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La mano derecha

Madrid. 23/01/20. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Obras de Beethoven y Tchaikovsky. Behzod Abduraimov, piano. Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Yuri Temirkanov, dirección.

¿Qué tiene más peso en la dirección de orquesta? ¿La técnica de la mano derecha, pues sin técnica no hay base, o la expresividad de la izquierda, pues sin ella nada tendría sentido? No es que quiera aquí abrir este debate, finito ya desde su planteamiento, puesto que la discusión no encontraría, me temo, su fin. Todo depende como depende todo. De cada uno y su punto medio, por supuesto. De cómo se interpreta y de cómo se escucha, entre los atriles y entre el público... pero el caso es que en el último concierto ofrecido por Ibermúsica, en el que la Filarmónica de San Petersburgo y Behzod Abduraimov sustituían a la Bayersichen Rundfunks e Igor Levit tras el triste fallecimiento de Mariss Jansons, su colega Yuri Temirkanov (presente en su entierro junto a Alfonso Aijón, fundador de Ibermúsica) apareció en el atril del director dispuesto a dirigir Beethoven prácticamente tan sólo con su derecha... y mis oídos, finalizada la música, entraron en conflicto.

No es que Temirkanov haya sido un director, desde siempre, que guste de "sacar a pasear" su izquierda, pero al empezar el Concierto para piano nº1 del genio de Bonn, a través de su gesto quedó claro su concepto. El ruso, que presenta un acusado temblor de manos, apenas despegó su izquierda del atril, del mismo modo que hizo con su mirada. Así pues, el característico movimiento de su derecha, lanzando la mano hacia arriba, tiró (casi literlamente) de la Filarmónica de San Petersburgo que, parece, no terminó de encontrar su mejor forma a lo largo de la partitura. El Allegro con brio inicial, con toda su extensa introducción, se dibujó vacío de expresividad, un tanto deshilvanado, alicaído. La entrada de Behzod Abduraimov tampoco terminó de elevar la propuesta, con un fraseo en pro del virtuosismo técnico (su vertiginoso tempo del Rondó se transmitió a una cuerda excesivamente superficial) y con un trabajo del sonido un tanto plano, la lectura fue correcta, aunque no singular, ni reflexiva. Quizá lo mejor, con todo, lo encontráramos en el Largo central, donde siguió faltando una batuta que lo aunase todo, que le confiriera homogeneidad al conjunto, siendo Abduraimov quien hizo por estar atento, más que por conversar, con los estupendos clarinetes. Obvio que el trabajo no se realiza sólo durante el concierto, pero ¿se puede dirigir Beethoven sólo con la derecha?

En la segunda parte, Tchaikovsky y su Cuarta sinfonía parecieron devolvernos al Temirkanov de ocasiones anteriores. Aquí sí, se escucharon las inflexiones, los contrastes perseguidos por el compositor, edificando una lectura de poderoso drama, sin duda resaltado por las características propias de la Filarmónica. Un deleite, por cierto y en concreto, ver el compromiso continuado con la partitura por parte de sus maderas, especialmente Olesia Tertychnaia y Varvara Zakharova en flauta y piccolo, respectivamente, máxime en una formación tan carente de igualdad, con apenas un 15% de mujeres entre sus atriles. Un punto más moroso de lo acostumbrado el Andante inicial, con el que se dio comienzo a una Cuarta de firma propia, con más lirismo que abandono, más tensión que tristeza. Un drama más bien amargo, de metales contundentes y precisa percusión (estupendo Dmitrii Klemenok en los timbales), con minucioso empaste en los pizzicati del tercer movimiento y donde Temirkanov se creció al llegar su final, en el marcado fuoco de su Allegro conclusivo.

Foto: Rafa Marín / Ibermúsica.