Camarena Baluarte18 

¡Y olé!

Pamplona-Iruña. Auditorio Baluarte. 15/12/2018. Obras de Manuel García, Gioacchino Rossini, Gaetano Donizetti, Giuseppe Verdi, Ruperto Chapí, Pablo Luna, Jacinto Guerrero y José Serrano. Javier Camarena (tenor) y Orquesta Sinfónica de Navarra: Dirección musical: Iván López Reynoso.

Así terminó Javier Camarena su programa oficial, con un ¡Y olé! que fue aclamado por los cientos de aficionados que –sorprendentemente- no llenábamos el Auditorio de la capital navarra. En un in crescendo paulatino el público fue calentándose con el arte y la técnica del tenor y a estas alturas el Te quiero, morena, de la zarzuela El trust de los tenorios, de José Serrano fue el justo colofón a un concierto que puso patas arriba el Baluarte.

Antes de comenzar a detallar el recorrido del recital conviene apuntar la sorpresa que me produjo observar que una figura como el tenor mexicano no era capaz de llenar el Baluarte. A uno sólo se le ocurre preguntarse cuál es la última razón de esta situación: quizás el desconocimiento del cantante –cosa poco probable- o quizás lo poco atractivo del programa, aspecto poco plausible así mismo. Quizás la conclusión tan lógica como dura de asumir es que el número de aficionados al arte lírico es, por estos lares, sensiblemente inferior al que en ocasiones queremos creer.

La primera parte del recital estuvo centrado en el bel canto, con las figuras de Manuel García, Gioacchino Rossini y Gaetano Donizetti. A destacar una interpretación matizada y teatralizada del aria Formaré mi plan, de El poeta calculista, primera de las dos arias de García y que no deja de ser una especie de laberinto vocal donde se describe de forma bastante novedosa los personajes a intervenir en una comedia. En este laberinto Camarena se movió como pez en el agua, simulando los distintos papeles y otorgando a cada uno de ellos y a través de su voz distintas y acertadas caracterizaciones. Otro fragmento del mismo García, un aria de La morte du Tasse nos dio la oportunidad de descubrir el Camarena más recogido, más íntimo.

La interpretación del aria del príncipe Ramiro de La Cenerentola supuso el primer punto culminante; una coloratura acertada y viajes al agudo de asombrosa aparente facilidad provocaron tanto el delirio del público como un comentario irónico del tenor al fin de la misma al apuntar el ¿excesivo? gusto del público por las notas sobreagudas. 

Gustó el tenor de comunicarse con el público de vez en cuando lo que redunda en proyectar una imagen de cercanía. El repaso al bel canto termino con el Ah!, mes amis, sus nueve dos de pecho y un Camarena también en su papel de actor. Muy bien, muy seguro, muy cómodo y natural. Y es que, precisamente, estas son las cualidades del canto del mexicano: sostenido en una técnica apreciable, su canto transmite naturalidad, facilidad y solvencia máximas.

En la segunda parte Javier Camarena se centró en el Alfredo Germont y la zarzuela. La traviata, de Giuseppe Verdi es uno de los próximos retos que justificado en la lógica evolución de su voz va a afrontar Camarena y aquí hemos podido disfrutar del aria y cabaleta del acto II, Lunge da lei… De miei bollenti… Oh mio rimorso! en una interpretación ligera, liviana aunque con la morbidez suficiente. La misma voz que en la primera parte parecía desafiar cualquier lógica aquí se mueve más ajustada aunque el tenor parece consciente, muy consciente, que camina hacia los límites que su voz puede afrontar.

El turno de la zarzuela estuvo dominado por una Flor roja, de Los gavilanes, de Jacinto Guerrero dicha de forma brillantemente insultante, con poesía y encanto, además de utilizar en su mano una rosa roja con la que, una vez más, teatralizó su canto para hacerlo más accesible al público. Esa rosa roja y una sonrisa eterna saltaron al patio de butacas donde imagino que alguien sería un poco más feliz.

Antes, en el Paxarín, tú que vuelas de La pícara molinera y posteriormente, en la ya mencionada jota de El trust de los tenorios Camarena estuvo colosal, primero con su intención y recogimiento, finalmente con su canto extrovertido y en clara complicidad con el público.

Cuando exclamó su ¡Y olé! y así termino el programa oficial gran parte del Baluarte estaba en pie agradeciendo la interpretación, brillante y una simpatía espontánea y natural que contagia, lo que llevó a Camarena a dar cuatro propinas; y es que el público estaba tan entregado como dispuesto a no dar facilidades al tenor para su retirada a camerinos para un merecido descanso. 

Y aquí entramos en una dinámica que con absoluto respeto quiero mencionar: dos propinas consistieron en canciones melódicas de compositores mexicanos cuya idoneidad pongo en cuestión por falta de coherencia con el anterior programa. Y cantar Granada, del también mexicano Agustín Lara tal y como lo hizo Camarena es más un gesto de cara a la galería, a lo circense más que a lo artístico. ¡Qué decir de Noche de Paz! Seguramente muchos de los hipotéticos lectores de esta reseña no estarán de acuerdo con mis apreciaciones y tan legítimo es ello como preferir el irse a casa tras el concierto oficial –como es el caso de quien firma este escrito- antes de entrar en situación de anti-climax tras un concierto tan sobresaliente.

Al tenor acompañó la Orquesta Sinfónica de Navarra bajo la dirección de Iván López Reynoso, que se colocó al servicio del éxito del tenor de forma efectiva y que alternó en los momentos solitarios de la formación navarra páginas de cierta calidad, como la Obertura de La gazza ladra, de Gioacchino Rossini con otros de brocha gorda y sin apenas encanto, como una adusta Obertura de La forza del destino, excesiva en sonido y con desequilibrios evidentes entre secciones de la orquesta.

En apenas un mes un servidor ha podido disfrutar de dos recitales extraordinarios con las voces protagonistas de Piotr Beczala y Javier Camarena, dos voces muy distintas, ambos con técnica brillante que nos han ofrecido dos veladas de enorme altura; y, curiosamente, ninguna de ellos llenó su respectivo recinto. ¿Qué queremos oír, entonces?