Yusif Chenier portrait

Yusif Eyvazov, tenor: "He trabajado duro para llegar hasta aquí"

Conoce Milán como la palma de su mano, sudó en la capital lombarda para poder realizar su sueño, forjado a base de horas de clases y miles de cappuccini servidos de madrugada para poderlas pagar. Veinte años después de esas noches de insomnio ha encarnado a Andrea Chénier en uno de los templos del verismo, en el escenario más conocido del orbe, el teatro alla Scala, y no en una fecha cualquiera, en su apertura de temporada, el 7 de diciembre, en San Ambrosio. Nadie puede poner en duda que es un cantante que se ha hecho a sí mismo, si bien el destino, o más bien el amor, le ha hecho subir peldaños de tres en tres en este duro campo de batalla.

He leído que sus primer acercamiento al conservatorio fue para “domesticar” una voz que se dirigía hacia la música pop, ¿cuando giró el timón hacia el mundo de la ópera?

Mi primera intención fue la de cantar música ligera, aunque sabía que para ello también tenía que educar la voz. Llevaba casi un año estudiando en el conservatorio y no quería saber nada de la ópera, practicaba con obras clásicas pero sinceramente no me interesaba. Poco a poco el interés fue surgiendo a medida que iba conociendo el repertorio, entendiéndolo, sintiéndolo. 

¿Algún punto de inflexión?

La primera vez que quedé fascinado escuchando este tipo de repertorio fue en un concierto de Montserrat Caballé. De hecho, en una ocasión en la que coincidimos le comenté: “Señora, ¿sabe que sabe que es por usted que me dedico a la lírica?” (Risas). Fue un concierto suyo en televisión, en Moscú; al escucharla me pregunté cómo era posible que un ser humano produjese un sonido así. También la primera ópera que vi fue en televisión, la película La traviata de Zefirelli con Plácido Domingo. Me puse a imprimir partituras como loco: Traviata, Aida, Tosca. Es sólo después cuando uno se da cuenta de que sin preparación no podría cantar más de dos compases; hablé con mi profesora y me dijo que si quería realmente aprender el bel canto, si quería ser cantante de ópera me debía ir a estudiar a Italia, aprender la lengua, aprender como se movían, como respiraban. El camino fue complicado porque económicamente estaba limitado, tuve que poner muchos cappuccini para poderme pagar los estudios, pero es un esfuerzo que a día de hoy veo en positivo; quizás si hubiese sido de otra forma no estaría hoy debutando en la Scala. 

Estamos en diciembre de 2017, pero usted debió aceptar el papel al menos un par de años antes ¿Qué le motivó entonces a asumir un reto que en principio llegó incluso a rechazar?

Pereira [intendente del teatro alla Scala] me propuso el Chénier en Salzburgo hace dos años y medio. Mi primera respuesta fue efectivamente un rotundo “no”, era una locura, o así lo percibía al principio porque se me planteaba mi debut en el teatro y además un 7 de diciembre. Hace 32 años que no se hacía este título en La Scala, el último había sido José Carreras, para mi uno de los Chénier más grandes no sólo por la belleza de su voz sino por su incomparable fraseo. Poniendo todo en la balanza era una tragedia, casi una muerte anunciada, y más siendo el marido de Anna Netrebko. Una cosa era haber debutado antes aquí con Luigi (Il tabarro) y Macduff (Macbeth) y otra presentarse con un papel de tenor protagonista. Una de las frases más convincentes que me dijo Pereira fue: “Por aquí han pasado todos y han sido silbados casi todos”. Así que me armé de valor y me preparé como nunca para este día, también psicológicamente para lo peor, pues si habían silbado “a los grandes” motivos tendrían seguramente para hacer lo propio conmigo, que no soy nadie. Mucha gente se ha preguntado porque yo, y si lo piensas sinceramente tienen razón, pero ¿porqué no? Otros muchos intendentes en toda Europa me han elegido para diferentes roles antes de esta fecha.

¿Cree en todo caso que la oferta de la Scala le ha llegado en el momento oportuno? 

Esa es una pregunta con difícil respuesta, solo sé que quien no arriesga no avanza. Nunca he tenido miedo de nada, he trabajado duro para llegar a este 7 de diciembre lo más preparado posible, incluyendo el debut del papel unos meses antes en Praga. Hice seis pases antes de poner un pie en Milán, y en los primeros tuve la sensación de que fue un desastre, pero no perdí la paciencia y fui poco a poco ajustando el papel, estructurándolo.

No ha debido ser una espera fácil.

He tenido sinceramente mucha presión, durante el mes de noviembre se escribió mucho al respecto y parece que muchos se esperaban un escándalo. Los nervios te pueden jugar malas pasadas, así que me intenté encerrar en una cúpula de cristal en la que trabajar tranquilo. Antes de San Ambrosio hicimos creo que 6 pases de diferente tipo, aún así cuando Anna (Netrebko) dijo “eccoti fatta brutta” y estaba detrás listo para salir sentí la mirada de todo el mundo. No recuerdo nada del espectáculo hasta que se cerró el telón (risas).

Yusif Eyvazov

¿Cómo cambió su concepción de Andrea Chénier antes y después de trabajar con el Chailly?

En mayo de 2017 empezó mi trabajo con el maestro, él tenía las ideas muy claras. Me hizo literalmente cambiar la entera concepción del personaje, lo empezamos a trabajar desde cero. Chailly ha creado un Chénier a mi medida, que seguramente me acompañará toda la vida: tempi, fraseo, dinámicas.. hay cuestiones en las que no estoy de acuerdo al cien por cien, pero todas sus decisiones van arropadas por una lógica incontestable. Chailly es de los directores que te crean el traje perfecto, pero también de los que entienden que no todos tenemos la misma medida, y es eso en lo que hemos particularmente trabajado.

Excluyendo los momentos íntimos con Magdalena, que los traía aprendidos de casa ¿Qué parte le ha costado trabajar más del personaje?

Si, hay momentos muy “naturales” (risas). El primera aria es relativamente fácil, o al menos nunca me ha resultado complicada, porque es muy lineal. La segunda Si, fui soldato tardé en asimilarla porque musicalmente no es cómoda. Come un bel dì di maggio es difícil porque debes arrancar con un filo de voz. Andrea Chénier te propone como cantante muchas pequeñas islas, dispersas, que debes unir en un único cuadro, donde sin duda el segundo acto se propone como el más exigente, y sin duda es el más difícil de gestionar. La escena con Rouger es realmente complicada. Pasado esto has completado el 75-80 por ciento de la ópera, después hay dos romanzas, un duetto y descansas unos 50 minutos -pausa incluida-. Y antes de llegar al tribunal pasa de nuevo tiempo suficiente como para recuperar energías.

Habrá seguramente leído las críticas, y si no se lo recuerdo yo, son a grandes rasgos positivas, pero hay opiniones controvertidas sobre su timbre. Yo particularmente lo tildaría de áspero, y en ciertos momentos engrosado, algo que se puede también achacar a la tradición de las escuela rusa con la que empezó. Pero usted mismo se refirió a su voz hace tiempo como “imperfecta, no siempre bella… pero particular”. ¿Sigue pensando lo mismo?

Respecto a hace unos pocos años he destruido completamente el palacio para rehacerlo de nuevo. No hay día que no trabaje para mejorar mi voz. Si yo hubiese cantado aquí Chénier como hice Manon en Roma (2014) no habría salido vivo. Mi voz es difícil, podía imitar muchos cantantes, tenia hasta cinco maneras diferentes de cantar, y no llegaba a entender cual era la mía. Yo mismo escuchaba grabaciones y nunca me gustaba, entendía que había cosas que no funcionaban. Era larga, el sonido no era homogéneo y fatigaba bastante. En estos años he intentado disminuir la fatiga y obtener un mejor resultado. Este Chénier tampoco refleja mi voz definitiva, que creo tiene aún por delante tres o cuatro años de desarrollo.

¿Es difícil de entender o de gestionar? 

De descubrir. En estos últimos años he aprendido mucho sobre mi propia voz, la conozco bien. Se cómo se despierta y como puede evolucionar durante el día. Pero aún no es el final.

¿Qué aprendió de Riccardo  Muti en ese 2014?

Muti ha sido el primer gran director con el que he trabajado en un teatro. Me enseñó sobre todo a entender la función del director. Él no te guía por el gesto, no te dirige como otros lo hacen, sino que te enseña a entenderlo.

Es en esa Manon donde conoció a su esposa y realmente le han cambiado mucho las cosas desde entonces, pero ¿no cree que trabajar con ella, aunque sea puntualmente, le crea más quebraderos de cabeza que ventajas? Cantar al lado de Netrebko supone además salir diez puestos por detrás, el 99 por ciento de los que cantan a su lado lo hacen.

No, no lo veo una desventaja, basta entender que tú estás dentro de ese 99 por ciento (risas). Sinceramente no creo que haya en el mundo un tenor que hubiese afrontado este papel a su lado con total tranquilidad. Anna es un artista de otro mundo, una criatura excepcional, mágica. Es inútil que un cantante intente competir con alguien como Anna, no tendría tampoco sentido hacerlo. Cada uno tiene que creer en sí mismo, sin medirse o confrontarse. Los que nos dedicamos a la música somos simplemente parte de un gran mosaico, unas piezas son más bellas o lúcidas que otras, Anna es de las que brillan por sí solas, pero todas somos en un momento dado indispensables.

¿Tener sentimientos propios a flor de piel no puede ser peligroso a la hora de cantar?

Es algo que simplemente hay que controlar, aunque tengas a tu gran amor delante. Es el público el que debe emocionarse.

Manon… ahora Chénier… ¿Que otras parejas les gustaría afrontar en escena?

Particularmente me encantaría hacer Fedora [Giordano], pero en un futuro haremos seguramente La Gioconda [Ponchielli], aunque la próxima vez que actuaremos juntos será en una Forza del destino, en la que seré el Don Álvaro del segundo reparto, mientras Jonas Kaufmann lo será en el primero. En cualquier caso, si hago un repaso a mi agenda [me señala de memoria todas sus fechas para los próximos dos años] son realmente pocas las veces que coincido con Anna haciendo ópera, menos de lo que la gente pueda pensar. 

¿Qué papel le gustaría cantar pero prefiere tenerlo aparcado?

Otello, sin duda. Lo hice ya en Ravenna en 2013, con Cristina Muti. Fue además el papel que en cierto modo me abrió las puertas a la Manon Lescaut de Roma en la que conocí a Anna. Pero han pasado cuatro años y siento que es un papel que tengo que volver a afrontar, aunque no ahora. El duetto que hago con Anna en concierto no es la parte más dramática, podría cantarlo hasta Flórez… (risas). Mi sueño sería sin duda hacerlo aquí, en La Scala.

Hablando de un futuro más o menos inmediato ¿tiene o tienen pensado pasar por alguno de los teatros españoles?

Tanto Anna como yo, juntos y de forma separada, hemos recibido ofertas y propuestas de Barcelona y de Madrid, pero cuando llegaron nuestras agendas estaban ya bloqueadas para las fechas que nos proponían. Por desgracia en España sucede como en Italia, se programa con poca antelación, o al menos no la suficiente en nuestro caso, donde estamos cerrando fechas para el 2022.