Candide Liceu A.Bofill 

Celebrando a Bernstein

Barcelona. 18/10/2018. Gran Teatre del Liceu. Bernstein: Candide. Paul Appleby, Kevin Burdette, Doris Soffel, Chris Merritt, Josep-Ramon Olivé, Meghan Picerno, Inés Moraleda y otros. Dir. musical: John DeMain.

A mediados de la década de los 50, la escritora Lillian Hellmann y Leonard Bernstein estaban decididos a emprender un proyecto de envergadura juntos. Habían colaborado en la adaptación y la música incidental de The Lark (La alondra, de Jean Anouilh) y habían empezado a trabajar en un musical, finalmente descartado, sobre Evita Perón. Les unían no sólo afinidades artísticas, sino también inquietudes políticas. Ambos, en diferente medida, fueron represaliados por el Comité de Actividades Antiamericanas que dirigía el senador McCarthy. A Bernstein, investigado por su relación con movimientos de izquierdas, se le retiró el pasaporte durante un corto período de tiempo. Lillian Hellmann, pareja del escritor Dashiell Hammett, encarcelado por vinculación al partido comunista, se negó a declarar ante el comité y las represalias fueron más severas. 

Este es el contexto en el que se escribe una obra como Candide que, a pesar de la ligereza del tratamiento musical, esconde una crítica a la opresión ideológica, al esnobismo puritano, al ataque inquisitorial contra el individuo, así como a la imposición de un optimismo acrítico. Todo ello lo encontraron, pese a los dos siglos de distancia, en el cuento filosófico de Voltaire en el que se basa la obra, una crítica a la filosofía optimista, basada en la fe, expuesta por Leibniz y difundida por Pope. Una obra literaria que arremete, con humor y mala leche, contra todo lo que se mueve: sea política, religión, poder, o la propia mezquindad del ser humano.

Para Candide, que se escribe paralelamente a West Side Story, Bernstein acumula una amalgama de estilos, técnica y formas musicales abrumadora que van del coral luterano a la serie dodecafónica, pasando por el tango, el vals o la Grand Opéra. Todo ello en una obra que, en sí misma, ya es una amalgama de géneros. Un musical americano inspirado en la opereta europea, desde Offenbach a Strauss, pasando por Gilbert y Sullivan, y que tiende lazos y referencias constantes con el género operístico. Por todo ello, Candide es una pieza de difícil clasificación y, probablemente, este factor ha impedido mayor difusión de una obra que es un auténtico festín musical. Para conmemorar el centenario del nacimiento del compositor, el Liceu ha regalado un Candide en versión de concierto que ha provocado que el público saliese de la función con una sonrisa en los labios. Bernstein estaría feliz por ello. 

Para estas funciones, se ha juntado a unos cuantos especialistas en el género, como el director John deMain, el barítono Kevin Burdette en el papel del Dr. Pangloss, y al tenor Paul Appleby y la soprano Meghan Picerno como pareja protagonista, completando el resto del cast con cantantes del país, como el debutante Josep-Ramon Olivé o Inés Moraleda, y viejas glorias como Chris Merrit y Doris Soffel, una estrambótica Old Lady. Una opción entre muchas para una obra que, desde el punto de vista vocal, plantea ambigüedades, pues lo ideal serían cantantes con experiencia en el musical y virtuosismo operístico. Appleby y Picerno se acercaron al ideal, el tenor con una concepción acertada de un personaje que va creciendo durante la obra, como lo hizo el cantante, que acabó por emocionar por su canto franco y una voz lírica, un tanto falta de expansión, pero bien administrada. En la misma línea se movió la Cunegunde de Meghan Picerno, de voz pequeña pero suficiente y con indiscutible chispa teatral, que recibió una merecida ovación por la virtuosística Glitter and be gay, que resolvió con garra e inteligencia.

La voz de más calidad era, sin duda, la de Kevin Burdette, muy solvente como Pangloss y Martin a pesar de que tendió permanentemente a una sobreactuación innecesaria. Las viejas glorias del cast aportaron un plus de diversión a la representación. Si en la grabación definitiva de Bernstein eran Christa Ludwig y Nicolai Gedda, en este caso Chris Merritt se divirtió como Governador, Vanderdendur y Ragotsky y Doris Soffel fue una descacharrante Old Lady, paseando por escena como quien está en el salón de su casa. Si en I’m easily asimilated pareció en condiciones vocales muy precarias, en el segundo acto fue calentándose culminando una aportación divertida y carismática.

Josep Ramón Olivé, en su debut fue un correcto Maximilien, Inés Moraleda una discreta Paquette y los miembros del coro Giorgio Elmo, Miquel Rosales, Dimitar Darlev, Jorge Jasso y Plamen Papazikov estuvieron espléndidos en el número de los reyes depuestos, como lo estuvo el Cor del Gran Teatre del Liceu en una prestación esperanzadora que mejoró, en mucho, la imagen dada en I puritani. Parece que el Cor del Liceu se motiva con los retos, pues Candide es una obra exigente. Conjuntados y expresivos en la difícil escena del Auto de fe, así como en todas las intervenciones, especialmente en el coro final, que destiló emoción.

John DeMain se mostró buen conocedor de la obra. Sin ser la suya una versión chispeante, la llevó a buen puerto, concertando con habilidad un formato, el de versión de concierto, a menudo dificultoso. El responsable del movimiento escénico, sutil, adecuado y en la justa medida, fue Albert Estany, en buena parte responsable del éxito de la función. Hubo más teatro en esta función de Candide que en todas las de I puritani juntas.

Para acabar, mención especial para Jordi Boixaderas, narrador, que acertó con el tono sutilmente irónico del texto, que supo tener el protagonismo justo y sobreponerse a problemas técnicos que un teatro como el Liceu no puede permitirse.