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Manuel Martínez Burgos: "La creación consiste en marcarse límites para transgredirlos"

Manuel Martínez Burgos (Madrid, 1970), alumno de Rihm o Stockhausen, es uno de los compositores más laureados de su generación. Entre otros galardones, ha sido reconocido en los concursos Mitropoulos, BBVA o Jean Sibelius. Hablamos con él de la composición, los límites del arte y su nueva obra Jeroglífico d'amore, días antes de que la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid la estrenen en el Auditorio Nacional.

Usted estrenó una de sus obras en ARCO, ¿cómo ve la polémica levantada este año, cuando la organización ha retirado una obra de arte precisamente para no generar polémica?

Creo que es una pantomima, con todos mis respetos. Al final, se cae en el morbo fácil y, como siempre, no se profundiza en lo realmente importante: el arte. Este año ARCO ha saltado a la palestra por una cuestión relativa a un burdo error de gestión, pero ello nos aleja de las preguntas fundamentales sobre la creación. Es una cortina de humo.

En línea con esto, y aunque la pregunta es muy amplia, ¿dónde podemos situar los límites del arte?

Los humanos somos limitados, para empezar, en nuestras posibilidades perceptivas. Por eso en mi opinión los límites no sólo no son perjudiciales para el arte, sino que son inherentes a él. Para el artista la creación consiste precisamente en marcase unos límites para así intentar transgredirlos.

¿Y los de la música en concreto?

La música tiene sus límites entre los 20 hercios y los 20.000 hercios, en el espectro audible; es decir en nuestras capacidades perceptivas. Ese mundo entre los infrasonidos y los ultrasonidos es un mundo maravilloso, fantástico e ilimitado. Cada día de mi vida trabajo para conocerlo mejor en todos sus matices.

Su tesis versaba sobre la técnica compositiva de Albéniz. ¿Qué aporta su obra (la de Albéniz) a un compositor contemporáneo?

Álbeniz es pura “sensualidad espiritual”, siempre me ha interesado a partes iguales el hedonismo y el misticismo en la música. Las personas somos seres que miramos, con un ojo, al Olimpo y, con el otro, al animal que llevamos dentro. Ese dualismo, bien equilibrado, me aporta mucho como persona y como creador.

Como profesor de armonía y composición, ¿cómo ve a la nueva generación de compositores, a los autores más jóvenes?

La veo muy bien; en primer lugar porque he podido constatar que han desaparecido muchos complejos del pasado reciente; en segundo lugar porque los conservatorios superiores de música han mejorado muchísimo su enfoque pedagógico. Sólo falta ahora que el gobierno de turno se acuerde de que hay que apostar, de verdad, por los conservatorios superiores como centros de excelencia.

¿Qué momento vive la composición, si es que puede decirse que vive un momento concreto?

Vivimos en un mundo sumamente interconectado. La composición no es ajena al resto de realidades. Por eso, la composición vive ahora el momento Trump, el momento Brexit, Macron… vive el embobamiento a que nos someten las redes sociales, aunque también vive aspectos positivos como el extraordinario descubrimiento de la fusión de estrellas de neutrones o la edición genética. La composición son los creadores, los intérpretes, el público… es decir personas que viven aquí y ahora; no creo en la composición como un concepto abstracto y aislado.

Y en España en particular, ¿cuál diría que es la situación? ¿Cree que en nuestro país cuidamos a sus compositores?

La situación de la música ha mejorado mucho en los últimos 30 años, pero aún queda mucho por hacer. En cualquier caso en España no se cuida a los creadores y sobre todo se descuida a las creadoras. No es normal que si hay aproximadamente un 40% de egresadas y un 60% de egresados de los centros de estudios superiores de música, ese porcentaje no se traslade a todos los ámbitos musicales, tanto artísticos como de gestión; y además, claro, se debe trabajar para que también se igualen estos porcentajes entre el alumnado.

Por otra parte también falta una reforma adecuada de la ley de mecenazgo, no puede ser que todo el peso económico de la creación musical recaiga en las administraciones públicas. Hace falta incentivar la participación de todos los sectores de la sociedad y, en concreto, del mundo empresarial. Tendría que ser normal, por ejemplo, que una empresa, bien sea grande, mediana o pequeña, obtuviera unos buenos beneficios fiscales por el encargo de una obra. Pero que nadie se engañe, “beneficio fiscal” significa menos ingresos para el erario público. ¿Será por eso que tarda tanto en salir esa reforma de la ley de mecenazgo?

Preséntenos, por favor, su “Geroglifico d’amore”. ¿Qué vamos a escuchar en él?

Es una oda al amor en todas sus dimensiones y acepciones. Me parecía un reto abordar la temática amorosa. Siendo un tema tan trillado quería ver si podía aportar algo desde el punto de vista semántico y, sobre todo, si ese punto de vista semántico tenía un posible reflejo musical. Si alguien quiere comprobar si lo he conseguido puede acercarse al Auditorio Nacional este martes 27 de febrero a las 19:30.

¿Cómo es su tratamiento para la voz en esta obra?

La voz trabaja, por una parte, al servicio del texto pero, por otra, también he configurado un texto que aporte aspectos emotivos a la música. Creo que hay un diálogo a tres bandas entre la voz, la orquesta y la semántica lo cual conforma un marco donde salen a flote diversos sentimientos, emociones e inquietudes.

Eros, Storgé, Philia, Agape… ¿En qué podemos diferenciarlos en su música?

En la energía y la carga afectiva que cada uno de ellos tiene. He intentado crear vasos comunicantes entre los diferentes tipos de amor. Esta intercomunicación se produce en el nivel musical pero también en el emocional.

Para terminar, otra pregunta amplia: ¿dónde diría que está el futuro de la composición?

Pregúnteme mejor ¿dónde está el futuro de la raza humana? porque según Stephen Hawking o nos marchamos de este planeta o nos extinguimos como máximo en 100 años; ¡quizás el futuro de la composición esté en Marte! (risas).

Foto: Creatio Artis.