Lutero Laud Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla

 

El impacto en la música clásica de la Reforma, en su 500 aniversario 

Que la segunda acepción de la RAE del verbo protestar sea “confesar públicamente la fe y creencia que alguien profesa y en que desea vivir” está en completa armonía con aquella en la que se señala cómo también éste resulta apto para “expresar, generalmente con vehemencia, su queja o disconformidad”. En cuanto al otro termino en liza en nuestro asunto a tratar, reformar, observa nuestra ínclita academia como su invocación es apta si lo que se pretende es “enmendar”, y/o “corregir la conducta de alguien, haciendo que abandone comportamientos o hábitos que se consideran censurables”.

Esto, con poco más que añadir, y seguramente mucho que explicar, encierra a grandes rasgos gran parte del significado de lo que nos ocupa en estas líneas, que no es si no ese movimiento religioso iniciado en los albores del siglo XVI, la genéricamente llamada Reforma, de la que este año celebramos el 500 aniversario, y que tendría como principal consecuencia la formación de las denominadas iglesias protestantes.

El arranque de la historia es seguramente conocido: la adhesión en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg por parte de Martin Lutero, un teólogo agustiniano natural de Eisleben –en realidad fueron alumnos del susodicho–, de 95 tesis, léase, 95 “conclusiones razonadas” en alemán –detalle no baladí– sobre el poder y la eficacia de las indulgencias. El hecho en sí no constituía sino un auténtico desafío a las enseñanzas de la católica iglesia de Roma, por poner en discusión no solo la utilidad de las indulgencias, sino la naturaleza de la penitencia y en definitiva la mismísima autoridad del papa.

Lo acontecido en Wittenberg en 1517 encuentra su justificación en un preciso y meditado acto de rebeldía contra el arzobispo de Magdeburgo, Alberto de Hohenzollern, quien habría mandado por sus dominios al predicador Johannes Tetzel con la tarea el difundir entre sus feligreses las diversas “opciones de pago” para obtener la anhelada indulgencia divina. El propósito era doble, por un lado, la recaudación en aras de financiar la reforma de la basílica de san Pedro, propiciada por el vigente papa León X, y por otro el alivio de la deuda del propio arzobispado con una importante familia de empresarios textiles, los Fugger –retratados por el mismo Alberto Durero–, un pasivo contraído tras la compra a la Sede Apostólica de la dispensa de prohibir la acumulación de beneficios eclesiásticos.

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Será precisamente en una carta al músico basiliense Ludwig Senfl, datada en 1530, donde Lutero redactará uno de los párrafos más categóricos al respecto a su pensamiento sobre la música, señalando que ésta “es en parte como una disciplina que vuelve a los hombres más pacientes y dóciles, más modestos y racionales. Quien la desprecia, como hacen todos los fanáticos, no concordará en este punto. Es un don de Dios y no de los hombres; aleja al maligno y otorga la felicidad.

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