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L'onor non è chirurgo

Sobre el honor mancillado de Helga Schmidt

Este viernes llegaba a su fin el proceso judicial que ha seguido la causa por el llamado "caso Palau", en el que varios directivos vinculados al sistema de patrocinio del Palau de Les Arts de Valencia se enfrentaban a cargos por malversación y prevaricación. Todos los acusados han resultado absueltos. Pero en realidad no. Porque la principal acusada, Helga Schmidt, murió antes incluso de poder declarar y por descontado antes de que tuviera ocasión de probar su inocencia. ¿Quién vendrá ahora a lavar su nombre? ¿Quién repondrá ahora la honorabilidad mancillada?

Que Helga Schmidt era una mujer dificil lo sabíamos todos, incluso ella misma. Su temperamento, una especie de ciclogénesis explosiva e impredecible, podía resultar caprichoso y tirano. Pero una cosa es tener un caracter complicado y otra muy distinta ser un delincuente. Esto último nadie lo ha podido acreditar. Y debemos decirlo una y mil veces, alto y claro, subrayado, en negrita y en mayúsculas. Helga Schmidt no fue una delincuente. Si supieran lo horrorizada que quedó el día que la sacaron de su despacho, con un despliegue policial más propio de una redada al cartel de Sinaloa. Se le hizo mucho daño. Ella también lo hizo, ya digo, por efecto de ese temperamento imposible. No estamos aquí para santificar a Helga Schmidt, sino para reclamar justicia más allá de la justicia, esto es, más allá de los tribunales, que ya han dicho todo lo que tenían que decir.

Decía Sir John Falstaff, en su versión verdiana, que l'onor non è chirurgo. Y ciertamente, nadie puede deshacer ahora el destino trágico que precipitó un triste final para la vida de Doña Helga, como la conocíamos todos. Pero ahora estamos en deuda con ella y debemos hacer ruido para que esos mismos políticos -u otros, pues al final son los mismos perros con distintos collares- que se aprestaron a pedir su cabeza y a difamar su honor profesional, se avengan ahora a restituir la dignidad perdida. El honor no arregla nada, pero a nadie se le debe ni se le puede arrebatar sin motivo y sin consecuencias.

A través de su perfil en redes sociales, proponía Davide Livermore -quien por cierto no siempre estuvo tampoco a la altura de su mentora- que el Centro de Perfeccionamiento de Les Arts que Doña Helga ideó debería llevar ahora su nombre. No es una mala idea. Sería de justicia, aun más en este momento en que el Centre ha quedado sin nombre, con todo esta tormenta en torno a Plácido Domingo, quien por cierto apuesto a que sería el primero en estar de acuerdo en que ese Centro de Perfeccionamiento debe ahora honrar la memoria de Doña Helga. En todo caso, no se trata de concretar ya un desagravio, con precipitación. Sea este o cualquier otro, lo importante es que ha de hacerse.

Y no le pidan esto a Jesús Iglesias, que bastante tiene ya con sacar adelante una temporada decente con unos recursos mermados. El mismo Patronato que se reunió de urgencia para retirar el nombre de Domingo del Centre tiene ahora la obligación de valorar al menos este reconocimiento a Helga Schmidt, la verdadera artífice de Les Arts, le pese a quien le pese. El Conseller Marzà tiene una ocasión de oro para hacer las cosas mejor que su antecesora, María José Català, quien dejó el listón bien bajo, no dejando de embarrar en Les Arts hasta que logró la cabeza de Helga Schmidt.

Volviendo a Sir John Falstaff, sentenciaba éste: "L'onore lo può sentir chi è morto? No". Discrepo. El honor pendiente de nuestros muertos es una de las causas más dignas y justas que cabe sostener. Y no será menos en el caso de Doña Helga.

Foto: © Marga Ferrer