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Igor Stravinsky en su 135 aniversario: "Canto fúnebre" y los comienzos de la genialidad

La música clásica es lo que tiene, que de vez en cuando, o más bien siempre, nos da sorpresas maravillosas. No hay más que acudir a cualquier auditorio o teatro de ópera para ser conscientes de ello. A veces, además, las sorpresas vienen en forma de rescate, de redescubrimiento, de volver en el tiempo. Igor Stravinsky nos acaba de dar una bien grande: redescubrir sus orígenes a través de una de sus primeras grandes obras: Canto fúnebre, que el compositor dedicó a la memoria de su maestro Nicolai Rimsky-Korsakov. Y es que los orígenes de Stravinsky no son unos cualesquiera, son los comienzos de una genialidad irrepetible que ha marcado uno de los puntos de inflexión en la historia de la música. 

El descubrimiento

Cuando se acercan las celebraciones por el primer centenario de la Revolución rusa de 1917 (8 de marzo a 8 de noviembre) que acabó con el régimen  zarista e instauró la República Federativa Soviética Rusa, vuelve a nuestras manos y oídos uno de sus tantos damnificados, en todos los sentidos. En lo estrictamente musical, Prokofiev tuvo prácticamente que reinventar desde la nada su Concierto para piano nº2 cuando al parecer su partitura fue utilizada para encender el fuego con el que cocinar una tortilla. Dada por perdida se tenía también la Primera sinfonía de Rachmaninov hasta que a mediados de los años cuarenta aparecieron las partituras utilizadas en la noche de su estreno, en 1897. Muchas otras piezas no corrieron la suerte de la recreación o la resurrección y han sido sepultadas por el tiempo, perdidas, olvidadas o destruidas durante la sublevación bolchevique. Una de ellas ha abandonado reciéntemente los pretéritos para volver al presente: Chant funèbre (Canto fúnebre) de Igor Stravinsky, hasta ahora y desde hace más de un siglo desaparecida. 

El descubrimiento se lo debemos a la musicóloga rusa Natalia Braginskaya, quien ya llevaba un tiempo sobre la pista de la obra.  y una bibliotecaria del Conservatorio de San Petersburgo. A la historia se le ha de sumar ese toque de casualidad con el que siempre hay que contar, pues la música de Stravinsky apareció en una pila de partituras que sólo la remodelación de los archivos del conservatorio sacó a la luz, permitiendo el análisis de infinidad de documentos mientras se recolocaban en sus nuevas dependencias. 
La buena nueva se dió a conocer el pasado 4 de septiembre en el Congreso Internacional de la Sociedad de Musicología de San Petersburgo. Dos meses después, el 2 de diciembre de 2016, Valery Gergiev y la Orquesta del Teatro Mariinsky estrenaban de nuevo este Canto fúnebre. En España la escuchamos por primera vez el 24 de febrero de este año, gracias al ciclo de conciertos Ibermúsica, con uno de los mejores embajadores stravinskianos que ha dado la historia de la música, el director de orquesta finlandés Esa-Pekka Salonen, con quien hablamos en las siguientes páginas, y la Philharmonia Orchestra, formación de la que es titular.

El Stravinsky de 1908

Como es de suponer, el Stravinsky que encontramos en 1908, con tan sólo 26 años de edad, es aún un joven “aprendiz” que debe y bebe de sus mayores, aunque es también evidente en su escritura la búsqueda de su propio camino, de sus propias formas, tal y como puede apreciarse en este Canto fúnebre, un buen modelo de la evolución temprana del compositor.

Aunque sus padres eran dos reputados músicos (la madre pianista y el padre cantaba como bajo en la compañía de la Ópera de San Petersburgo), no quisieron que el pequeño Stravinsky siguiera sus pasos, por lo que le matricularon para que estudiara Derecho, si bien el destino quiso que en la Universidad conociese a Vladimir Rimsky-Korsakov, hijo del afamado compositor al que Stravinsky profesaba gran admiración. 

En 1902 fallecía al padre de Stravinsky y a este se le abrió una puerta hasta entonces cerrada para él. Si bien había tomado algunas lecciones de piano y música, fue con el fallecimiento de su progenitor cuando el estudiante de leyes se sintió libre por primera vez para adentrarse en la vanguardia musical rusa de la época. Pronto convenció a Vladimir para que le llevase frente a su padre y pronto convenció a este para que le instruyese cual pupilo.  Ocurrió ese mismo año durante unas vacaciones en Badl Wildungen, un pequeño pueblecito alemán a medio camino entre Frankfurt y Hannover. El “flechazo” entre ambos músicos fue instantáneo. Rimsky-Korsakov pronto se convirtió en una figura indispensable para el joven Stravinsky, una suerte de segundo padre que le enseñó todo lo que necesitaba saber sobre orquestación durante los siguientes años.

Hasta 1907, Stravinsky apenas había compuesto un puñadito de pequeñas piezas centradas en el piano, seis o siente, algunas de ellas con títulos estrafalarios como la canción Las setas van a la guerra, con toda una relación de hongos en su letra, pero fue entonces cuando completó la que podríamos catalogar como su primera obra bajo el paraguas de su tutor (a él se la dedica:  “A mi querido maestro Nicolai Andreyevich Rimsky-Korsakov”) su Sinfonía en re bemol mayor, desde luego su primera “gran” partitura, de 12 minutos de duración.

Mientras tanto la vida continuaba. Stravinsky se casaba con su prima Catherine Nossenko y tenían dos hijos. Llegado el momento, el compositor terminaba su siguiente pieza de relieve: Fuegos de artificio, para la celebración de la boda de la hija de Rimsky-Korsakov, pero entonces recibió una demoledora noticia: el maestro había muerto sin cumplir los 65 años de edad.

Pogrebal’naya Pesnya

Un auténtico mazazo que dejó a Stravinsky desolado. El mundo se le vino momentáneamente abajo. De ese dolor surgió la música protagonista de estas líneas, su Pogrebal’naya Pesnya, su Canto fúnebre dedicado a Nicolai Rimsky-Korsakov. El estreno tuvo lugar en enero de 1909 dirigido por Felix Blumenfeld, en el Conservatorio de San Petersburgo, del que Rimsky-Korsakov fue director. Desde entonces, nada más se supo de la música, hasta ahora.

No estamos ante una pieza muy extensa, apenas supera los diez minutos de duración, en la que por supuesto escuchamos toda la influencia de Rimsky-Korsakov en la orquestación, así como a otros grandes padres de la música rusa como Modest Mussorgsky, cuyas formas en obras tan conocidas como Cuadros de una exposición parecen aquí evidentes. Claude Debussy también podría aparecer en el tratamiento de las maderas y, sorprendentemente, escuchamos al mismísimo Richard Wagner, del que tanto renegó Stravinsky durante su madurez. Los dos mayores círculos de influencia en el cambio de siglo para cualquier autor en la búsqueda de un camino propio. En efecto, distinguimos aquí a Parsifal, también a las valquirias, ya desde el murmurando inicial en la cuerda, de marcada similitud al comienzo de El pájaro de fuego. Y esta es una característica a tener en cuenta.

No sólo en Canto fúnebre Stravinsky bebe, sino que también emana formas propias que desarrollaría poco después en sus ballets, bajo el amparo de Diaghilev, como toda esa utilización de los cromatismos y la forma de armonizarlos, donde cada solista de la orquesta muestra sus respetos ante la tumba del maestro. Es la primera obra que podríamos considerar como esencial en su firma, ahora que Rimsky-Korsakov ya no estaba. Es el comienzo de la genialidad.

Foto: Judd Gunderson