Sokolov

Vehemencia y altivez

En plena quincena del Barcelona Spring Festival, la visita del gran Grigory Sokolov podría haber pasado inadvertida entre tanto Goerne, Trifonov o Gergiev, pero el coloso ruso no necesita del aura dorada de las figuras consagradas antes citadas. Su arte, siempre austero en las formas, alcanza las profundidades más abismales que uno pudiera imaginar. Dice Alfred Brendel sobre Beethoven en su libro “De la A a la Z de un pianista”: “No olvidemos que podía ser grácil a su manera y que su ternura, su dolce, es un rasgo tan distintivo de su personalidad como lo son su vehemencia y su altivez”. Con el máximo respeto a este juicio sobre el genio de Bonn, podrían ser palabras dedicadas al estilo al piano de Sokolov, donde la fuerza de su técnica, la vehemencia interpretativa y la aparente altivez distante de sus modales, saludos fríos y distantes con el público, contrastan con la delicadeza y la dolcezza de una expresividad inenarrable, y una generosidad desbordantes. 

Sokolov parece que quiso abordar de alguna manera el alfa y el omega del piano de Beethoven tocando la temprana Sonata número 3, op.2, compuesta cuando Ludwig tenía 25 años, para luego adentrarse en la aparente liviandad de las Once bagatelas op. 119, compuestas cuando tenía 52 años. La cristalina e incisiva lectura de la sonata tuvo en sus cuatro movimientos, más allá del conocido homenaje a Haydn y la tradición pianística anterior, un corolario de matices, intensidades y búsqueda de la belleza rítmica inspirador. En poco menos de media hora Sokolov mostró al Beethoven juvenil pero con el espíritu puesto en el futuro, donde la narrativa y su fuerza expresiva cristalizaron en trinos chispeantes, quirúrgico uso del pedal, control a piacere del volumen, administración del tempo de manera atmosférica para acabar con un Allegro assai que sonó como una gran ola sonora llena de arpegios como luceros incandescentes. Casi sin pausa emprendió las once bagatelas, un trabajo de orfebrería compositiva y musical, quince minutos de miniaturismo crativo con la grandeza de la visión de un compositor que ya anuncia a Schubert y apunta a Schumann. 

El salto a Brahms fue un recorrido por el abismo de la teclas donde la madurez del músico y la sabiduría del intérprete ofrecieron un remanso de lucidez sonora desarbolante. La grandeza y majestad del piano brahmsiano, aquí dedicado a Clara Schumann, ofrece al intérprete la posibilidad de paladear una escritura rica y llena de melancolía y contrastes. Sokolov siguió la guía iniciada con las bagatelas beethovenianas y construyó cada una de las Cuatro piezas, op.118 como si de un haikú pianístico se tratara. La melodía hipnótica y susurrante del Andante teneramente se balanceó como un sueño mientras que en el Allegro enérgico apareció el sello del Brahms de juventud, fuerte y concienzudo. A todo esto, Sokolov, inmutable, altivo y ensimismado en el mundo sonoro brahmsiano, desgranó las piezas ahondando en la profundidad expresiva del Andante del Romance o en el cierre donde una suerte de espíritu errante en forma de Largo e mesto pareció llevar el piano de Sokolov a una realidad paralela, más allá de la nuestra y sin embargo compartida, ¿impresionismo invocado? Magia Sokolov.

El cierre con las Cuatro piezas op. 119, continuó con la misma ensimismante lectura. El adiós pianístico de Brahms se transforma en un testamento compositivo que traspasa el tiempo y el espacio. Sokolov como sumo sacerdote de las teclas pareció evaporar musicalmente las piezas, el fin de la primera quedó suspendida en el aire en la eternidad de un instante. La musicalidad del intérprete, creó imágenes como la del sencillo pero elegantísimo vals del Andantino, de nuevo un prodigio en la recreación del tempo y su sugerente elasticidad. La construcción del sonido orgánico y juguetón del Grazioso e giocoso contrastó con la Rapsodia final, donde los acordes secos, tremebundos del Allegro risoluto, mutaron en pura energía y fuerza rítmica.

Ovación y las seis consecuentes propinas, generosas, mágicas, donde las lecturas de Schubert o Chopin volvieron a mostrar el arte atemporal de este gigante de las teclas al que uno nunca se cansa de ver tocar.