Giannattasio Norma Bayerische19 

Fuera de norma

Múnich. 09/01/2019. Bayerische Staatsoper. Bellini: Norma. Joseph Calleja (Pollione), Freddie De Tommaso (Flavio), Christian Van Horn (Oroveso), Carmen Giannattasio (Norma), Angela Brower (Adalgisa), Vlada Borovko (Clotilde). Dir. Escena, escenografía y vestuario: Jürgen Rose. Dramaturgia: Peter Heilker. Dir. musical: Daniele Callegari.

Es sabido que en años anteriores el belcantismo en plazas como la de Múnich estaba regido en el registro sopranil por Edita Gruberová, situación que poco a poco se fue mutando, por lógica y por fortuna –pues la diva ya había suplantado casi por completo a la voz– y los que entonces fueron “sus papeles” fueron vestidos por voces más jóvenes. Es así como Carmen Giannattasio debutó en este teatro con esta misma puesta en escena en 2016, con una voz en principio no convencional para Norma, algo opaca, pero esmaltada, firme en su entero registro y con técnica suficiente como para hacer que sus habilidades en el control del fiato hagan olvidar la presencia de una voz más canónica para el repertorio.

La puesta en escena de Jürgen Rose no se retrotrae sin embargo a hace dos años, sino a más de doce, aunque en ciertos aspectos pueda parecer algo más arcaica, sin apenas referencias que la puedan situar en un determinado periodo de la historia –salvo la presencia de armas semi-automáticas–, ni una localización especial, amén del hedor iraní que destila el chador que visten las mujeres. La escenografía en general tampoco nos dice gran cosa, parca en medios pero efectiva, en donde la iluminación, obra del mismo Rose y Michael Baner, juega un papel fundamental para crear un ambiente que juega únicamente con dos planos: uno superior, en el que destaca la pira sacrificial y un gong, y uno inferior –la habitación de Norma en la que aguardan sus hijos–, al que se accede por una escalera,  y en la que destaca la techumbre triangular retro iluminada que confiere al espacio aires pseudo-futuristas.

Sea como fuere, el gran lastre de esta puesta en escena radica en que parece que ninguno de los implicados se sentó nunca en la platea para escuchar el resultado. Su configuración obliga a que la concha del maestro suggeritore (me convence más que el término “apuntador”) deba replantearse, situándose tras una especie de panel por detrás de las trompas, léase, al fondo a la izquierda, pero no en el ángulo, para que se hagan una idea. Obviamente, desde ahí, el sonido se proyecta como si fuese casi un orquestal más, por lo que por el mismo precio pudimos escuchar –al menos lo que andamos bien de oído– todas las entradas que convenientemente daba.

En lo relativo al reparto, a las cualidades canoras señaladas de Giannattasio se le sumaron aquellas que una voz italiana le confiere via natura al repertorio italiano, sumándole además una convincente dramatización del personaje. A este respecto me dejan de nuevo perplejas las prestaciones de Joseph Calleja, nada que objetar respecto a su voz, con amantes y detractores, aunque criticar su naturaleza no tenga sentido alguno, pues es la que es. Comenzó eso sí con el pie equivocado, pues el primer agudo solicitado fue a todas luces calante y flemático, aunque me siga sorprendiendo que con el clima que han tenido que soportar estas semanas las voces no hayan sufrido más percances como éste. Nada que hacer sin embargo con sus prestaciones dramáticas, totalmente ausentes, a años luz de cualquiera de sus compañeros. Los brazos tendidos y la perpetua mirada al público son ya una señal de identidad de un tenor que olvida parte de la esencia de este arte, que no es otra que la de actuar.

Ver a su lado la Angela Brower es como poner a Katharine Hepburn al lado de Rob Schneider, considerado el peor actor del mundo en no pocos rankings. Esto en todo caso ya no es tanto demerito de Calleja, sino mérito de “la Brower”, auténtica protagonista de esta Norma. El artículo que precede al nombre se va tornando en necesario para poner de manifiesto la personalidad, el talento y las capacidades vocales y dramáticas de esta soprano norteamericana, curtida tras el telón de la Staatsoper muniqués, a la que poco a poco los papeles secundarios se le irán quedando seguramente pequeños. Mención también especial a Christian van Horn, en sustitución de un resfriado Mika Kares, de voz potente y uniforme –próximo Escamillo en la Carmen muniquesa–, a quien la parca puesta en escena facilito su acomodo pese a la urgencia. 

En el segundo acto se produjo un falsa entrada por parte de la orquesta tras el tímido arranque de un aplauso del público, lo que seguramente despistó a algunos instrumentistas no especialmente atentos a sus labores, señal que hizo percibir cierta falta de tensión en general en el foso. Es cierto que en ocasiones como la presente cuesta creer que la orquesta del teatro sea la misma que acompaña a Kirill Petrenko en sus triunfales apariciones. Daniele Callegari no es Petrenko, cierto, pero la aunque su dirección era ya gestualmente plana y algo desatenta con el contrapunto, el brillo y el color deberían haber mostrado algo de lo que en las mágicas noches del director titular percibimos. La misma sensación nos proporcionó el coro, autor de no pocos desajustes en las entradas, amén de cierta apatía en sus prestaciones teatrales, fruto quizás de lo poco que fueron solicitados por el director de escena.