pires cambra

Versatilidad y resultados

Barcelona. 10/02/2018, 19:00 horas. Auditori de Barcelona, Sala 1 Pau Casals. F. CRUIXENT: Deus ex machina. Obra por encargo de FUNDACIÓN SGAE, AEOS y la OBC. Estreno absoluto. W. A. MOZART: Concierto para dos pianos y orquesta n.º 10, KV 365, en Mi bemol mayor. J. BRAHMS: Sinfonía n.º 1, op. 68, en do menor. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono. 

Mezclar repertorios, solistas y compositores puede ser una fórmula peligrosa, pero no pareció amedrentarse la OBC con el programa propuesto. Hubo el gancho de asistir al estreno mundial de una obra de música contemporánea, con el debut en su ciudad del compositor Ferran Cruixent. Volvió la gran Maria Joao Pires a las teclas del piano con Mozart, rodeada por el aura mística de su anunciada retirada, junto al joven pianista catalán Ignasi Cambra en un concierto para dos pianos poco prodigado. Y pare cerrar la receta, la primera sinfonía de Brahms, una prueba de fuego en el repertorio base de cualquier orquesta. 

Que una obra comience con el sonido del móvil de un solista de la orquesta, que se va prodigando entre otros smartphones entre el resto de instrumentistas de la OBC, ya es un buen golpe de efecto inicial. Es cierto que el público estaba preparado, pues primero salió el compositor micrófono en mano a explicar someramente su obra, titulada Deus ex machina. Esta pieza, una cuarta parte de un todo, la Tetralogía Cyborg, compuesta sobre una nueva técnica de compositor e intérprete, denominada por el propio compositor como Cyber Singing. Esta técnica la explica Ferran Cruixent (Barcelona, 1976), en su canal youtube haciendo clic en este enlace. La obra dura sobre un cuarto de hora, y comienza con el sonidos de los móviles y termina también de la misma manera. En medio, la orquesta va incorporando un particular universo sonoro, de extraña fascinación musical, atractivos colores y cinematográfica ambientación, donde el carácter filosófico de la temática musical se viste con una orquestación sinuosa, rítmica y precisa, demostrando la habilidad compositora y sobretodo característica de la voz de un compositor al que no hay que perder de vista. Fue curioso comprobar la extraña mezcla de las voces de los propios miembros de la OBC, que sonaron con fantasmagórico eco mientras sonaban también sus instrumentos, como si la música no solo naciera de la partitura y su ejecución sino del interior de ellos mismos, algo de la esencia con la que Cruixent quiere hacer reflexionar al oyente. Agradable recepción de la audiencia para este estimulante experimento sonoro al que ahora toca poder escuchar en su totalidad. La obra entera dura sobre los setenta minutos, sumando las cuatro partes estrenadas con anterioridad en Weimar (Cyborg) en 2010, luego en Saarbrücken (Virtual), Detroit (Big Data) y este último estreno de Deus ex machina en Barcelona. Ojalá sea pronto.

No hay que sorprenderse que la gran afluencia del público que llenaba prácticamente l’Auditori, viniese atraído por la posibilidad de ver por última vez a la gran pianista portuguesa Maria Joao Pires, frente a las teclas de un piano junto a una orquesta sinfónica. Bien, anuncios a parte hechos por la propia Pires declarando su retirada de los escenarios, parece ser que, al menos en Barcelona, la pianista portuguesa volverá de la mano de Ibercámara en mayo de este mismo año acompañada por la Orquesta de París. Parece que no será con el programa anunciado en un principio, el Concierto Emperador de Beethoven, que sorpresivamente nunca ha interpretado, sino con un programa de nocturnos de Chopin, todo ello a la espera de confirmación del programa final. Volviendo al Mozart escogido para este concierto con la OBC, Pires se presentó en el escenario sino acompañada por un músico del que se habla cada vez más y mejor. Maria Joao lidera un programa, llamado Proyecto partitura, donde acompaña a otros jóvenes músicos con los que comparte escenario y ayuda en su promoción como futuros talentos de la música clásica. Esta vez el prometedor pianista con quien Pires compartió escenario fue el catalán Ignasi Cambra (Barcelona, 1989). La obra escogida fue el alegre y refrescante Concierto núm. 10 para dos pianos y orquesta en Mi bemol Mayor K. 365 (316a), compuesto en la época de madurez de Salzburgo, cuando Mozart tenía veintitrés años. La expectación vio recompensadas sus razones pues Pires comenzó la lectura del concierto con su habitual y poético sonido elegíaco y cristalino, ideal para ilustrar la expansión vitalidad del Allegro inicial. Si bien es cierto que Ignasi Cambra mostró un nerviosimo plausible en sus primeras intervenciones, con algún que otro tremolo poco definido, también lo es que mostró buenas maneras y claridad interpretativa al lado de ese monumento del piano que es y sigue siendo Pires. La portuguesa no mostró ni un ápice de cansancio o pérdida de su genuino sello al teclado, con una fraseo libre y depurado, un estilo contagioso y exacto y una expresividad llena de lirismo. Los juegos de espejo y ecos entre los dos pianos fluyeron con delicadeza, quizás con cierta precaución más que naturalidad en el caso de Cambra, quien se fue encontrando mejor en el Andante y sobretodo en el Rondó: Alegro final. La orquesta aquí cobró un segundo plano, demasiado discreto en general, con destellos de hermosos ribetes desde los oboes, trompas, fagotes y clarinetes, pero aquí Kazushi Ono pecó en demasía de mero acompañamiento. Público satisfecho y aplausos generosos para ambos artistas, Pires muy atenta en acompañar en todo momento a Cambra, pianista invidente quién ha conseguido sobreponerse a su handicap con un virtuosismo llamado a hacer grandes cosas en el futuro. El bis, como no podría haber sido de otro modo, fue un movimiento de una sonata de Mozart a cuatro manos, el chispeante Allegro inicial de la K.381. 

Cambio de tercio total en una segunda parte dedicada a la interpretación de la primera e inspirada primera sinfonía de Brahms. Después del estreno de la obra de Ferran Cruixent, donde Ono fue un músico más, y un acompañamiento algo impersonal del Mozart servido por Pires y Cambra, Kazushi Ono tuvo su oportunidad de mostrar el trabajo con su orquesta. Aquí se pudo percibir los logros de la formación bajo su batuta, que dirigió sin partitura, y sobretodo degustar su versión de una sinfonía icónica que no puede caer en una simple lectura prosaica. El misticismo inherente que parece ser acompaña de alguna manera u otra a Ono en sus lecturas, lo mostró en el Un poco sostenutto-Allegro inicial con un eco menos mítico y más sosegado. Como si el tremendo esfuerzo que supuso la gestación de esta sinfonía que bebe de Beethoven, pero intenta mostrar el carácter un compositor dotado y consciente del enorme testigo que recogía en el mundo del sinfonismo germano, estallara como un enorme alivio en los casi quince minutos que dura este movimiento. Aún así faltó algo de carácter en su lectura, que mejoró con un Andante sostenuto, donde el sonido homogéneo de la OBC, pareció fluir con sutil naturalidad. Aquí la batuta de Ono si pareció inspirada por un lirismo donde la respiración de todas las secciones, vientos, cuerdas, gran aportación en el solo del concertino, confluyeron en un recogimiento y preciocismo que pareció mirar más al  Mozart sereno que a Beethoven pastoral. El carácter bucólico e inquieto del Un poco allegretto e grazioso se desarrolló con buenas dinámicas, donde Ono construyó con suavidad la puerta orgánica y natural que da paso al monumental Adagio- Allegro non toppo, ma con brio final. 

Nobleza en el fraseo de los metales, sonido mayestático dulcificado por los vientos, fraseo de atractiva naturalidad en las cuerdas, la OBC mostró con solvencia y destellos de inspiración un trabajo conjunto más que meritorio. Ono supo administrar los tempi, y consiguió mantener el difícil pulso dramático brahmsiano, donde las tensiones y la liberación final llevan a un final luminoso.