OCNE Conlon

Todo queda en casa

Anda la OCNE ultimando ya la presentación de su próxima temporada, que ojalá venga tan cargada de buenas batutas como la actual. James Conlon, entre otros méritos durante su ya larga trayectoria profesional, se distinguió muy tempranamente por su apuesta denodada a favor de la música de los compositores marcados por el totalitarismo, los asumidos globalmente bajo la etiqueta de la Entartete Musik (Música degenerada). De hecho, Conlon llevó a cabo importantes grabaciones en este sentido, destacando y mucho sus trabajos con partituras de Zemlinsky. De ahí que fuese más que idónea su presencia en Madrid al frente de este coherente programa, con La noche transfigurada de Schoenberg y la Sinfonía lírica de Zemlinsky.

Como bien recapitula José Luis Téllezen las notas al programa, ambos compositores guardaron durante años una estrecha relación de parentesco, amén de su evidente vínculo musical, reconociendo siempre Schoenberg a Zemlinsky como su maestro. Y es que ambos fueron cuñados, emparentado Schoenberg con Mathilde, hermana de Zemlinsky. Así las cosas, a la vista de este programa de la OCNE, se diría que todo queda en casa.

De Zemlinsky se proponía, ya en la segunda mitad del concierto, su Sinfonía lírica, una obra concebida en homenaje a La canción de la tierra de Gustav Mahler, con la que guarda un evidente parentesco, si bien la música de Zemlinsky fluye sin solución de continuidad, hilvanada cada canción por unos interesantes interludios orquestales. Los versos de Tagore prestan un tejido poético de extraordinario interés a una música que sin embargo prosigue desigual y un tanto pretenciosa, con momentos, eso sí, de bellísimo lirismo en las páginas más contemplativas. Sea como fuere, hay que reconocer a Félix Alcaraz -y por descontado al propio Conlon- el acierto al incluir esta partitura en esta serie de conciertos.

Si bien la obra de Zemlinsky discurrió con general acierto en manos de la Orquesta Nacional, más allá de puntuales momentos de incontinencia en el volumen y dejando a un lado el discreto material de los dos solistas vocales -la soprano Aga Nikolaj y el barítono Martin Gantner, ambos faltos de proyección y expansión vocal en la sala-  lo más notable del concierto fue la impecable versión de La noche transfigurada de Schoenberg que nos trasladó Conlon. Un sonido límpido, de texturas reconocibles, detalladas, con un fraseo meditado y aquilatado con sutileza. Espléndida recreación, sin duda, en manos de la Orquesta Nacional. Conlon opta por una versión reflexiva, menos agitada, más vivida en suma y por ello más honda, muy interesante.