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LA ÓPERA ESTÁ VIVA

Barcelona. (26/02/2021). Gran Teatre del Liceu. Benjamin: Lessons in Love and Violence. Stéphane Degout (King). Daniel Okulitch (Gaveston). Georgia Jarman (Isabel). Peter Hoare (Mortimer). Samuel Boden (Boy / Young King). Ocean Barrington-Cook (Girl). Isabella Gaudí (Witness 1 / Singer 1 / Woman 1). Gemma Coma-Alabert (Witness 2 / Singer 2 / Woman 2). Toni Marsol (Witness 3 / Madman). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Dirección de Escena: Katie Mitchell. Dirección musical: Josep Pons.

En la entrevista que aparece el programa de mano del Gran Teatre del Liceu para el estreno español de Lessons in love and violence, su compositor, George Benjamin, hace una afirmación que es la piedra angular sobre la que se levanta esta obra y todas las óperas que se siguen estrenando en este siglo XXI: “yo sigo creyendo que la ópera es el medio artístico más bonito y emocionante que existe”. Y con esta afirmación construye una composición llena de belleza, de una fuerza expresiva y emocional tremenda, que no nos deja indiferentes, y que nos da una visión de la naturaleza humana a través de la  adaptación, hermosa y sensible, que hace el autor del texto, Martin Crimp  de una obra teatral de Christopher Marlowe, el otro gran dramaturgo isabelino, junto a William Shakespeare.

Claro que la ópera existe, como siguen existiendo las otras artes: la pintura, la escultura, la literatura… pero no son iguales que hace ciento cincuenta años, se han transformado, han emprendido caminos muy diferentes. A mediados del siglo XIX la pintura, la música y la poesía (por nombrar las artes que más claramente han cambiado) emprendieron una evolución en la que el artista pasó a ser el protagonista de su obra. No todos, claro, pero muchos dejaron de buscar el aplauso y la complacencia de un público mayoritario y buscaron la expresión de su propio yo. Esto a veces coincidía con los gustos de sus contemporáneos pero muchísimas veces no. Esto llevó a un distanciamiento entre lo más “popular” y lo más “vanguardista”, especialmente porque el lenguaje de comunicación era muy distinto. Pero todos esos “ismos” que recorrieron el arte o la música no eran un capricho de unos pocos, sino la evolución lógica de los artistas que se adaptaban al trepidante ritmo social que impuso el siglo XX (y ahora el XXI) con sus constantes cambios. La música, quizá con el lenguaje más abstracto de todas las artes, fue la que sufrió y sigue sufriendo mayor incomprensión por parte del público a la hora de contemplar y escuchar las grandes composiciones del siglo XX. Que una ópera como Wozzeck de Alban Berg, estrenada casi hace cien años, siga considerándose una obra de difícil comprensión y que algunos la consideren “contemporánea” nos da una idea de la gran disociación que existe entre la composición actual y el público que acude a los teatros. Pero obras como Lessons impulsa esa reconciliación entre gran público y creación contemporánea. Porque la mayor virtud (de las muchas que muestra) de Benjamin es crear un lenguaje que dentro de su actualidad resulta atemporal, sobre todo porque se pega a la piel del texto, es plenamente descriptivo, tremendamente impactante, lleno de recursos y tremendamente absorbente. En la buena escenografía de Vicky Mortimer, que luego comentaremos, hay para mí una clave de la intención de Benjamin a la hora de explicarnos la tragedia Eduardo II de Marlowe: los cuadros que aparecen de Francis Bacon. Bacon es uno de los grandes retratistas del siglo XX, pero su retrato desfigura al personaje aunque sin impedir que este sea plenamente identificable. Benjamin hace lo mismo con la música que crea para su ópera: es comprensible y a la vez difusa, es tremendamente descriptiva y a la vez llena de fantasía y sobre todo, no deja en ningún momento de tenernos en sus manos, viviendo las emociones que transmiten cada uno de los personajes.

Crimp lleva el drama de Marlowe al mundo burgués actual. No es tanto una lucha por el poder entre favoritos, amantes, nobles y reinas levantiscas sino más bien un retrato del mundo que vivimos, donde el amor lucha contra la violencia y podemos estar en un lado o en otro según nuestras propias circunstancias. Eduardo II no es el rey pusilánime que alguna tradición nos ha transmitido sino un hombre que pone por delante al amor sobre el poder, cosa que ninguno del resto de los personajes (si exceptuamos a su hijo) hace. El amor no gana, pero con la violencia tampoco se va a ningún lado, esa puede ser una de las muchas lecciones que podemos sacar de este texto. Si la obra es en general estupenda, hay momentos excepcionales, en los que música y palabra se unen de una forma asombrosa. como la bellísima melodía que en la primera escena acompaña a la las palabras de amor de Gaveston, el favorito del rey: “Rey: ¿Te he hecho daño, Gaveston? Gaveston: No cuando me agarras del cuello. No cuando sostienes mi mano derecha deliberadamente sobre una llama. Ni siquiera cuando me has obligado a nadar en invierno bajo el hielo gris opaco hasta que mis pulmones comienzan a partirse”. O la escena de la muerte del rey, sobrecogedora. Durante todo el tiempo oímos el lenguaje propio de Benjamin, pero también a Britten (¡esos intermedios o pausas que salpican la ópera nos recuerdan tanto a Peter Grimes!) o Stravinsky. Una obra extraordinaria, sin duda.

El triunfador y triunfadores de la noche, si me lo permite el excelente plantel de cantantes, fueron Josep Pons y una Orquesta Sinfónica del Liceu en estado de gracia. Pons se entregó en cuerpo y alma a esta partitura y nos permitió apreciar esa tremenda paleta de colores musicales que despliega el compositor. Puntilloso, atento y apasionado, dirigió a una orquesta también excepcionalmente implicada con un trabajo espectacular de la familia de percusión aunque el aplauso debe ser unánime a todos los músicos. Bravísimos.

Stéphane Degout es un barítono excepcional que estrenó en 2018 esta obra y conoce al dedillo sus entresijos. No sólo es su timbre bello o la facilidad y seguridad con la que recorre toda la tesitura ante la exigente partitura de Benjamin lo que nos admira: es que es un gran actor, que transmitió toda la humanidad, la ternura y hombría que el personaje necesita. Siempre es un lujo tenerlo en el reparto pero esta vez lo ha sido aún más. Todos sus compañeros estuvieron a gran nivel en esta obra en la que ninguno de los personajes tiene muchas más intervenciones que otros. Fabuloso el intrigante Mortimer de Peter Hoare (que junto a Samuel Boden como El joven rey, también estuvieron en el estreno de Londres) y la inestable reina Isabel de Georgia Jarman, que demostró toda su valía con esa escritura tan endiablada que tiene su rol. Muy bien el Gaveston de Daniel Okulitch y muy destacados los cantantes que son más habituales  de la casa Isabella Gaudí, Gemma Coma-Alabert y Toni Marsol.

Katie Mitchell es una de las directoras de escenas más solventes e interesantes de la actualidad. Siendo la responsable del estreno mundial, parece lógico que la conexión con Crimp y Benjamin fuera excelente. Mitchell se aleja del toque monárquico del libreto para transponerlo a un mundo de lucha por el poder y en el que el amor tiene que perder. Todo parece enfocado a que las “lecciones de amor y violencia” las reciban los hijos de los reyes, como una preparación impuesta para un futuro en el que ellos serán los protagonistas. Los iconos de todo el decorado (como ya dijimos responsabilidad, como el vestuario, de Vicky Mortimer) son la cama y la corona, como símbolos de ese amor y poder sobre el que gira la trama. Aunque a veces los movimientos de los numerosos figurantes pueden resultar un poco caóticos, todo está medido al milímetro y la imagen de cada personaje está perfectamente caracterizada por una actitud (la chulería de Gaveston, la humanidad del Rey) o un objeto (el vaso siempre lleno de Isabel, las armas de Mortimer). Todo está definido y claro y el público no tiene que elucubrar: el drama se le presenta en toda su crudeza como complemento de una música y un texto totalmente explícitos.

Una obra excepcional que no se puede perder todo aquel que quiera adentrarse en las nuevas creaciones de ese medio de comunicación y de felicidad que se llama ópera.

Foto: Antoni Bofill.