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El León que ruge verismo

Barcelona. 17/06/18. Gran Teatre del Liceu. Maria Pia Piscitelli (Manon Lescaut), Jorge de León (Renato Des Grieux), Jared Bybee (Lescaut), Carlos Chausson (Geronte di Ravoir), Mikeldi Atxalandabaso (Edmondo), Carol García (un músico), Marc Pujol (Posadero), José Manuel Zapata (el maestro de baile), entre otros. Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu.  Dir. Mus.: Emmanuel Villaume. Dir. Esc.: Davide Livermore. 

Si hubo un claro protagonista de este reparto alternativo de la Manon Lescaut liceísta, sin duda fue el tenor tinerfeño Jorge de León. Si algo necesita este primer éxito indiscutible de la obra pucciniana, es de unos protagonistas llenos de frescura, pasión y arrojo vocal, para una partitura exigente, variada y de gran riqueza melódica. Todo eso y en grandes dosis fue lo que aportó De León, en un actual estado de forma vocal imperial.

Aunque la ópera lleve el nombre de la protagonista femenina, Manon Lescaut, hay que subrayar la dificultad y aportaciones protagónicas del rol de tenor, Renato Des Grieux, quien ha de tener el ímpetu que arrastra a la joven Manon a la huída y la aventura, la pasión descontrolada que la hace volver a huir del acaudalado mundo de Geronte, la fidelidad casi autodestructiva de sacrificar su vida por acompañarla a su prisión-exilio a los EE.UU y la fortaleza y determinación de asistirla en sus últimos momentos vitales con el dramatismo que ello conlleva. Puccini nunca es fácil, ni musicalmente ni interpretativamente, por lo que hay que agradecer la generosidad, sinceridad del canto y arrojo vocal de Jorge de León en el que ha sido su rol-debut como Renato Des Grieux aquí en Barcelona.

Desde el primer acto se pudo disfrutar de una voz sólida, de registro y caudal amplio, con un timbre fresco y sobretodo un registro superior sonoro, firme y torrencial. Espontáneo en Tra voi belle, impetuoso en el Dona non vidi mai, desbordante en el dúo Tu, tu amore, impecable en Ah Manon, mi tradisce…su Renato aportó el punto dramático con un Ah! Non v’avvicinate climático para acabar con un dúo final Fra  le fue braccia, amore cantado con una autoridad y suficiencia inapelable. Sólo a la espera de una mejora expresiva en el uso de los colores y la intencionalidad del fraseo, punto que sin duda ganará en las próximas producciones, De León se ha transformado en el cantante verista por excelencia del Liceu. 
Después de su exitoso Andrea Chénier la temporada pasada, este Renato y su vuelta la temporada que viene como Pinkerton de la Madama Butterfly, el “León” de Tenerife tiene en Barcelona un público agradecido que al final de este representación lo premió con la mejor ovación de todo el reparto: ¡Bravo!

Cantante veterana, con una escuela italiana de la mejor factura, Maria Pia Piscitelli regaló una Manon Lescaut llena de detalles, delicadeza en el fraseo, cuidado en la articulación, buena técnica verista y un teatral uso de los reguladores. Si bien la voz ha perdido esmalte, brillantez y frescura, la sabiduría canora de la cantante nacida en Giovinazzo (Bari), donde el año pasado celebró su treinta años de carrera, administró con inteligencia y sofisticado lirismo sus medios.
Delicada en el acto primero, cálida y segura en el segundo, supo medir perfectamente el aumento y demanda del dramatismo vocal de la partitura en los actos tercero y cuarto. Llegó a su gran aria final Sola, perduta abbandonata con un efectivo manejo de sus recursos vocales, teñidos unos agudos al límite por la fragilidad de una mujer que canta en esa preciosa aria su propio anuncio de muerte. Gran dignidad y sabiduría vocal y teatral la de esta impecable soprano italiana.

El tercer protagonista en liza en este reparto alternativo fue el del barítono californiano Jared Bybee, debutante en el Liceu con esta ópera. Bybee supo destacar con este ingrato rol con una elegante linea de canto, carisma en la interpretación y una emisión fácil y fluida con el que encarnó al hermano explotador y conseguir que esa extraña faceta de proxeneta y fraternal cariño fuera creíble. La voz suena natural y el registro es homogéneo, quedó algo tapado en los números concertantes y en los finales de acto, pero supo destacar al lado de ese robaescenas de libro que fue el gran Carlos Chausson como Geronte di Ravoir. El cantante aragonés volvió a firmar una actuación magistral, lascivo pero sin caer en la caricatura, convierte hasta en entrañable un personaje más bien antipático. La sorprendente frescura de un timbre que todavía suena pleno y rotundo en la gran sala del Liceu, hacen desear y esperar todavía grandes representaciones para esta maduro artista al que ningún papel es pequeño. Su teatralidad, fraseo, respiración, interpretación, son un dechado de virtudes de un cantante que ha hecho de su veteranía un triunfo para placer de propios y extraños.

Entre resto de secundarios de un reparto ajustado, sobresalieron el incisivo Edmondo de Mikeldi Atxalandabaso y la tersa vocalidad de la mezzo Carol García como músico.

El coro sonó compacto en las siempre complicadas intervenciones del primer y segundo acto, a pesar de algún momento de barullo musical por una batuta, la de Emmanuel Villaume, que no pasó de un ajustado concertador. A la lectura musical del francés le faltó la sofisticación minuciosa que reside en la partitura pucciniana, casi inexistente en su lectura en los dos primeros actos, apareció fugazmente en el sugerente y preciosista Intermezzo, aquí colocado entre el tercer y cuarto acto por temas de la dramaturgia de este producción, y en el acto final donde el dramatismo se incrementa exponencialmente.

La lectura en flashback de este coproducción del Liceu, estrenada el año pasado en Nápoles y que se verá en el futuro en el Palau de Les Arts, transportada a finales del XIX tiene sus principales virtudes en su aspecto cinematográfico, en metafórica sinestesia a las virtudes de a partitura. La irreprochable labor del actor Albert Muntanyola, como testigo de sus propias memorias cual Renato anciano, funciona a nivel visual, quizá no tanto a nivel teatral porque parece que la excusa de sus vivencias obliga a su presencia en el escenario casi todo el rato y esto no siempre funciona.

El característico sello Livermore, proyecciones, habilidad en el uso de una misma escenografía bien adaptada a cada acto, y la fluidez de unos movimientos corales efectivos contrastaron con un trabajo de actores más bien superficial. Faltó profundidad en los personajes principales, pero sobretodo delinear con mayor complejidad la primera gran protagonista femenina de Puccini, una Manon Lescaut, víctima de una vida injusta pero valiente en afrontar una realidad a la que se enfrente desde el principio de la ópera.

Foto: Antoni Bofill.