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Domingo de carnaval

Sevilla, 14/02/2021. Teatro de la Maestranza. Verdi: Un ballo in maschera. Ramón Vargas (Riccardo), Lianna Haroutounian (Amelia), Gabriele Viviani (Renato), Olesya Petrova (Ulrica), Marina Monzó (Oscar). Coro de AA del Mestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Gianmaria Aliverta, dirección de escena. Francesco Ivan Ciampa, dirección musical.

En pleno carnaval, el Teatro de la Maestranza de Sevilla ha vuelto a abrir sus puertas a la ópera. En contra de tantos imponderables, un puñado de teatros españoles, con mucha voluntad y con unos cantantes y un personal que se ha adaptado como nunca a las duras circunstancias, siguen poniendo en pie funciones operísticas. A veces son en concierto o semiescenificadas, otras son representaciones en toda regla. Todo depende de cada situación, de cada comunidad o ciudad, de las restricciones, de la capacidad de cada entidad… de las mil combinaciones que se están dando. Pero la ópera sigue escuchándose en vivo en España. 

No pueden ser fechas más indicadas para programar Un ballo in maschera de Giuseppe Verdi. El 17 de este mismo mes (coincidiendo con la segunda representación del título en el Maestranza) se conmemorarán los 162 años de su estreno en el Teatro Apollo Roma. El Carnaval y las máscaras están inseparablemente unidos, y como una broma amarga este año se une que desgraciadamente las máscaras no son sólo ficticias y de tiempos precuaresmales, sino un elemento imprescindible en nuestra vida diaria. Pero durante tres horas, los que hemos tenido la suerte de acudir al teatro, hemos olvidado el agobio de nuestra mascarilla y hemos disfrutado de un espectáculo (en el aspecto musical) de primera línea: un conjunto vocal excelente y muy homogéneo, la siempre virtuosa Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y la precisa y muy verdiana dirección de Francesco Ivan Ciampa.

Ramón Vargas es todo un veterano en estas lides. Ha sido y es una de las grandes voces de su generación, distinguiéndose siempre por ese timbre tan bello y ese ascenso al agudo que el ejecuta con decisión y entrega. Con el tiempo, su zona central se ha ensanchado, con un porte más noble, muy apropiado para Verdi. Son apreciables algunos momentos de fatiga pero en general su Riccardo sigue siendo de primera categoría porque Vargas vive el personaje y tiene el don de empatizar con el público, que lo aplaudió ampliamente. Gabriele Viviani es de esos barítonos que parece que han nacido para cantar a Verdi, el compositor que creó como nadie melodías inolvidables para esta cuerda. Es su aria de presentación Alla vita che t'arride (que estilísticamente tanto debe a Di provenza il mar il suol) ya demostró su facilidad para identificarse con la música verdiana. Aunque donde realmente estuvo soberbio fue en Alzati! là tuo figlio...Eri tu, donde no sólo pudimos apreciar su perfecta proyección y la potencia de su voz sino cómo supo matizar en los momentos más dramáticos en los que Renato, el fiel ministro de Riccardo, sufre por la traición de su amigo y la de su mujer. Estupendos también todos los secundarios: las voces profundas y bien moduladas de los conspiradores Samuel (Gianfranco Montresor) y Tom (Luis López), y sobre todo el Silvano de Andrés Merino, una voz con mucho interés. 

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El plantel femenino fue absolutamente exquisito. Los tres papeles fueron defendidos por tres cantantes en  niveles que rozaron la perfección. La Amelia de Lianna Haroutounian es la mejor que he oído en vivo. Excepcional en todos los aspectos, sería difícil destacar uno sobre otro en los que solemos comentar al reposar una voz: El timbre encandila, el agudo es perfecto y estratosférico, y su presencia escénica convence sin caer en melodramatismos. Espectacular el dúo con Vargas en el segundo acto, que fue aplaudido y braveado con muchísimas ganas por el público del Teatro y su aria Morrò,ma prima in grazia fu una lección (una vez más esta noche) de cómo hay que cantar a Verdi. Bravísima.

¿Y qué decir del Oscar de Marina Monzó? Magistral, más teniendo en cuenta la juventud de la soprano, que demuestra una madurez en el escenario que pone en evidencia  que es una de las voces con más proyección del momento. Oscar es un papel que puede empalagar si no se sabe medir bien y Monzó supo cómo controlarlo para parecer simpático sin ser repipi. Pero con una voz de tanta belleza y ese agudo que apabulla, uno pierde el hilo de la historia en disfrutar simplemente de esa interpretación tan musical y arrebatadora (no dejé de pensar lo maravilloso que sería oírla en la Sophie de Rosenkavalier).

No conocía a Olesya Petrova me sorprendió muy gratamente. Siguiendo la gran tradición de las grandes mezzos rusas, supo perfectamente, gracias sobre todo a un excelente grave, y la seguridad en el resto de la tesitura transmitir al público, pese a una caracterización poco acertada, un canto hipnótico y misterioso, marca, una vez más, de Verdi. El Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza que tan bien dirige Íñigo Sampil siempre es una garantía de buen hacer y de disposición y pese a que el movimiento escénico no le favoreció, volvió a convencer.

Francesco Ivan Campia es un maestro que domina perfectamente el repertorio verdiano. Buscó el refinamiento musical de la partitura, que a veces queda un poco oculto por algún pasaje más ligero y festivo. Se apreció la calidad de su dirección (siempre atentísima a los cantantes) especialmente en el comienzo de cada escena, cuando Verdi deja que suene sin voz esa orquestación tan atractiva que creó para esta ópera. Sus ritmos pudieron parecer en algún momento lentos, pero se adecuaron perfectamente a la situación dramática y tenían como objetivo esa búsqueda que comentábamos de la profundidad musical. Tuvo como aliada imprescindible a una ROSS, que una vez más demostró ser una de las mejores formaciones en el foso que podemos disfrutar en España. Grandes profesionales y solistas en todas familias, aunque destacaría especialmente toda la sección de madera, especialmente acertada esta noche (aunque también la cuerda estuvo estupenda).

¡Qué contraste la calidad musical con la mediocridad de la puesta en escena que firma Gianmaria Aliverta! Proveniente de La Fenice de Venecia, esta es una reposición compartida por el Teatro Real y el de la Maestranza. Basculando entre un 4 de Julio exorbitado de nacionalismo yanki y el decorado final de la película El planeta de los simios, Aliverta nos sitúa en el Boston (aunque a veces parezca Atlanta antes del gran incendio) de mediados del siglo XIX, pero sin aportar nada atractivo. Mueve bastante mal la masa coral y obliga a los protagonistas a momentos tan comprometidos para su estabilidad física como la roca que monta en el segundo acto o las escaleras suicidas de esa cabeza inmensa de La Estatua de la Libertad que cierra la ópera, por no recordar de la burda coreografía de la escena de Ulrica. Es verdad que no descoloca por minimalista, pero hubiera gustado encontrar un mayor trabajo intelectual en esta puesta que es mejor que caiga en el olvido. 

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Fotos: © Guillermo Mendo