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Bendita curiosidad

Vitoria-Gasteiz. 22/09/20. Auditorio del Conservatorio Jesús Guridi. Obras de R. Dussaut, H. Covatti, I. Albeniz y J. Guridi. Iñaki Encina, piano. Adriana González, soprano.

Una de los aspectos que más me llama la atención de algunos aficionados a la música es su falta de curiosidad. Hay melómanos que pueden estar con unos pocos compositores, una época muy concreta y/o una decena de títulos toda una vida sin que se les despierte la necesidad de explorar nuevos mundos. Aunque me sorprenda, hay melómanos que no son curiosos.

Un servidor peca de lo contrario; cuando la dirección de esta revista me aconsejó asistir a este concierto –que reconozco había pasado desapercibido a mi persona- lo hizo subrayando la calidad vocal de la soprano guatemalteca Adriana González, y no cabe duda que era un elemento a considerar aunque lo que me empujó definitivamente al auditorio del Conservatorio de la capital alavesa fue el programa, basado en dos nombres totalmente desconocidos para quien firma esta reseña, a saber, Robert Dussaut (1896-1969) y Héléne Covatti (1910-2005), franceses y testigos musicales del siglo XX.

Desconozco el tirón de estos dos compositores en su Francia natal aunque por las palabras del pianista Iñaki Encina, acompañante de la soprano y auténtico maestro de ceremonias durante todo el concierto como luego detallaré, ambos están –¿han estado?- arrinconados y llenos de polvo en el cajón del olvido, cajón que parece existir en todas las latitudes.

Canción francesa, dos compositores recuperados, una soprano emergente, un pianista con dedicación y devoción… ¿Y aun queremos más? Si. Normalidad para poder asistir a un concierto, este o cualquier otro en mejor disposición, aunque las cosas parece que van despacito, así que habrá que acostumbrarse. 

No es Vitoria-Gasteiz un nombre de relevancia alguna en esto de la lírica y reconozco que me sorprendió ver una entrada bastante apañada, dadas las circunstancias. Calculo unas 250 personas que asistieron a un concierto de extrema generosidad –casi cien minutos- que fue presentado, coordinado, dinamizado y amenizado por Iñaki Encina, un guipuzcoano que acabó estudiando en el mismo conservatorio vitoriano que le contemplaba en concierto y que más tarde acabó en Toulouse y París en su proceso académico. Y quisieron las circunstancias que su profesora de piano resultara ser una mujer adorable que era, a la sazón, la única hija de dos músicos casi olvidados por el público francés y europeo: Robert Dussaut y Héléne Covatti. Ahí surge la pasión del pianista por recuperar una obra que se encontraba desperdigada por distintos lugares de la misma casa a la que iba a perfeccionar sus estudios.

El pasado marzo, días antes del inicio del confinamiento, cuando estaba prevista la primera fecha para este concierto ambos artistas publicaron el disco recopilatorio de estas canciones y el concierto suspendido y el disfrutado se han construido en torno al material recuperado para la edición fonográfica. Dos detalles se acoplaban al programa con intención de homenajear a dos relevantes músicos: por un lado, las Seis Baladas, de Isaac Albeniz (y es que el nombre del auditorio del conservatorio vitoriano es, precisamente, Auditorio Isaac Albeniz) además de una pequeña canción de Jesús Guridi, Mañanita de San Juan, inevitable en su ciudad natal. Un programa, por lo tanto coherente, bien construido y lleno de detalles amables.

Las canciones de Robert Dussaut y Héléne Covatti tienen un identificable sello francés. El primero, ganador del Gran Premio de Composición de Roma en 1924 –lo que no le supuso un éxito inmediato en su trayectoria compositiva- aportó muchas melodies o canciones además de música de cámara, tres sinfonías y cinco óperas, Altanima estrenada en 1969 o la curiosa –por el título- Manette Lescaut, pendiente de estreno entre ellas. De seguro que las dos guerras mundiales y los azarosos años de entreguerras no le ayudaron en su empeño de dar a conocer su corpus compositivo.

Su consorte, de origen griego, vivió prácticamente todo el siglo XX. Nació antes de estallar la I Guerra Mundial y murió cuando Google había nacido así que difícil imaginar mejor testigo de la evolución de la música clásica francesa y europea. Tuvo distintos alumnos y, por ejemplo, recomendó a Iannis Xenakis que siguiera trabajando con Olivier Messiaen, visto el cariz que estaba tomando su carrera.

El valor de la recuperación de Covatti es mayor si tenemos en cuenta que como mujer compositora su arrinconamiento ha sido mayor. De ahí que, tal y como Iñaki Encina mencionó en una de sus amenas intervenciones, supone mayor satisfacción dar a conocer su trabajo.

Las canciones de Covatti están marcadas por una gran vitalidad y fueron expresadas de forma convincente por Adriana González, una soprano a seguir en el futuro inmediato. Una voz de centro hermoso, con graves sonoros y agudos –tampoco es que en este sentido las canciones elegidas fueran muy exigentes- que llenaban el auditorio de una sonoridad apabullante. En los próximos meses, siempre que la pandemia lo permita, se le podrá escuchar tanto en Madrid (Teatro de la Zarzuela, con Marianela) como en Barcelona (Gran Teatre del Liceu con La bohéme) y desde aquí considero conveniente recomendar el seguir a la centroamericana. Conseguir el primer premio de Operalia 2019 fue el empujón definitivo aunque aun podemos disfrutarla en estos escenarios modestos antes de que su carrera termine de despegar.

La labor de Iñaki Encina al piano solo puede calificarse de excelente por su implicación, por su pasión y por la convicción que transmite a la hora de presentarnos la obra ignota de dos orillados por el paso del tiempo. Está claro que su curiosidad ha dado como fruto tanto la misma grabación como el ciclo de conciertos en que están inmersos.

En una de sus intervenciones Iñaki Encina tuvo a bien anunciar que la misma pareja protagonista va a enfrascarse en la grabación de toda la obra vocal para piano y voz de Isaac Albeniz, entre las que se encuentran las arriba mencionadas Seis Baladas, obras de su juventud. Antes de comenzar el concierto el Conservatorio ofreció a la joven Estibalitz Arroyo la oportunidad de cantar, acompañada al piano por Joana Otxoa de Alaiza una canción de Reynaldo Hahn, Le rossignol des lilas, que hizo con pulcritud e intención interesantes y que guardaba perfecta coherencia con lo que venía después. Una iniciativa muy interesante esta de insertar pequeñas intervenciones, que no son sino pequeñas oportunidades para que cantantes jóvenes se fogueen frente al espectador.

En definitiva, un oasis musical en un momento en el que (nos) parece que no hay hueco para el arte. De agradecer, sobre todo al curioso.