien Rimsky reproduce el cliché del pueblo ruso sumiso presente en el “Boris Godunov”, con la diferencia de que en la obra de Musorgsky la corte y los adversarios políticos del zar son activos en la conspiración muy en la linea de las famosas películas de Serguéi Eisenstein (1898-1948) “Ivan, el terrible” (1944) y “La conjura de los boyardos” (1946). Nada de ello aparece en “El gallo de oro” y no es la única diferencia interesante que nos puede aportar una comparación con el Boris que puede resultar fecunda. Sin ninguna duda Rimsky es mucho menos piadoso con el zar que Musorgsky, lo cual explicaría que “El gallo de oro” y su autor fueran a tener mayores conflictos con la censura que “Boris” y su autor.

Las ridículas loas del pueblo en el tercer acto tras la muerte de un zar al que hemos visto a todas luces estúpido, débil e incompetente expresan la absurdidad del miedo a vivir sin un imbécil como ese, parodian claramente el culto a la personalidad y son el broche que cierra una obra que, si bien contiene desequilibrios que justifican su ausencia del canon básico de la ópera, merece mucha más atención de la que se le ha prestado hasta ahora y, desde luego, merece también la oportunidad que le brinda ahora el Teatro Real.