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Offenbach, o la seriedad de la ligereza

Jacques Offenbach, como Cherubini o como Meyerbeer, es un producto genuino de la Europa musical. Estos músicos, nacidos en Italia o Alemania, pasaron la mayor parte de su carrera en Francia. Offenbach, de origen judío y nacido en Colonia en 1819, fue enviado a estudiar por su padre Isaac en el Conservatorio de París, dirigido en aquel entonces por Luigi Cherubini, a quien Offenbach abandonó como maestro después de un año de aburrimiento. Offenbach era por entonces un brillante violoncelista, de carácter a menudo bromista y gracioso. Su talento fue advertido por Fromental Halevy (el célebre autor de La Juive) de quien tomó lecciones de composición. Offenbach hizo buenas migas en aquel tiempo con Friedrich von Flotow, también en París entonces y muy influenciado por la ópera cómica francesa. No en vano Offenbach, tiempo después, acogería en el Théâtre des Bouffes Parisiens, en 1859, el estreno de una ópera cómica de Flotow, La veuve Grapin, revisada dos años más tarde en Viena bajo el título Madame Bonjour. Juntos propusieron composiciones en salones parisinos, durante aquella época de juventud. Pero Offenbach soñaba ya entonces con los grandes escenarios.

Frecuentando así la sociedad parisina en busca de reconocimiento, conoció a Herminie d'Alcain, con quien finalmente se casaría después de su conversión al catolicismo. De gira por el extranjero, su faceta como concertista le hizo famoso, pero no sería sino a su regreso a París cuando fue nombrado jefe de música de la Comédie Française por invitación del director Arsène Houssaye, quien reconoce el magnífico trabajo realizado y quien le permite empezar a escribir pequeñas formas para la escena.

Sería finalmente Florimond Ronger, empresario, cantante y compositor conocido bajo el nombre de Hervé (autor de innumerables operetas, la más conocida de ellas Mamz'elle Nitouche, y buen amigo de Richard Wagner) quien apoye y ayude a Offenbach a alcanzar sus aspiraciones, acogiendo el estreno de sus primeras operetas en un acto. Poco después tendría lugar la apertura de los famosos Bouffes Parisiens y con ello el primer gran triunfo para Offenbach: Orphée aux Enfers, en 1858, una partitura que le abrió las puertas de la gloria.

Durante sus años de formación, el joven Offenbach se había empapado del ambiente de la vida musical parisina, atravesado por la influencia de Rossini, que fue decisivo para los músicos de la época, pero también por Auber o Halevy. Su formación inicial en Alemania también le hizo admirar a Mozart, y el apodo que recibió de Rossini (el "Mozart de los Campos Elíseos”, en alusión al teatro que había abierto allí) manifiesta bien sus cualidades como compositor, reconocidas por todos. Offenbach fue autor de más de cien obras líricas, pero también escribió innumerables melodías y pequeñas piezas de cámara, lo mismo que suites orquestales y oberturas para inauguraciones de conciertos e incluso ballets. Jean-Christophe Keck, el editor de sus obras y hoy en día el mayor especialista en su obra, cifra su catálogo en alrededor de 650 partituras. 

En ningún caso la obra de Offenbach debe considerarse como un música menor: proviene de la gran tradición francesa del La Foire (festejos que se celebraban al aire libre en las ferias de Saint-Germain) y toda una corriente histórica de música festiva y de entretenimiento, con la Ópera Cómica como gran referencia, bajo la dirección de Favart (Offenbach escribirá de hecho una ópera cómica en honor a su esposa Justine, Madame Favart). Este género, no obstante, no es exclusivamente francés: en España hay toda una tradición cómica en la zarzuela; lo mismo sucede en Austria, donde Gluck compuso muchas óperas cómicas en francés para la corte de Viena; el mismo Mozart también empezó escribiendo piezas inspiradas por este género (él los llamaba Singspiel), caso de Bastien y Bastienne y Der Schauspieldirektor, partitura que Offenbach quiso llevar a las tablas en los Bouffes Parisiens.

Grétry, Gossec, Mehul, Boïeldieu, pero también Cherubini escribieron óperas cómicas, un género que, junto a la comedia heroica, compartió los favores del público de la Revolución. Offenbach, quien había estudiado en el conservatorio dirigido por el mismo Cherubini, estaba muy al tanto de la historia y la tradición que florecieron en Francia y Alemania, tanto que lo que hoy se llama opereta tiene sus raíces en la ópera cómica francesa: de hecho, ninguna de las famosas obras de Offenbach se llamaba opereta, sino ópera cómica y ópera o incluso fantasía (para los Cuentos de Hoffmann). Destinado al entretenimiento, el género se basa en dos orígenes musicales bien marcados en la historia del espectaculo musical en Francia. El arte de la composición de Offenbach, su ductilidad, su forma de reutilizar la música tiene sus raíces en los grandes clásicos (Mozart), pero también y sobre todo en Rossini, cuyas operas bufas estudió a fondo: su técnica, sus crescendi, su manejo de los conjuntos… Offenbach debe mucho a Rossini, de quien quiso poner en pie Il Signor Bruschino en su teatro parisino. Esta tradición clásica y el refinamiento de sus composiciones son una marca propia, haciendo de Offenbach uno de los compositores más importantes de la Francia del siglo XIX, dando una forma duradera y estable al género cómico francés.

Offenbach llamaba opereta tan solo a aquellas piezas cuya duración estaba reducida a un acto, "pequeñas formas" decía, escritas esencialmente en sus primeros días como compositor. Las obras más grandes, que requerían recursos musicales más desarrollados y una puesta en escena más espectacular, eran denominadas como ópera (cómicas, comedias o fantasías, como se mencionó anteriormente, pero siempre óperas). Fue de hecho después de Offenbach cuando el término “opereta” adquirió carta de naturaleza para designar un tipo específico de obra. Saint-Saëns dio la siguiente definición: "une fille de l'opéra-comique ayant mal tourné, mais les filles qui tournent mal ne sont pas toujours sans agrément”. La tradición de la opereta francesa perduró así hasta la década de 1950, con gran fortuna en los primeros años del siglo XX.

¿Y fuera de Francia? El género debutó en Viena en 1858, con el éxito sensacional de Die Verlobung bei der Laterne (La boda con linternas) de Offenbach, una obra estrenada en París un año antes y que está también en el origen del género en su versión vienesa: y es que pronto nacería la opereta vienesa de la que Johann Strauss es el representante más famoso. A principios del siglo XX, la opereta de Berlín apareció como competidora de aquella de Viena, con la creación en 1899 de Frau Luna de Paul Lincke (con su famosa pieza, hoy convertida en un himno de Berlín, "Berliner luft”), convirtiéndose en un género de indudable éxito, sobre todo a lo largo de los años veinte (Paul Abraham, Ralph Benatsky y otros).

Por lo tanto, se podría decir que Offenbach fue en París lo que Strauss fue en Viena y Lincke en Berlín, pero la patente original del género pertenece a la capital francesa y su compositor. Pero lo que se propagó a Berlín y Viena no fue tanto la naturaleza de los libretos como el tono musical. Y es que en Viena la sátira fue a buen seguro menos ácida, a diferencia de París donde la parodia era de hecho el medio para evitar la fuerte censura del segundo Imperio. Esa tradición paródica había nacido también en la Foire del siglo XVIII. La Foire (la Feria) era el lugar donde tenían cabida todos los espectáculos alternativos al teatro oficial (Opera y Comédie Française), con toda una profusión de nuevas formas (parodia, pantomima) más flexibles y elásticas que las tradicionales.

Esta tradición sostuvo la vitalidad de los espectáculos bajo la Revolución, algunos de los cuales tuvieron éxitos sonados que tendrán su eco en el siglo XIX con Offenbach, su heredero lejano, quien cultivó una singular parodia, arraigada en la adaptación de una cultura profundamente marcada por la educación clásica. Offenbach deforma a su manera la mitología, como sucede de forma paradigmática en Orphée aux Enfers y La Belle Hélène. Un estudio atento de los textos, sus juegos de palabras y sus alusiones muestra que estos libretos estaban dirigidos a un público culto y educado, capaz de descodificar los dobles sentidos. Por supuesto, algunos círculos intelectuales contemporáneos a Offenbach se ofendían por estas alusiones, entendiendo que pervertían la “alta cultura”. Pero las fuentes de Offenbach eran múltiples: ansioso por producir espectáculos que mantuvieran vivo el espíritu de La Ferie, actuó el lado espectacular de sus creaciones (Les Brigands, Le voyage dans la lune…), ampliando incluso la duración de sus obras más allá de lo común (Le Roi Carotte dura seis horas ...); llegó a inspirarse también en las leyendas francesas (Barbe Bleue) o en las germánicas (Les Fées du Rhin).

Pero lo que resulta ser el sello distintivo de la producción de Offenbach, y lo que marca el género de la opereta en Francia y en Alemania a largo plazo, es el hecho de ser el único género que puede hacer frente a la censura con sus parodias. La ópera en sentido clásico era un género demasiado oficial para no atraer la atención de los censores (Verdi bien lo sufrió), pero la opereta o la ópera cómica eran géneros menos nobles y más populares, donde había espacio para burlarse de los poderes absolutos. Se trataba de un género en contacto directo con la actualidad y sus chismes: la opereta fue así durante un siglo, desde 1850 a 1950 aproximadamente, el único genero donde hubo una libertad total de ambientación, incluso con un amplísimo margen en términos de moralidad. Una libertad, por cierto, que todavía hoy se reivindica en las nuevas producciones de operetas clásicas que vemos en algunos teatros, como la Komische Oper de Berlín, donde es posible admirar espléndidas propuestas escénicas firmadas por Barrie Kosky para Les Perles de Cléopâtre d’Oscar Straus o Ball im Savoy de Paul Abraham.

Offenbach se burló y denunció así constantemente los abusos de poder, ya desde Orphée aux Enfers, pero también en La Périchole o en La Grande Duchesse de Gerolstein, denunciando también guerras inútiles, como se observa en La Belle Hélène o Le Roi Carotte. Este último caso apuntaba directamente al final del Segundo Imperio: partitura concebida dos años después de su caída, su efecto denunciador directo era un tanto enrevesado y los costos estratosféricos de su estreno evitaron que tuviera un gran porvenir, a pesar de su éxito inicial (la Ópera de Lyon la recuperó hace unos años en una puesta en escena de Laurent Pelly).

Offenbach también trató de mofarse de las manías de la rica burguesía (en La Vie parisienne por ejemplo, o en Orphée aux Enfers). Y buscó también en la literatura de su tiempo nuevos temas que pudieran atraer la atención para un público entendido, caso de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, de Barbe Bleue, de Charles Perrault, de La Périchole, de Prosper Mérimée, de Fantasio, a partir del original de Alfred de Musset, y por supuesto Les Contes d’Hoffmann, su ópera más fantástica y su última obra, interpretada por doquier e inspirada en los cuentos de E.T.A. Hoffmann. Cultura literaria, cultura popular, sátira política, una mirada a la sociedad de su propio tiempo: Offenbach se comprometió a ver su propio mundo con una mirada crítica mientras se divertía sin complacencia.

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