DonGiovanni Liceu A.Bofill

Metafísica sin infierno

Barcelona. 21/6/2017. Gran Teatro del Liceo. Mozart: Don Giovanni. Mariusz Kwiecień (Don Giovanni), Eric Halfvarson (Commendatore), Carmela Remigio (Donna Anna), Dmitry Korchak (Don Ottavio), Miah Persson (Donna Elvira), Simón Orfila (Leporello), Valeriano Lanchas (Masetto), Julia Lezhneva (Zerlina). Dir. Escena: Kasper Holten. Dir. Musical: Josep Pons.

Nueve años después ha vuelto Don Giovanni al Liceu, en una propuesta muy lejos de la que planteó Bieito para entonces. Diría que esta vez es incluso austera en su concepción global, por mucha high-tech que se haya anunciado a los cuatro vientos, con la proyección de imágenes sobre un decorado móvil. Una puesta en escena, firmada por Kasper Holten, muy lograda desde un punto de vista técnico y coherente con la lectura teatral de la obra, lo cual ya es mucho decir. Eso sí, algo malogrados y faltos de naturalidad –por repetitivos– resultaron algunos elementos de la proyección en los que descansa toda la dramaturgia, que pretendía dibujar, mediante el engranaje virtual de escaleras, pasillos y puertas garabeteadas con los “trofeos” de don Giovanni, la complejidad psicológica del personaje principal atrapado en su torbellino vital. Esto restó crecimiento narrativo al drama, que sin embargo fue magistralmente resuelto en la agonía final de un don Giovanni “punito” desde una lectura inteligente y profunda.

Para bien y para mal Mozart deja a cualquiera al descubierto, desde la batuta hasta el asistente de iluminación en su aterradora transparencia. Si hay algo que elevó este Don Giovanni, se gestó en el trabajo desde el foso y en el elenco vocal. Más allá de algún desajuste notable pero muy puntual en los metales durante el primer acto, la orquesta estuvo dotada de frescura y agilidad en los momentos decisivos. En los matices, en las pequeñas transformaciones, se concentra toda la riqueza expresivamente polisémica de la música de Mozart, esa genialidad que como reconocía Joan Maragall, permite concentrar en la música todo el espíritu trágico del drama. Se trata de una lección que Josep Pons conoce en profundidad y que logró materializar con precisión en la orquesta. La buena integración con las voces y la magnífica administración del color y las dinámicas fueron sus mejores armas para alcanzar una meritoria imbricación escénica.

Por su parte, el coro rindió con gran prestancia y aunque algo desigual, el reparto vocal estuvo a la altura de la exigente vocalidad mozartiana. En primer lugar, cabe destacar un Don Giovanni desde el punto de vista dramático perfectamente perfilado en su escisión interna: Mariusz Kwiecień comenzó sin relieve en ningún aspecto pero fue creciendo hasta erigirse en un convincente dissoluto, arrogante y seductor, haciendo gala de un poderoso registro con excelentes prestaciones en el segundo acto. La magnífica sintonía que con él mostró un desenvuelto Simón Orfila en su rol dio lugar a un espléndido Leporello, con sobrados recursos en el registro central. Carmela Remigio que debutaba en el Liceu, se mostró consistente pero fue sin embargo una Donna Anna algo plana teniendo en cuenta la compleja ambigüedad del personaje, poco acertada en el registro dramático. El Ottavio cursi de Dmitry Korchak triunfó no tanto por su prestación escénica como por la vocal, especialmente en Dalla sua pace mediante un timbre cálido y un fraseo limpio y cuidado. Miah Persson fue una Donna Elvira más cómoda en los agudos que en graves poco abundantes, con una delicada y excelente Ah, ci mi dice mai en la que brilló una orquesta pulcra y orgánicamente fluida. Más discreto fue Valeriano Lanchas en un Massetto algo perdido en la escena y de timbre poco atractivo, mientras que Julia Lezhneva ofreció en su debut en el teatro una Zerlina rica en matices y de musicalidad espontánea. Finalmente Halfvarson destacó con un Commendatore muy conseguido, con una voz oscura y de gran alcance en un rotundo y solemne final junto a Kwiecień, renunciando desde una contundente proyección vocal al arrepentimiento. En la entusiasta respuesta del Liceu las ovaciones fueron para ambos, y más aún quizás para Korchak. Una ovación mayor se echó en falta sin embargo para lo más reseñable, para la orquesta y su director. 

La propuesta de trazar una lectura más sutil y metafísica del drama, mucho más reflexiva en la muerte y sin la obviedad de dibujar el infierno al que se precipita el insaciable Don Giovanni, se alimentó más que de novedades en la dirección escénica de una buena conjugación de talento en voces y orquesta capaz de revelar, velando y desvelando a la vez, parcelas esenciales de esta obra maestra. En definitiva, arrastrados por la propia grandeza de Don Giovanni subió de nuevo a la escena un arquetipo que se sobrepone a cualquier lectura, para ser capaz de seguir interpelándonos.