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La dignificación como homenaje

Barcelona. 10/4/2019. Auditori. Falla: El amor brujo y El sombrero de tres picos. Marina Heredia, cantaora. Carmen Romeu, soprano. Stravinsky: Suite de Pulcinella. Mahler Chamber Orchestra. Dirección: Pablo Heras-Casado.

Magnífica visita de una portentosa Mahler Chamber Orchestra (MCO) dirigida por Pablo Heras-Casado, en el marco de la gira bautizada como Magia! que arrancó en Amsterdam y ha seguido por la geografía española, y cuyo hilo conductor es la obra de Manuel de Falla. En el caso de la gira española, con un programa interesante y bien trazado, haciendo dialogar el clasicismo moderno de Stravinsky con Falla y una época dorada de la música española, en tres partituras de concepción plástica y dramática (dos ballets y una gitanería revisitada como ballet) que se aguantan –si se defienden adecuadamente – por sí solas. Capítulo aparte es la situación musical de esta ciudad, con una entrada muy discreta, escandalosamente baja para lo que merecía la cita, incluso teniendo en cuenta que coincidía con la Pasión según San Mateo de Bach servida por Paul Mc Creesh y el Gabrieli Consort and Players en el Palau. 

Para empezar una sobria lectura de elegancia neoclásica y esmero por el equilibrio sonoro de la suite del ballet Pulcinella, cuya genealogía cumple cien años. El fraseo cantábile y siempre controlado por la batuta, que dejó airear las frases, tuvo como respuesta la luminosidad que desplegó la MCO desde una “Sinfonía” refinada. Una interpretación irreprochable y encantadora, dotada de la justa dosis de humor y vivacidad y derrochando virtuosismo a raudales. Reseñable la afinación y garra de contrabajos y el sonido emotivo y diáfano de las maderas en la Gavotta. 

El sombrero de tres picos, partitura que celebra su centenario y que mantiene su frescura cuando se lee como fue en este caso, cerraba la primera parte. Una obra que también nace del impulso de Diaghilev y los ballets rusos, excelente representante de ese folklore imaginario que con tanta maestría ya se hace presente en las 7 canciones españolas, sublimando la cita literal del cante jondo que encontramos en La vida breve y con una orquestación deliciosa.  Es precisamente esa orquesta falliana un acicate para cualquier buen director. Formidable de nuevo la orquesta, un inspirado y enérgico Heras-Casado, sin caer en efectismos ofreció una recreación colorista y espontánea de la obra, trabajando el detalle con esmero y grandes resultados. El íntimo sentido del ritmo y el genuino gusto del granadino contagió a la formación desde “La tarde”, con una Carmen Romeu de emisión esplendorosa desde fuera del escenario (primero desde las butacas laterales en el primer piso, después desde fuera), y la concurrencia de cuerdas incisivas y brillantes, percusión ágil y de nuevo maderas superlativas (oboe y fagot solista inmejorables tanto en sonido como en instinto y musicalidad). 

Para terminar, un Heras-Casado detallista y vigoroso, pero especialmente muy creativo, que arrancó jovialidad de la MCO, ofreció una lectura ejemplar de El Amor Brujo de gran sensualidad y acento teatral, extremando contrastes en las dinámicas. Conquistó la sala el carácter jondo y personal de Marina Heredia, una de las Candelas de referencia, con quien Heras-Casado ha trabajado y mantiene gran sintonía. Sorprende su gran libertad hermenéutica: la cantaora se hace suya la obra, pero lo hace con indiscutible consistencia y pertinencia estilística. El empaste y consistencia sonora –en una sala Pau Casals del auditorio barcelonés nada fácil acústicamente y menos para la cámara– fue lo más logrado, amén de una sensualidad y vigor contundentes. Tuvo tiempo Heredia de esculpir en la sala grande del Auditori un silencio denso y emocionante, cuando se deshizo y nos deshizo en admiración con el desgarrador pregón “De antaño” como propina. 

La confirmación, en suma, de una formación y un director de alto vuelo y talento musical, que nos deja muchas lecciones. Entre ellas, que a la excelencia en el arte no se llega sólo mediante el virtuosismo y la consistencia técnica, sino con la implicación de una mirada desprejuiciada y el esfuerzo que requiere navegar en profundidad por una obra, una estética, un mundo sonoro, por lejano que pueda mostrarse en un inicio. En la efeméride de El sombrero falliano, una cita y una gira que le dedica el único homenaje posible y verdadero que se le puede hacer a un compositor –y que no tiene que ver con actos protocolarios ni con palabras laudatorias– sino con la dignificación de su música.