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De la necesidad, virtud

Madrid. 20/02/2021. Auditorio Nacional. Obras de Brahms y Beethoven. Orquesta Nacional de España. Daniil Trifonov, piano. David Afkham, dirección musical.

 

En tiempos de pandemia los programadores están haciendo, de la necesidad, virtud. En este sentido, hay que felicitar a la Orquesta Nacional de España, pues ha sido capaz de recabar la presencia del pianista ruso Daniil Trifonov para hacerse cargo de los conciertos del pasado fin de semana, en reemplazo de Mitsuko Uchida, quien no pudo desplazarse hasta nuestro país a causa de las restriciones a la movilidad internacional. En su lugar, prosiguiendo con la integral de los conciertos para piano de Beethoven, el pianista ruso se ha reivindicado como uno de los solistas más sobresalientes del actual panorama en su instrumento. Trifonov había actuado ya con la OCNE en 2017, con Antonio Méndez a la batuta. Su regreso era, pues, más que esperado.

Lo cierto es que Trifonov -que la próxima semana cumplirá 30 años de edad- no se ha prodigado en exceso con los conciertos para piano de Beethoven, un compositor ante el que la técnica virtuosa no basta para llegar a término. De algún modo, el tuétano de la música del genio de Bonn se resiste a menudo a los más avezados pianistas y precisamente ahí reside su misterio. Las ágiles manos de los jóvenes interpretes no siempre alcanzan a realzar el genuino aliento de esta música. Pero Trifonov es mucho más que un virtuoso de la técnica, es un músico mayúsculo y de ello dio sobrada cuenta en Madrid con el Primero de Beethoven.

Su lectura del Op. 15 estuvo marcada por arriesgados contrastes, que pusieron a prueba la flexibilidad de los atriles de la Nacional y la complicidad de Afkham, quien salió más que airoso de la coyuntura. Y es que Trifonov ahonda en unos pianissimi de rarísimo relieve, de una presencia inefable (sobre todo en el Largo), junto a sonidos de un poderío deslumbrante, de un extraordinario vigor (especialmente en el Rondo). Se le podrá achacar cualquier otra cosa al pianista ruso, pero su implicación estuvo fuera de toda duda. Intenso, expresivo, de una insultante capacidad técnica a la hora de resolver los pasajes más enrevesados. Un Beethoven muy personal, en suma, y quizá por ello mismo más valioso y más auténtico, lejos por cierto de cualquier afán de exhibicionismo y sin el más mínimo prurito de una vacua originalidad. Verdadero, en suma, un Beethoven verdadero. Y nuevamente una confirmación: Trifonov es un pianista grande, mayúsculo, con una proyección que se diría infinita.

El concierto se había iniciado, no obstante, con dos piezas para coro y orquesta de Johannes Brahms, ambas de extraordinaria belleza e indudable inspiración: la Canción del destino, op. 54 y Nänie, op. 82. La primera recuerda de manera evidente al célebre Detusches Requiem y obtuvo una lectura sumamente sentida y delicada por parte de la OCNE, destacando aquí el compromiso del coro, cuyo sonido cabe poner en valor aún más si cabe, con la consabida dispersión de sus voces por el amplio espacio del Auditorio Nacional, para salvaguardar la normativa vigente en materia de distanciamiento -amén de la consabida mascarilla para los coristas durante todo el concierto-. Gran trabajo de su director, Miguel Ángel García Cañamero. Por su parte, David Afkham demostró sentirse como pez en el agua con este repertorio, manejando sus dinámicas a placear y sorteando su complejo tejido con verdadera maestría. El aliento fúnebre del Op. 82 fluyó con emotiva serenidad, logrando instantes de primorosa contemplación, con un aliento natural y hermoso.

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