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Cómo se pasa la vida

Madrid. 03/12/20. Teatro de la Zarzuela. Notas del Ambigú. Obras de Joaquín Turina. Rubén Fernández-Aguirre, piano. Berna Perles, soprano.

"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer;
cómo después de acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor"

Porque nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar... Quienes me conocen más de cerca, saben que suelo comparar cada año vivido con un peregrinaje sobre las aguas. A veces uno siente que el recorrido lo ha realizado en la cubierta de un transatlántico, otras en una barquichuela, o incluso en una tabla que a duras penas flota. Va llegando a su fin este 2020 y qué duda cabe, lo estamos sobreviviendo en botes salvavidas. Embarcaciones como en la que se convirtió anoche el ambigú del Teatro de la Zarzuela. Uno no puede más que sentirse un privilegiado.

Debido a las medidas sanitarias necesarias para intentar frenar el avance del coronavirus, a la cita de anoche sólo pudieron acudir como público 30 personas. Piénsenlo, prácticamente las mismas que ocuparon algunos botes salvavidas del Titanic. A pocos metros del Teatro de la Zarzuela, la incongruencia y la falta de altura del Congreso de los Diputados; hacia el otro lado y a la misma distancia, la Gran Vía de Madrid, atestada de indiferencia y falta de solidaridad cívica. Y en la calle Jovellanos, un pequeño milagro, propiciado por la cultura, elevado por la música y el arte que, quiero pensar, afianza a los asistentes en el camino de la serenidad y la esperanza. La cultura nos abre ventanas, nos libera y nos conduce a la reflexión, tan paciente como estoica. Estoy convencido de ello. A menudo, últimamente, surge en mis conversaciones: ¿se puede vivir sin conciertos, sin cultura en vivo? Quizá sea posible, pero ¿Es así como queremos vivir? ¿Podemos permitírnoslo como sociedad y como individuos? ¿Sin todos los valores que la cultura conlleva? Desde luego que no.

Imposible llegar a otra conclusión escuchando a Berna Perles, en un programa dedicado íntegramente a Joaquín Turina, junto al piano de Rubén Fernández Aguirre. Del pianista bilbaino, me remito a lo escrito hace pocos días, en otro recital del Teatro de la Zarzuela, junto a Ismael Jordi y de nuevo con obras de Turina en el programa. Pero sería injusto por mi parte quedarme ahí. Siempre, insisto, en la búsqueda del pathos de aquello que toca, jugando y terciando aquí entre el vistoso folklorismo de Turina, impregnado con el perfume francés del Impresionismo que tanto marcó la época del compositor en el piano español. Especialmente evocador en Tres poemas, sobre textos de Bécquer, con esas olas gigantes en la primera y la descriptiva aura de la tercera. Impresionismo y Romanticismo de la mano, una mezcolanza de lo más interesante, al igual que en el realismo de los textos de Ramón de Campoamor en Poema en forma de canciones (estrenada en 1917, no en 1923 como marcaba el programa de mano), muy afrancesado el piano; e igumente, ya en otras coordenadas más contemporáneas (y folkloristas) a Turina, los Tres sonetos (estrenados en la Cuba de 1930) de Rodríguez Marín. De todo ello dio buena cuenta Fernández Aguirre, dibujando siempre músicas vivas, coloristas y expresivas, tan identificativas de Turina.

El recital se cerró con dos tesoros más: una recuperación absoluta, del aria de la protagonista de Pregón de flores, ópera inacabada del compositor sevillano al estallar la Guerra Civil, y con la muy poco frecuentada Margot, estrenada en 1914 en el propio Teatro de la Zarzuela (dirigía la orquesta Pablo Luna) y que Turina empezó a escribir tras escuchar Las golondrinas, de Usandizaga, por cierto con el más que probable libreto de María Lejárraga, a la sombra una vez más de su marido Gregorio Martínez Sierra. Teniendo claro que a ella corresponde la autoría de El amor brujo de Falla (pocas dudas quedan sobre El sombrero de tres picos), estrenada en 1915, y que para aquel entonces ya había fundado Helios junto a Ramón Jiménez y estrenado Canción de Cuna, premio de la Real Academia Española, entre infinidad de hitos literarios y sociales... seguir negándola, como se le vuelve a negar en este programa de mano, donde se omite hasta su apellido ("María y Gregorio Martínez Sierra"), resulta doloroso. Sé que soy insistente con ella y que también en esta ocasión, cuando lo he comentado a varias personas, se me ha vuelto a contestar: "Estoy contigo". No estéis conmigo. Estad con ella y dadle su sitio.

Hecho este inciso, evidentemente necesario incluso estando en 2020, vuelvo a la protagonista de la noche: Berna Perles. La soprano fue un dechado de virtudes ante una música, la de Turina, siempre intensa, de verdadera complejidad en algunas páginas y demandando un tercio superior muy exigente. A todo ello puso arte y sensibilidad la malagueña, con un timbre suntuoso, ancho, de generoso centro y canto entregado, sensible a las dinámicas, regalando páginas que detuvieron el tiempo, como pueden ser ya la de salida: Anhelos, junto a la Canción de cuna (de Lejárraga también) y, por supuesto, las muy conocidas Saeta y Cantares. Cuidó la prosodia y el decir sobremanera, en unas canciones, todas ellas, minuciosas en la parte escrita, incluso rígidas, como ¡Vade retro!, o Tu pupila es azul. Magnífica igualmente en una maravillosa Los dos miedos y el aria de Pregón de flores: ¡Ay ausencia...!, o en Margot: "Paris está en medio del mundo...! Un broche inmaculado que hizo recordar y dar la razón a Víctor Hugo: "París, París... ¡sin ti el mundo estaría tan solo!". Turina, Falla, Albéniz... Arriaga... qué hubiese sido de nosotros sin París.

Vuelvo pues a Manrique y si antes lo utilizaba de hilo introductorio, termino ahora negándole: No, cualquier tiempo pasado no fue mejor, aunque pueda parecérnoslo. La noche de ayer fue la mejor noche que viví ayer.

Foto: Teatro de la Zarzuela.