Schweigsame Frau Bayerische

Wie schön ist doch die Musik

Múnich. 11/11/2017. Bayerische Staatsoper. Richard Strauss: Die schweigsame Frau. Franz Hawlata (Sir Morosus), Okka von der Damerau (la criada), Nikolay Borchev (el barbero), Pavol Breslik (Henry Morosus), Brenda Rae (Aminta), Lavinia Dames (Isotta), Tara Erraught (Carlotta), Christian Rieger (Morbio), Peter Lobert (Vanuzzi), Callum Thorpe (Farfallo) (Pavol Breslik) Dir. escena: Barrie Kosky. Escenografía y vestuario: Esther Bialas. Iluminación: Benedikt Zehm. Dir. musical: Stefan Soltesz

El arranque una de las últimas frases que entona Sir Morosus (Qué bella es ciertamente la música…) es fiel reflejo de lo que representa esta ópera, omitiendo eso sí su párrafo conclusivo, en la que el mismo personaje señala que la música es todavía más bella cuando esta concluye. Les invito en todo caso a que se lean libreto de Stefan Zweig (extraído de la comedia Epicoene, o la mujer silenciosa del literato Ben Jonson) para entender la justa reflexión final del personaje.

Si tras la muerte del “fiel y genial” libretista Hugo von Hofmannsthal Strauss llegó a afirmar que su producción operística se habría concluido, solo tuvieron que pasar dos años (1931) para que el epistolario confirmase los fructíferos encuentros entre el compositor y Zweig, y cuatro más (1935) para que el título fuese a escena por primera vez en la Staatsoper de Dresde, bajo la dirección de Karl Böhm, y todo ello sin que Strauss pidiese al libretista realizar ni una sola modificación del texto.

La obra tuvo una fría acogida inicial, por razones más políticas que artísticas, e incluso tuvo que ser sometida a algún corte en los recitativos para reducir su también criticada extensión, cortes que fueron realizados por el mismísimo Böhm para su reposición en Salzburg en 1959. La versión que escuchamos en la Staatsoper de Múnich –y presupongo que la que habitualmente circula– presentaba también omisiones en el texto, pero el libreto no señalaba si fueron las operadas por el director alemán, cuestión sobre la que tampoco quisimos indagar más.

El mismo genio y ambigüedad que con una superposición de ritmos -3/4 Vs 6/8- demuestra Strauss en su obertura, intitulada Potpurri, es lo que el compositor destila en este fantástico título, una ópera que sin duda todo amante del género debería sentarse a escuchar. Son páginas que demuestran el inagotable caudal compositivo del creador muniqués y que lamentablemente no se acostumbran a escuchar en los escenarios españoles. Múnich, todo sea dicho, tampoco derrocha medios con este tipo de títulos, tras su premier les otorga un cartel si me apuran garantista, como ahora señalaré, pero su continua presencia contribuye al enriquecimiento de un público que se ve circundado por un repertorio rico, de indefectible calidad y sobre todo variado. 

Si algo destacaría del entero elenco de la velada es su capacidad actoral y presencia escénica, notablemente a la altura de la jocosidad del texto. Franz Hawtala, en sustitución de Lars Woldt por indisposición (y al que seguramente algún lector pudo ver tiempo ha en Sevilla en el mismo título, bajo la dirección de Pedro Halffter), nos regaló un buen Sir gracias a su evidente experiencia en el papel, visto que la caprichosa condición de su instrumento no juega en este caso en su detrimento, por lo que la suplencia no mermó la calidad de la función. Mejores prestaciones globales tuvieron sus compañeros de reparto, en particular Pavol Breslik, Lavinia Dames, Okka von der Damerau, y Tara Erraught, las dos últimas comprimarias de lujo producto de Opernstudio de la propia Staatsoper y cuyas carreras empiezan a brillar con luz propia fuera del escenario bávaro. Particular satisfacción da también ver y escuchar a cantantes como la soprano americana Brenda Rae (Aminta), con un instrumento y un trabajo en escena a una altura encomiable. Como excelsa tildaría la conocida puesta en escena de Barrie Kosky, estrenada en 2010 en el Prinzregententheater por el entonces Generalmusikdirektor Kent Nagano. Si bien en principio la escenografía de Esther Bialas pudiese hacerla prever sobria, contenida y algo aséptica si me apuwran, porta sin embargo todo lo necesario para contener la jocosa dramaturgia revisitada por Kosky, pues logra convertir la escena en una auténtica fiesta, potenciada por la hilaridad del espléndido vestuario de la misma Bialas.

La dirección del maestro húngaro Stefan Soltesz fue a grandes rasgos segura, de firme gesto y coherente de principio a fin, amén bien acompañada por la labor coral de Sören Eckhoff, quien volvió a dar frescura a las voces de la Staatsoper, encontrándose éstas también particularmente inspiradas en su trabajo en el proscenio.