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Verdi, el bilbaíno

Bilbao. 19/11/2019. Palacio Euskalduna. Temporada de ABAO. Verdi: Jérusalem. Rocío Ignacio (Hélène). Jorge de León (Gaston). Michele Pertusi (Roger). Pablo Galvez (Le Comte de Toulouse). Fernando Latorre (Adhemar de Montheil). Moisés Marín (Raymond). Deyan Vatchkov (Emir de Ramla). David Lagares (Un soldado/Un heraldo). Alba Chantar (Isaure). Gerardo López (Un oficial). Orquesta Sinfónica de Euskadi. Coro de Ópera de Bilbao. Francisco Negrín, dirección de escena. Francesco Ivan Ciampa, dirección musica.

En ocasiones me imagino a la junta directiva de ABAO reunida, cuando alguien toma la palabra y dice "¿A que no hay narices de escenificar todas las óperas de Verdi en el Euskalduna?”. Y alguien que replica: “¿Cómo que no? Pero si somos de Bilbao, hombre. Es más... ¡Verdi era de Bilbao aunque nació en Busseto!". Me permito esta broma para abrir la crónica del estreno en españa de Jérusalem porque conviene poner en valor el empeño de ABAO con el proyecto del Tutto Verdi. No deja de ser una cabezoneria pero de esas gallardas de las que se puede sacar pecho cuando se completa la empresa. Ya solo les queda un título, Alzira, prevista para la próxima temporada. Hay que reconocer a ABAO su empeño e insistencia con un proyecto del que muchos dudaron cuando se puso en marcha en la temporada 2005/2006. Cuestión aparte es su rentabilidad, pues a buen seguro muchos de estos títulos, los menos frecuentados y valorados del catálogo verdiano, han sido deficitarios en un sentido u otro. Pero estas rarezas son también un anzuelo con el que captar a un público internacional, tal y como me comentaba Cesidio Niño, responsable artístico de ABAO: "Tenemos hoy en la sala a varias decenas de estadounidenses que han venido específicamente para ver Jérusalem. Y nos va a visitar también un amplísimo grupo de italianos, procedentes de Parma". La situación económica de ABAO no es boyante, más bien podría ser crítica si las aportaciones públicas no remontan, pero es evidente que el empeño de este Tutto Verdi ha situado a la institución en el mapa internacional.

Sea como fuere, este Jérusalem supuso la primera colaboración de Verdi con un teatro fuera de Italia, por encargo de la Académie Royale de Musique de París. Concebida como uan grand opéra en cuatro actos, con el preceptivo ballet, la obra se estrenó en la Ópera Le Peletier de la capital francesa, en noviembre de 1847. Se trataba de una revisión de I Lombardi alla prima crociata, estrenada en La Scala de Milán en febrero de 1843 y representada en ABAO la pasada temporada. La acción se trasladaba así de Lombardia a Francia, sustituyendo Milán por Toulouse y Antioquía por Ramla. Aunque se trate de una adaptación de un título anterior, el resultado es lo suficientemente diverso como para que pueda hablarse de un título practicamente nuevo, preñado además de numerosas fórmulas que Verdi había empleado en algunos de sus primeros éxitos, como Ernani, I due Foscari o Giovanna d´Arco. De hecho, suprimido el ballet, la obra volvió a estrenarse en Italia como Gerusalemme en diciembre de 1850, en la Scala de Milán.

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Fruto de una coproducción con el Theater Bonn, donde se estrenó en 2016, la producción firmada por Francesco Negrín queda lejos de satisfacer las necesidades de una obra poco afortunada en su desarrollo dramático, que avanza a trompicones, sin demasiada fluidez. La vocación no es criticable, desde una apuesta por actualizar y renovar una trama que hoy puede sonar distante. Pero el recurso a la Divina comedia de Dante resulta ser, a la postre, poco más que una ocurrencia. El restulado es un espectáculo bastante confuso y poco estimulante, con diversas alusiones al Limbo, al Purgatorio y al Infierno. La escenografía de Paco Azorín resulta vistosa aunque termina por ser demasiado rigida y estática. Más atinada fue la iluminación de Thomas Roscher, que contribuye a generar ambientes y contrastes junto a las proyecciones en video de Joan Rodón y Emilio Valenzuela.

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Debutante en la temporada de ABAO -ya era hora, por cierto-, el tenor tinerfeño Jorge de León exhibió poderío vocal con la parte de Gaston, esforzándose por plegar su amplio y brillante instrumento a esa difícil mezcla entre el estilo verdiano y el fraseo propio de un libreto en francés. Estrenado nada menos que por Gilbert Duprez, este papel es ingrato, tanto por su extensión como por su tesitura, y a buen seguro no es el repertorio que mejor cuadra con los medios de Jorge de León. De ahí que deba aplaudirse doblemente su esfuerzo por hacer suya una parte que pide un material más liviano y belcantista. La voz del tinerfeño está en un momento exultante: segura, brillante, amplia... restallante en el agudo. Viéndole en escena era evidente que su instrumento pide papeles como Samson, Dick Johnson, Maurizio di Sassonia o Loris Ipanov. Ojalá no tarde en cantarlos.

La soprano sevillana Rocío Ignacio confirmó la buena evolución de su trayectoria, como ya dejó patente con su Desdemona de hace unos meses en Málaga, precisamente junto al primer Otello de Jorge de León. La voz de Ignacio suena amplia y firme, segura en toda la tesitura y arrojada en el agudo. Conviene poner en valor su esfuerzo para cantar una parte bastante extensa, que alterna partes de gran lirismo con otras de mayor dramatismo. Su Hélène sonó muy musical, bordando su hermosa intervención del tercer acto "Que m'importe la vie... Mes plalintes sont vaines". A su lado el bajo italiano Michele Pertusi dejó una lección de oficio y estilo, con un Roger impecable. Completaba el elenco un amplio plantel de comprimarios, voces bien escogidas y por lo general muy competentes en sus intervenciones: Pablo Galvez (Le Comte de Toulouse), Fernando Latorre (Adhemar de Montheil), Moisés Marín (Raymond), Deyan Vatchkov (Emir de Ramla), David Lagares (Un soldado/Un heraldo), Alba Chantar (Isaure) y Gerardo López (Un oficial).

En el foso, muy solvente trabajo de Francesco Ivan Ciampa al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, a la que exprimió con ahinco, como era patente en sus gestos, nunca satisfecho del todo con el resultado, buscando siempre otra vuelta de tuerca más, especialmente en los pasajes donde la orquesta servía de colchón a las intervenciones del coro y donde Ciampa se esforzó por sembrar algo de magia, huyendo de la rutina. El Coro de Ópera de Bilbao firmó por cierto una de sus mejores actuaciones en los últimos años, con un sonido rico y compacto, bien empastado y bastante nítido en su articulación del texto francés. Irreprochable también su implicación con la producción de Negrín, que les requiere abundante movimiento.

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