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Ingrid Haebler: "Sólo después de muchos años me permití ser libre"

Ingrid Haebler, que hoy 20 de junio de 2018 cumple 92 años fue precursora en las formas de sentir y tocar Mozart que vendrían con las generaciones posteriores. “Madame Mozart” fue apodada. Sus primeras aproximaciones historicistas abrieron concepciones posteriores. También su Schubert. Ella prefiere rechazar la etiqueta de ejemplo de nadie y nos confiesa que desde un primer momento su mayor intención fue dotar de la mayor pureza posible a las partituras que interpretaba. Una pianista única, hecha a sí misma y que agradece humildemente nuestra atención “con la cantidad de jóvenes que hay luchando por conseguir atención mediática”.

Empecemos por el principio: ¿Cómo comenzó su relación con el piano? 

Mi madre estudió piano con el objetivo de ser maestra, pero tuvo que dejarlo al casarse con 20 años. Pronto dio a luz a tres hijos y aún teniéndose que hacer cargo de las exigentes demandas de un hogar, siempre intentó mantener el contacto con la vida musical invitando a un buen número de concertistas a nuestra casa; dándoles la oportunidad de descansar y ensayar durante sus giras. 

¿Y el piano de Mozart? 

Bueno, ella desde luego nos enseñó a mi hermano y a mi a tocar el piano desde bien pequeños, y nos hacía escuchar los pocos discos de vinilo que teníamos en aquella época. Entre ellos, se encontraba una grabación del Concierto-Rondó para piano y orquesta K.382 de Mozart, que sin duda se convirtió en mi favorito, permaneciendo en mi cabeza y mi corazón para siempre. Ese fue mi primer contacto con Mozart. El intérprete era el pianista Edwin Fischer, quien producía unos inolvidables sonidos en el piano y que sin duda estoy segura que de forma inconsciente intentaba también yo encontrar cuando practicaba en nuestro precioso piano de cola Bösendorfer.

Muchos de esos conciertos y las sonatas al completo las grabó usted en dos ocasiones. ¿Cómo ha evolucionado su relación con la música de Mozart a lo largo de los años? ¿ Siente su música del mismo modo que al principio de su carrera?

Desde el principio, mi intención había sido una realización pura de lo escrito, de lo contenido en la partitura, tratando de que la presentación musical no recayera en una lectura demasiado personal. Trataba de que mi primera serie de grabaciones de las sonatas y conciertos resultasen como una especia de trabajo enciclopédico, como si se tratase de una base de información. Sin embargo, sólo después de muchos años de actividad profesional y de desarrollo espiritual, creo que me permití a mi misma el incluir, el añadir a mis lecturas una mayor libertad personal, que creo puede apreciarse en mis últimas grabaciones. 

¿Qué diferencias encuentra entre la forma en que se tocaba Mozart en los años cincuenta, sesenta... y la manera en que es tocado por las nuevas generaciones de pianistas?

La generación de pianistas previa a la Guerra parecían estar solamente interesados en Beethoven o en la música de los grandes románticos, a veces exclusivamente Chopin; mientras que después de la Guerra, más o menos durante los años cincuenta y sesenta, un buen número de pianistas se inclinaron, así lo parecía en sus recitales, hacia la música de Mozart y Schubert. La increíble habilidad técnica de las nuevas generaciones es ciertamente bienvenida en la ejecución del repertorio moderno, tal vez romántico. Siempre claro está que no sea el resultado de la autosuficiencia o que con ella se falsifique o deje de lado la parte inmaterial, espiritual de la música.

Usted es de Viena, básicamente la cuna del piano del Clasicismo y buena parte del romántico. ¿Cómo es estudiar y crecer allí?

Lo representa todo. He tenido el privilegio de crecer y estudiar en dos ciudades como son Viena y Salzburgo. Efectivamente ambas ciudades origen del Clasicismo, también bastiones de la tradición de esta época, por lo que la ciudad siempre está presente a la hora de tomar decisiones en cualquier carrera musical.

Hay pianistas reconocidos que afirman que es un tanto difícil estudiar o tocar en una ciudad como Viena ya que allí todo el mundo sabe, tiene una opinión de cómo se ha de tocar todo, quedando poco espacio para las interpretaciones más personales...

Escuchar opiniones que sean competentes y basadas en el conocimiento sólo puede ser una ventaja si uno está abierto a considerar y comparar su manera de tocar. Desde que tenemos la posibilidad de grabarnos a nosotros mismos mientras practicamos (recuerdo mi felicidad cuando lo descubrí, allá por los años 50 durante mis estudios en Ginebra), podemos criticarnos, controlarnos y enseñarnos a nosotros mismos. En cualquier caso, puede que no hayamos pasado por las experiencias que otros sí han tenido, por lo que insisto, tener la mente siempre abierta es fundamental para un artista.

Se habla de usted como una precursora de la forma en que hoy en día sentimos la música de Mozart, de Schubert. ¿Se siente usted así?

Bueno, lo que yo siempre procuré es que aquél que escuchara pudiese entender el mensaje esencial y la estructura de las obras que interpretaba; para lo que por supuesto intentaba tocar desde el lenguaje y el estilo que era contemporáneo al de los compositores. Como le comentaba anteriormente, estaba especialmente interesada en poder transmitir todo esto sin demasiados ademanes personales que pudiesen perturbar o emborronar la claridad y autenticidad de las obras.


En todo caso, se habla de usted como la precursora de las formas de otras grandes pianistas como Mitsuko Uchida o Maria Joao Pires...

No, no creo que ninguna de mis colegas se haya sentido influenciada por mi forma de tocar, la verdad. Pero ciertamente sí que todos nosotros empezamos desde el conocimiento de la forma de tocar de nuestros antecesores, antes incluso de desarrollar nuestra propia personalidad interpretativa, acorde a nuestra capacidad y esfuerzo.

Sí fue una precursora en la forma, digamos historicista, de abordar alguno de sus conciertos, como los de Johann Christian Bach, cuya música además no se divulgaba tanto hace décadas...

Durante los primeros años de mi carrera, la música para teclado de J. S. Bach era interpretada preferiblemente en el clave, el cual nunca llegué a estudiar, aunque sí en cambio tuve una estrecha relación con el fortepiano, al que he decir, prácticamente llegué por casualidad cuando, en un recital en Bélgica me preguntaron si querría tocar una parte en un instrumento histórico. La primera vez no fue de mi agrado, ¡Lo admito! (risas). Era bastante más complicado de tocar que un piano, claro está. Sin embargo, al día siguiente cuando dejé la ciudad, mi cuerpo parecía necesitar el sonido de aquel viejo instrumento, así que pregunté a la fábrica de Neupert si podían crear un fortepiano para mi, con todas las características de su época, ¡pero sin ninguna deficiencia! Johann Christian Bach, como predecesor de Mozart, estaba inevitablemente a la vuelta de la esquina en mi carrera, por lo que pronto llegó a mis conciertos y grabaciones, ¡aunque créame que viajar con un fortepiano en el coche no hizo mi vida mucho más fácil precisamente! (risas).

Sin duda es usted una artista hecha a sí misma. ¿Cuáles han sido sus valores en su carrera y en la vida?

El sentimiento de gratitud por aquello que se me ha dado, por el don que se me ha concedido al nacer y por el destino y la felicidad de poder compartirlo con mis seres queridos es lo más importante para mí. Espero haber dejado algo de mi en mi trabajo y que tal vez pueda servir para alegrar a alguien con su escucha o incluyo ayudarle de alguna manera. Estos son los principios que me han ayudado a tener la vida tan agradable que tengo.

Sra. Haebler, ¿qué es el silencio para usted y dónde lo halla?

El silencio se haya excluyendo... Es el padre de la quietud. Y la quietud ha sido siempre lo que me ha posibilitado acercarme a la verdad, a buscarla y a abrirme a mí misma a ella. ¿Y el mejor lugar para hallar esa quietud? ¡Desde luego en casa! Rodeada de naturaleza... y de tres pianos ya callados.


Entrevista realizada en 2015 y perteneciente al archivo personal del autor, Gonzalo Lahoz.
Foto: Denon.