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STEMME UND GOULD

Berlín. 1/12/2019. Deutsche Oper. Wagner. Tristan und Isolde. Stephen Gould (Tristan), Nina Stemme (Isolde), Ante Jerkunica (rey Marke), Martin Gantner (Kurwenal), Daniela Sindram (Brangäne). Dirección de escena: Graham Vick. Dirección musical: Donald Runnicles. 

Tristán e Isolda. El amor infinito, más allá de la muerte. La pasión romántica, arrebatada, pero también hoy diríamos que autopsicoanalizada. Una de las cumbres del teatro, de la música, del drama musical. Pero al fin y al cabo y, sobre todo, la historia de dos seres humanos perdidos, cuyo único clavo que tienen para agarrarse es ese amor. Porque en casi todas las obras de Wagner antes de que comience la acción ya han pasado muchas cosas. En este caso, la más importante es que Tristán e Isolda ya estaban enamorados antes de tomar el famoso filtro de amor. Esa mirada cuando ella lo reconoció cuando le cuidaba y no lo mató selló el fatal amor. ¿Eso nos querrá explicar Graham Vick en su puesta en escena para la Deutsche Oper y que fue estrenada en 2011? ¿Que todo tiene un origen que no conocemos? Sinceramente no lo sé. Sólo al final de la obra parecen tener sentido los dos primeros actos, que a primera vista se muestran totalmente erráticos, viendo a los protagonistas en una especie de geriátrico, consumida su vida por ese amor sin futuro. Entonces podemos intuir cómo fueron aquellos años donde Tristán lleva a Isolda junto al rey Marke o la consumación verbal de ese amor que tiene lugar después, en un entorno tan burgués como lo era la vida y el mundo de Wagner. Seguramente hablando con el director nos explicaría cada detalle que creemos absurdo, cada movimiento que se nos escapa en toda la escenificación. No es Vick hombre superfluo, pero sigo pensando que si alguien tiene que explicar una puesta en escena a personas medianamente conocedoras de la obra y su trama, es que algo falla.

Dos titanes fueron los protagonistas de la función que comento. Dos voces portentosas, maduras, en plena forma para enfrentarse a una de las más duras pruebas de un cantante wagneriano. ¡Y cómo la superaron! Sobre todo Nina Stemme, regia, con un canto sin mácula, mejor que las últimas veces que había tenido la suerte de oírla. Su timbre, su potencia, su asunción del papel es irreprochable y brilló especialmente en el segundo acto en dúo con Gould, que fue memorable. En el resto de sus intervenciones volvió a marcar distancias, tanto en ese primer acto, que es especialmente suyo, como en el conmovedor Liebestod. Hubo algún agudo gritado (algo que no es raro en Stemme) pero se olvidó rápidamente ante el despliegue de sutileza, de control vocal de ese, reitero, dúo fascinante. Sobra decir que la cantante sueca es un animal de teatro y que su Isolda (como su Kundry, como su Brunilda) rezuman una clase y una garra escénica que pocas cantantes consiguen. Lo volvió a demostrar esta velada. Stephen Gould estuvo también impecable en su encarnación de un Tristán derrotado desde la primera nota que emite. Su timbre es de gran belleza y su voz corrió sin problemas por la sala incluso en los momentos de más arrebato orquestal. Pese a que su acto es el tercero, dramática y musicalmente interpretado con maestría, fue en el segundo donde dio lo mejor de si mismo. Como actor tiene muchas más limitaciones que su compañera, pero su enfoque del personaje, ese hombre derrotado y sin la fuerza que le ha arrebatado el amor, le permite no tener que hacer alardes dramáticos. Voz joven, con potencia, de estimable volumen es la de Ante Jerkunica que gustó en su encarnación del rey Marke. Mucho más cómodo en la zona central y grave de su papel, le faltó, quizá, una mayor hondura y sentimiento en su famoso monólogo.

Ni el de Brangäne ni el de Kurwenal se considerarían secundarios en óperas que no contaran con dos protagonistas tan monumentales. El primero fue defendido por una correcta Daniela Sindram que dio lo mejor de si en esa maravilla de la historia de la música que son los “avisos” del segundo acto y el fiel amigo de Tristán estuvo a cargo de ese gran barítono que es Martin Gantner, siempre impecable, aquí especialmente en un segundo donde volvió a demostrar su clase y ese canto tan noble que, aunque no lo parezca, entronca con el barítono verdiano.

El maestro escocés Donald Runnicles no saldrá nunca en la lista de los diez mejores directores operísticos elaborada por sesudos críticos, pero firmó un Tristán impecable de principio a fin, con un preludio antológico y una clase y buen hacer que muchos querrían lidiando con semejante partitura. Sus tempi se adecuaron al ritmo de la historia y la orquesta (la de la Deutsche Oper, obviamente), con excelentes solistas y una cuerda estratosférica, atendió con gran profesionalidad las indicaciones del director. Un lujo para esta ciudad, Berlín, que cuenta, sin duda, con la oferta musical (en el apartado clásico) más punte