Waltraud Meier Nomi Baumgartl 

Waltraud Meier: "Siempre me interesó más contar que cantar"

Una suma de inteligencia y cordialidad, una risueña madurez, amabilidad por doquier. Así es Waltraud Meier. Ella es Isolda, es Kundry; y es, sin temor a exagerar, una de las cantantes más relevantes del último medio siglo. Como quien dese una atalaya mira ya el paisaje dejado atrás, al término de una larga travesía, la gran solista alemana comparte con Platea Magazine sus mejores recuerdos y un sinfin de reflexiones sobre su trayectoria.

Uno de los hechos más relevantes en su carrera, en los años recientes, fue la decisión de terminar con dos de sus roles fetiche, Isolda y Kundry. ¿Cómo llegó a a decisión de dejarlos atrás?

Fue una decisión meditada varios años atrás. Quería despedirme de estos papeles con la certeza de que me encontraba todavía en forma para hacerles justicia. No quería escucharme en baja forma, incapaz de cantarlos pero prolongando en el tiempo mi compromiso con ellos en agenda. Lo justo era decirles adiós cuando todavía era posible cantarlos de un modo que, al menos a mí, me convenciera. Mi última función con estos roles tenía que ser una noche especial, algo que me gustase recordar, y no una velada para olvidar. Por eso no podía posponer demasiado la decisión. Por supuesto quería contar con Daniel Barenboim en este doble adiós y por eso programamos ambos títulos en Berlín para mi despedida, si bien por otros motivos de agenda mi despedida final de Isolda tuvo lugar poco después en Múnich. Fueron pues decisiones meditadas con antelación y sumo cuidado.

Imagino que no es fácil dejar atrás casi una parte tan sustancial de su trayectoria artística.

Siempre es difícil terminar con algo que amas, pero según mi experiencia es mejor hacerlo cuando todavía funciona. Es triste, por supuesto, cómo negarlo… Decir adiós siempre es triste, pero hay que hacerlo y en mi opinión es mejor escoger el momento y ser dueño y consciente de la decisión. Sabe, para mí Isolda y Kundry han sido tan importantes, me han dado tanto, tengo recuerdos tan maravillosos ligados a estos dos papeles, que por nada del mundo me hubiera perdonado arruinar todo eso por cantarlos más tiempo del debido y necesario. Decirles adiós de esta manera ha supuesto preservar todo eso.

En este momento, en su agenda, permanecen algunos roles escenificados como Klytaemnestra o Waltraute, así como recitales con diversas partituras de lied, singularmente de Strauss y Mahler. ¿Piensa incorporar algo más a su repertorio o ese será básicamente el contenido de su agenda hasta su retirada?

Tengo sesenta y un años, esto es, cuarenta y un años en este “negocio”. Y por sorprendente que parezca, llega un momento en la vida de un artista en el que se siente feliz de no tener la agenda repleta nunca más. Porque eso significa que hay tiempo para uno mismo, para otras personas y para otras cosas más allá de la vida profesional, a la que me he dado tanto y que me ha gratificado tanto a su vez. Es maravilloso tener tiempo para hacer una vida normal, como la que apenas he podido hacer en estos cuarenta años. Igual que quise preparar mi despedida de Isolda y Kundry, quiero preparar mi vida después de esta trayectoria profesional, que terminará más temprano que tarde. Siempre quise ser dueña de mi misma, no estar en manos de las circunstancias; me gusta planificar las cosas y hacerlas bien. Por eso me siento feliz con las decisiones tomadas y con una agenda cada vez menos exigente.

Sin embargo las circunstancias fueron a veces más dueñas de su carrera de lo que pudiera parecer. 

Sí, es cierto (risas). Mi debut en Bayreuth fue casi una carambola. Yo estaba allí audicionando para otro papel, en el Anillo de Solti, y al final me encontré con una oferta para hacer Kundry. Pero sabe, de frente ante las circunstancias, uno finalmente debe decidir si tomar un camino u otro, porque las circunstancias rara vez nos arrojan hacia un destino concreto. Y es en esas decisiones donde más nos jugamos y donde hay que ser más cauteloso. Nunca hice nada con lo que no me sintiera segura. Le digo esto volviendo a Bayreuth: yo llegué a la audición con la idea clara de que si me ofrecían otra cosa que no fuera Fricka o Waltraute, diría que no. Salvo Kundry, claro (risas), eso eran palabras mayores. Me refiero a que tenía claro que no iba a aceptar un papel por debajo de Fricka o Waltraute.

¿Se le ha quedado en el tintero algún papel que hubiera querido llevar a escena?

Me propusieron la Mariscala de El caballero de la rosa cuando no encajaba en mis planes; más tarde, cuando hubiera quizá funcionado, la propuesta no volvió a aparecer. Una pena… También hubo planes para hacer Salome pero renuncié a ello, no lo tuve claro. Lo mismo pasó con la Brünnhilde de Die Walküre, que estaba previsto que cantase en el Anillo con Barenboim de la Scala. Pero de nuevo me eché para atrás y por suerte Nina Stemme aceptó cambiar su rol conmigo, de modo que hice Sieglinde y ella fue Brünnhilde en esas funciones.

También se habló de una Elektra…

Sí, una propuesta de Claudio Abbado. Me insistió mucho, él lo tenía muy claro; me dijo que podíamos hacerlo, que haría sonar la orquesta de otra manera, nunca demasiado fuerte. En realidad yo nunca me lo planteé; tenía muy claro que no era un papel para mí. Le dije que no, aunque no le gustase mi negativa, la verdad sea dicha.

Aunque el último tramo de su carrera ha sido el repertorio alemán el que ha centrado su agenda, lo cierto es que cantó abundantes papeles de repertorio francés, así como ópera italiana.

Sí, por supuesto. Hice Éboli en Don Carlo, Amneris en Aida, Maddalena de Rigoletto en mis comienzos, muchas funciones como Santuzza, y por supuesto mucho Mozart al principio. Todos cantamos Mozart cuando somos jóvenes; de modo que cuando ya no cantas Mozart… es que ya no eres joven (risas).

Ha circulado, sin concretarse, el rumor sobre su regreso a Bayreuth.

No es un rumor: tengo un contrato firmado.

¡Maravilloso!

Bueno, es en el verano de 2018. Si le soy sincera, no se si llegaré en forma. Me encantaría hacerlo, sería precioso; me gusta cerrar los círculos y con Bayreuth de algún modo tengo pendiente completarlo. El tiempo dirá si es un sueño o una realidad…

Hace más de quince de años que no canta allí.

Diecisiete años, para ser exactos. Es curioso: canté allí diecisiete años seguidos y después he estado ausente otros diecisiete. Sería bonito regresar allí, con Thielemann, y cerrar el círculo.

Uno de los mayores éxitos de su reciente agenda ha sido la Elektra con dirección de escena de Patrice Chéreau que hemos podido ver también en el Liceu de Barcelona. Quizá pocos sepan lo temprano que se remonta su relación profesional con el tristemente desaparecido Chéreau.

Sí, en efecto, hay que ir muy atrás. Fue en 1991 cuando comenzamos a ensayar para una nueva producción de Wozzeck en París. Trabajamos juntos después en muchas cosas. Fuimos grandes amigos; era un gran hombre con el que se podían mantener grandes conversaciones sobre teatro, sobre arte, casi sobre cualquier cosa. Desde que se fue siento una ausencia que no puedo describir, tanto para el mundo del arte como para mí, a nivel personal. No he conocido a nadie con esa fuerza para entender y sentir un escenario. Nunca olvidaré cómo iluminaba un texto cada vez que empezábamos a trabajar en una producción. Aprendí muchísimo de él. Era alguien dotado con una tremenda musicalidad.

Es casi milagroso que su Elektra siga funcionando sin él, por mucho que el reparto sea el mismo en los papeles principales.

Sí, eso habla de la fuerza de su trabajo, de lo hondo que iba con su mirada sobre una obra. Cuando hablamos entre nosotros, quienes formamos parte de esta Elektra, recordamos casi palabra por palabra lo que nos dijo Chéreau en los ensayos, lo que quería de nuestros gestos, lo que buscaba sobre un determinado personaje… es como si estuviera ahí hablándonos todavía. Es increíble. Imagine qué precisión y qué hondura tenía su trabajo para que eso sea posible. Y no hablo de repetir con exactitud unos movimientos; hablo de sentir el personaje tal y como él pretendía que lo mostrásemos.

¿Se ha planteado la docencia, dedica tiempo a las masterclasses?

Sí, pero no en el sentido habitual que se confiere a las masterclasses. Quiero decir: no me interesa escuchar a un cantante junto al piano, darle dos o tres indicaciones, que repita la pieza… y así una y otra vez. Yo busco transmitir lo que significa cantar en tanto que interpretar, justo lo que ahora hablábamos en torno a Chéreau. Mis sesiones llevan el título de “From interpretation to incarnation”. Creo que es elocuente y queda claro lo que pretendo. El objetivo es distinto al de un coach vocal al uso, por descontado. Y muchos de los alumnos que se apuntan se llevan una gran decepción cuando no encuentran precisamente eso, sesiones al piano repitiendo un fragmento una y otra vez. Mis sesiones tienen la forma de seminarios, con una duración de entre una semana y diez días. Y en los primeros cuatro días nadie canta una nota. Imagine las caras de algunos alumnos cuando ven que pasan los días y nadie les escucha cantar. Pero al final la conclusión siempre es la misma y todos coinciden: “cantamos demasiado temprano”, suelen decirme. Y es que hay mucho trabajo antes de emitir una nota, desde el punto de vista técnico. Los cantantes, por lo general, tenemos muy claro “cómo” cantar pero muy pocos saben “qué” decir. Qué significa lo que estoy diciendo, qué quiero expresar cuando estoy cantando… esto llega   a menudo después, cuando debería estar al principio de todo en un cantante. Siempre me interesó más contar que cantar. El mecanismo sería: ¿qué quiero expresar? Y después, ¿cómo puedo hacerlo con mi voz? Una gran mayoría de los cantantes procede al revés, resolviendo primero el cómo y concretando después el qué. Por eso los alumnos se sienten tan desconcertados cuando llegan a mis clases. Al final, cantar no es otra cosa que dejar de ser uno mismo para prestar tu voz a otro.

A buen seguro usted conoce su instrumento mejor que muchos de sus colegas. De lo contrario, no se explicaría que a pesar de los cambios lógicos por el paso del tiempo, su voz siga siendo tan reconocible y singular como el primer día.

Sí, creo que el timbre sigue siendo el mismo. Es algo más o menos habitual en quienes conseguimos tener una trayectoria larga, prolongada en el tiempo. Hay voces, pienso en la de Plácido Domingo o por supuesto en la de Luciano Pavarotti, que se reconocen en un segundo apenas suenan en un disco o por la radio. Es un misterio (risas).

Imagino que tampoco la técnica ha cambiado de modo sustancial en todo este tiempo.

Exacto, es la misma. Obviamente nuestro cuerpo cambia y con ello nuestra voz, lo que obliga a pequeños ajustes, etc. La técnica es universal, lo que cambia son los problemas (risas).

Eso resume muchas cosas (risas).

La carrera de casi todos nosotros se resume en eso, en hacer frente a nuevos problemas con una misma técnica, haciendo pequeños ajustes aquí y allá.

¿Ha tenido alguna crisis vocal importante en estas décadas pasadas?

A decir verdad no, nunca. He tenido mucha suerte. Creo también que hice bien en equilibrar mi agenda, alternando los grandes papeles con los conciertos de lied y demás. Nunca dediqué una temporada a cantar grandes papeles, en una producción tras otra. Incluso en los años de más actividad, cuando canté más funciones como Isolda, creo que nunca sobrepasé las quince funciones de Tristan por temporada. Creo que eso ayudó sin duda a preservar mi voz con el paso del tiempo. Porque sinceramente no soy una de esas solistas con una voz de hierro, como podía ser el caso de Birgit Nilsson, esos cantantes que parecían no agotar nunca sus fuerzas. Nunca ha sido mi caso, siempre tuve que estar alerta, controlar los excesos y equilibrar bien la agenda para no agotar mi voz.

Pocos cantantes deciden retirarse con la voz en forma, con las facultades intactas. A tenor de su planificado adiós a Isolda y Kundry, me atrevería a decir que está planeando hacer precisamente eso y no tardando mucho.

Así es. Esa es una de las decisiones más importantes en la carrera de un artista. Pero hay que tomarla, por respeto a uno mismo y por respeto al recuerdo que los demás tienen de nosotros. Admiro a aquellos colegas que han sabido retirarse a tiempo y espero ser capaz de hacer lo mismo, más pronto que tarde.

Creo que tras su relación artística con Daniel Barenboim hay mucho más que un vínculo profesional. Además de una gran amistad, entiendo que ha sido uno de los músicos que más han influido en su trayectoria profesional.

Sin la menor duda: Daniel [Barenboim] ha sido la mayor influencia recibida en mi trayectoria profesional. Él me hizo entender todo lo que hoy sé sobre música, confirmó mis instintos, les dio forma musical, canalizó intuiciones y juntos hemos desarrollado los proyectos más maravillosos de mi vida profesional. Muchas veces hacemos algo y sabemos que lo estamos haciendo bien, pero no somos capaces de explicar por qué lo hacemos, incluso cómo lo hacemos. Barenboim fue la persona que me hizo entender todo eso que yo hacía por intuición, hasta convertirlo en un recurso manejable, dominado con el intelecto. Con él por ejemplo conseguí cantar la Leonora de Fidelio de un modo sencillo, cuando no lo era con casi cualquier otro director musical con quien abordaba esta partitura. Seguramente Barenboim sea el maestro que mejor ha comprendido la diferencia entre seguir a un cantante y acompañarlo, dos cosas muy distintas. En palabras del propio Daniel [Barenboim], “acompañar a un cantante significa saber lo que necesita y dárselo”. Con él nunca tuve la sensación de que la música estaba detrás de mí sino conmigo. Esto es algo muy profundo y que cambia totalmente el modo de hacer música. Por descontado, nos conocemos hace más de treinta años, de modo que sabe muy bien lo que necesito en un escenario (risas).

¿Tienen planes juntos de nuevo?

Creo que haremos de nuevo Elektra, en Berlín, esta vez en la sede de Unter den Linden, una vez terminadas las obras allí.

¿Y le veremos de nuevo por España, próximamente?

A finales de marzo regreso a Valencia, para unos conciertos con mi buen amigo Yaron Traub y la Orquesta de Valencia. Hace ya muchos años que colaboro con ellos y me gusta mucho volver una vez más allí. A partir de ahí, veremos…