© Gemma Escribano
Ismael Jordi: "Un tenor no puede tener prisa"
Con dos décadas y media de trayectoria profesional a sus espaldas, el tenor jerezano Ismael Jordi afronta este mes de noviembre su debut con el icónico Werther de Massenet, rol emblemático en la trayectoria de su maestro Alfredo Kraus. Primero en Vigo y más tarde en Málaga, Ismael Jordi abordará por vez primera este rol, postergado en su agenda durante quince años.
Llega por fin su debut con el Werther de Massenet. ¿Por qué ha esperado tanto a cantar este papel?
Hace ya muchos años, y en un teatro importante, me ofrecieron cantar Werther. Pero dije que no entonces y siempre que la idea volvió a sobrevolar mi agenda, lo seguí posponiendo. Y si le digo la verdad, no tengo muy claro el motivo. Honestamente creo que es un papel que yo ya podría haber cantado, años atrás.
El hecho de haber estudiado con Alfredo Kraus seguramente me haya impuesto un respeto especial ante un papel que él encarnó como nadie. Quizá haya pecado de cautela pero por fin ha llegado el momento.
Creo que me encuentro en un momento de madurez, en la evolución de mi carrera profesional, idóneo para afrontar un rol como este que creo que se ajusta muy bien no ya solo a mi vocalidad a día de hoy sino también a mi manera de pensar y de entender esta profesión.
¿A qué se refiere con esto, exactamente?
La dificultad que tiene Werther no está solo en la partitura, está en el personaje. Se trata de un rol complejo, con una psicología muy elaborada. No se trata solo de cantarlo, hay que darle vida.
El rol, en cualquier caso, encaja con otros papeles que vienen marcando su agenda recientemente, como el Roméo de Gounod que acaba de cantar en Oviedo.
Sí, ese es el tipo de tenor lírico que yo quiero hacer en los próximos años: Roméo, Des Grieux, Faust… Y ahí faltaba Werther. Este es un rol que siempre me ha parecido un poco más dramático que todo lo que yo he cantado hasta el día de hoy. El propio Roméo, sin embargo, es un papel larguísimo y también tiene sus momentos de dramatismo. Y por descontado el Faust.
E incluso Des Grieux en la escena de Saint-Sulpice.
Exactamente. Por eso digo que seguramente he pecado de cauteloso con Werther. Ahora lo pienso y creo que después de haber cantado noventa funciones de Lucia di Lammermoor, creo que mi instrumento ya estaba listo para Werther, sin necesidad de esperar tantos años.
¿Cuándo exactamente le ofrecieron cantar Werther?
Fue hace unos quince años, aproximadamente; ha pasado mucho tiempo. Después la idea volvió a aparecer en varias ocasiones, pero se me proponía debutarlo casi de un día para otro, sustituyendo a algún colega indispuesto. Y a mí no me gusta hacer las cosas así, con prisa; un tenor no puede tener prisa. En esta carrera creo que vale más pecar de prudente que de impaciente. Esto es algo que aprendí precisamente de Alfredo Kraus.

Usted seguramente es el único tenor en activo que pueda reclamarse genuinamente como discípulo de Kraus. ¿Cuál es exactamente el legado de Kraus? Siempre he tenido la impresión de que lo más importante, en el caso de Kraus, no es tanto una determinada técnica como una actitud general sobre la profesión y sobre la trayectoria de un cantante.
Eso es. Cada uno al final tiene su voz y busca sus recursos. Pero esa actitud sobre la profesión, eso es el verdadero legado de Kraus. Yo también trabajé con Teresa Berganza, a la que me gusta citar también cuando hablamos de Alfredo Kraus, y ella compartía esta misma mirada sobre la trayectoria de un cantante.
Alfredo Kraus me transmitió un respeto casi reverencial por la carrera y por el repertorio. Y esa actitud es algo que se me grabó a fuego y lo he llevado conmigo siempre. Kraus era sinónimo de profesionalidad y amor por este trabajo. De él aprendí que hay que cantar siempre con la verdad, buscando la fidelidad a la partitura, respetando la música.
En el canto de Kraus no había trampa ni cartón y eso mismo es lo que yo quería hacer con mi carrera. Es muy lícito que cada uno haga su trayectoria como buenamente quiera o pueda, pero yo nunca he sido amigo de tomar atajos.
Volvemos a lo que decía antes sobre las prisas y la cautela a la hora de escoger el repertorio.
Sí, es que los atajos pasan factura. La inteligencia con la que Kraus administró su carrera es algo admirable. Yo creo que todavía hoy no hemos reconocido lo suficiente lo que hizo, no creo que le hayamos dado el sitio que se merece en la historia del canto.
Yo no concibo esta profesión sin un respeto absoluto por la música y por la vocalidad. Y eso implica algo tan simple pero tan importante como llegar bien preparado a una producción, por ejemplo, con la partitura perfectamente estudiada. Y eso implica también planificar tus descansos debidamente; no siempre está en nuestra mano, como cantantes, disponer del tiempo debido para descansar, pero hay que intentarlo.
La idea de los atajos que mencionaba, tan lícita y razonable, tiene sin embargo la contrapartida de este exceso de cautela que ya hemos mencionado. Y ahí está su caso, sin ir más lejos, esperando década y media para debutar Werther. ¿No le parece que a veces hay que correr algún riesgo?
Seguramente yo haya pecado de cauteloso, pero es que yo me he guiado siempre por mi instinto.Acertado o no, si yo algo no lo veo claro, si yo algo no lo siento, no voy a por ello.
Esto que dice es muy importante. En la carrera de un cantante tiene que ser complicado conciliar las decisiones racionales con los impulsos del corazón. Y más hoy en día, con una aceleración creciente en todos los ámbitos que tiene también su reflejo en la lírica. Todo va muy rápido…
Demasiado rápido… Hoy en día la presión sobre un joven cantante que despunta es tremenda. De la noche a la mañana muchos se encuentran debutando papeles protagonistas en teatros de primer nivel. Eso es una locura.
Y seguramente la culpa o si acaso la causa no resida en ellos sino en el entorno, en cómo se ha articulado la profesión en las dos últimas décadas, nuevamente, con una aceleración tremenda.
Ahí está la cuestión. A mí por un lado me da envidia ver a jóvenes cantantes debutando un rol tras otro en apenas un par de años. Todos hemos pasado por ahí, yo mismo he debutado tres o cuatro títulos en alguna temporada. Pero no ciertas cosas y en ciertos teatros… no primeros papeles en grandísimos teatros. Alfredo Kraus se fue a El Cairo a debutar Rigoletto… Yo debuté en el Covent Garden con Maria Stuarda pero no lo hice con Faust ni lo habría hecho con Werther.
Hoy en día el entorno pesa mucho. Y cuando hablamos del entorno, hablemos francamente, se trata del negocio, del business. La lírica a veces parece una espiral en la que poco importan las carreras a largo plazo, sálvese quien pueda.
Su propio ejemplo, en cualquier caso, indica que si uno lo quiere se puede adueñar de los tiempos de su carrera. Usted dijo que no a debutar Werther, hace quince años, y lo va a debutar ahora, cuando considera que está en la madurez ideal para afrontarlo.
Sí, pero de vez en cuando me siguen echando en cara que no lo debutase hace quince años… La profesión perdona pero no olvida, o quizá sea al revés, olvida pero no perdona (risas). Yo siempre he creído, lo decía antes, que es mejor pecar de precavido que de impaciente. Quién sabe si mi carrera hubiera terminado ya de haber aceptado debutar Werther hace quince años. Podría ser…
Yo no me alegro cuando un cantante que estaba en lo más alto del panorama lírico desaparece del mapa de repente. Yo no me alegro, me parece una tragedia que alguien con una voz privilegiada tenga que colgar las botas porque no puede más, ya sea a nivel físico, ya sea a nivel mental… Esta profesión puede ser muy dura.
Usted, en todo caso, pertenece a una generación de cantantes que ha conseguido imponer su propio ritmo a la hora de hacer la carrera. Pienso por ejemplo en la soprano Sabina Puértolas, con la que usted ha cantado en tantas ocasiones y quien tiene de algún modo una carrera paralela a la suya. Los dos han conseguido llegar a lo más alto y tengo la impresión de que lo han hecho a su manera, sin traicionarse a sí mismos aunque imagino que picando mucha piedra, como se dice coloquialmente.
Sí, hemos picado mucha piedra y hemos pasado por situaciones de todo tipo, momentos altos, momentos bajos… Pero sí, Sabina y yo tenemos esa misma manera de pensar. Es una actitud que a veces te lleva a desengaños, por qué no decirlo, pero estás en paz contigo mismo. Y luego está la suerte, que siempre es un factor a tener en cuenta. Yo por ejemplo he cantado mucho en Ámsterdam, he tenido la suerte de encontrar un teatro que ha creído en mi durante nueve años consecutivos.
En esta profesión hay que hacerse el callo. Yo esto se lo digo siempre a los cantantes jóvenes. Y ahora no les da tiempo a hacerse el callo, a endurecerse precisamente para poder picar piedra y pasarlas canutas cuando vienen mal dadas. Todos los grandes cantantes del siglo XX, si uno busca sus entrevistas, hablan de la paciencia, de la tranquilidad a la hora de escoger el repertorio… Y sin embargo hoy en día todo son prisas. Yo no entiendo así la profesión, no puedo decirle otra cosa más que eso.
Mencionaba ahora Ámsterdam y creo que junto con Zúrich han sido quizá los dos teatros más importantes en su trayectoria, al margen de todo lo que haya podido hacer en España durante estos años.
Sí, yo en Ámsterdam he cantado cerca de ochenta funciones. Allí hice Roméo et Juliette, Der Rosenkavalier, veinte funciones de La traviata, todos los tenores de las reinas de Donizetti… Yo he cantado muchísimo en Ámsterdam, ha sido una etapa muy fructífera para mí.
Y en Zúrich tuve la grandísima suerte de coincidir con Nello Santi, con quien canté casi veinticinco funciones de Lucia di Lammermoor. Eso fue un aprendizaje gigantesco para mí. Con Nello Santi hice también La traviata y Lucia en Nápoles y La traviata en La Fenice. Fueron años muy bonitos.
Fuera de España también he hecho bastantes funciones en grandes teatros de repertorio como los de Berlín o Múnich, donde apenas hay ensayos, pero a donde iba ya con títulos que tenía muy rodados, con una veintena de funciones a mis espaldas.
En España usted creo que cantaba poco hasta que las cosas fueron cambiando precisamente por su proyección internacional.
Sí, yo en España cantaba poco. Más allá de Jerez, yo hacía alguna cosa en Sevilla, en Oviedo y en Bilbao, donde siempre se portaron muy bien conmigo. Realmente quien me trajo a España ya en otro momento de mi carrera fue Joan Matabosch, que me escuchó precisamente en Ámsterdam cantando Roméo. Con él yo debuté en el Liceu con Linda di Chamounix y luego hice allí también Lucia. A partir de ahí ya fui teniendo una agenda más regular en España, debutando también el Teatro Real, donde he cantado mucho y donde tengo planes para volver en el futuro.
Más allá de la figura de Alfredo Kraus, ¿cuáles diría que son sus referentes vocales?
Sin duda Carlo Bergonzi, aunque no comparta apenas repertorio con él. Desde un punto de vista de la técnica y del estilo, Bergonzi es una maravilla. De los del pasado me gustan mucho Aureliano Pertile y Tito Schippa. Y tengo gran admiración por Nicolai Gedda y por Luciano Pavarotti, por supuesto. Y por descontado Miguel Fleta, un fenómeno vocal sin igual; lo que tenía que ser escuchar a Fleta en un teatro…
El referente de Miguel Fleta es muy interesante porque usted tiene también en su voz algo de esa fantasía tan singular que era característica de la manera de cantar del tenor aragonés.
Sí, esa manera que tenía Fleta de recoger la voz es algo único. Esa fantasía, está muy bien descrito así, es algo único. Allí donde todos iban a plena voz, él se inventaba una filigrana. A mí eso me gusta mucho. Y humildemente, con mi instrumento, que no tiene nada que ver con el de Fleta, pues intento también recrear esa fantasía que al fin y al cabo es lo que te pega el pellizco, como decimos aquí en Andalucía. Cuando el canto te emociona es por eso; a la hora de gritar, gritamos todos (risas). Pero el pellizco… el pellizco está ahí en esas pequeñas cosas, esos pequeños giros.
En términos de repertorio, ¿por dónde considera que podrían ir los tiros en años venideros, después de este Werther?
Si el instrumento me deja, yo me quiero atrever con alguna cosa más, me querría dar el gusto… Llegado este punto, ¿por qué no? Veremos, después del Werther, cómo se desarrollan las cosas.
Yo le iba a preguntar si se atrevería con un Don José o con algún Verdi de más enjundia.
Sí, por ahí van los tiros, efectivamente. E incluso La bohème, un título que me ofrecieron también hace muchísimo tiempo y que también descarté siguiendo esa intuición que decíamos antes. En el caso del Don José la exigencia dramática está únicamente en el último acto. De hecho los tenores más dramáticos donde tienen problemas es en el dueto con Micaëla. La cuestión para plantearse Carmen es dar con las condiciones ideales; el Don José sí que va con mi temperamento y con mi forma de cantar.
En Verdi es más complicado, supongo, ir más allá de La traviata y Rigoletto. ¿Quizá un Don Carlo?
También me lo han ofrecido… hasta tres veces me lo han ofrecido. Y me han ofrecido también Butterfly, donde no me veo de ninguna manera. Don Carlo podría ser pero habría que estudiarlo bien y, ya digo, habría que ver cómo evoluciona la voz después del Werther, que es un rol que quiero cantar y desarrollar durante unos años.

Mencionábamos antes a Sabina Puértolas y en una entrevista con ella de hace un tiempo salió a colación un tema interesante que es la madurez en la vida de los cantantes. Y en torno a este tema creo que es muy diversa la perspectiva que traza la profesión para las voces femeninas y para las voces masculinas. ¿Cómo se vive o se percibe esto desde la vocalidad de tenor?
La madurez vocal para los tenores no es tan cruel como pueda suceder en el caso de algunas sopranos, especialmente las voces más líricas. La profesión nos da más margen de maniobra. Es más creíble un Edgardo de sesenta años que una Lucia de cincuenta, es así de crudo. Para ciertos roles femeninos la industria de la lírica tiende a buscar sopranos jóvenes, en los años iniciales de su carrera, etc.
Hay más condescendencia con las voces masculinas, desde luego. A los tenores, en todo caso, se les juzga por el agudo, como si esa fuera la única prueba feaciente del paso del tiempo en su vocalidad. En su caso, ¿ha pasado por alguna brecha vocal, por así decirlo, por algún altibajo? Precisamente por el lógico paso del tiempo y la evolución que eso conlleva en el instrumento.
Sí, es algo que me está pasando ahora precisamente. Y es muy interesante. Ya me lo decía Kraus, que había que tener atención al instrumento en torno a los cuarenta y cinco o cincuenta años. La voz tiene sus cambios en esta etapa y es muy interesante descubrir cuáles son, cómo cambian tu manera de abordar ciertas cosas, también descubres otras sonoridades nuevas. Es un proceso de adaptación y es algo que a mí me gusta. La voz siempre está cambiando y la carrera es un permanente aprendizaje, eso es lo bonito; lo importante es estar atento a eso cambios y saberlos acompasar.
Quería preguntarle también por el flamenco. Siendo usted de Jerez, no sé hasta qué punto el flamenco ha podido influir en su manera de entender el canto lírico.
Ha influido muchísimo, sin duda. Toda esa fantasía que decíamos, precisamente, eso me viene del flamenco. Yo he nacido en Jerez y además soy un apasionado del flamenco. No es lo mismo escuchar una canción napolitana a un napolitano que uno que ha nacido en otro sitio. Al final hay ciertas cosas de tu tierra y de tu cultura que se contagian a aquello que haces y en mi caso al canto lírico, sin duda alguna.
Hablemos pues finalmente de Jerez, de su tierra y de sus vinos.
Mi tierra es muy importante para mí. Aquí nací, aquí tengo mi familia, mis tradiciones y es aquí donde yo me evado de la locura que puede ser la carrera de un cantante de ópera. Yo vengo a mi tierra y desconecto de todo; a mí Jerez me ha dado siempre mucha tranquilidad de cara a mi carrera. Me fuera bien o mal, yo siempre sabia que ahí estaba Jerez. Y encima mi tierra tiene los vinos que tiene, que son auténticas joyas; los vinos de Jerez son inimitables. Es que el vino de Jerez está vivo. Yo llego a Jerez y lo primero que hago es tomarme una copita de oloroso o un palo cortado y eso es reconstituyente, de verdad. Es lo mejor del mundo. Jerez es un lugar único: el clima, los vinos, el flamenco, el caballo… Todo eso conforma una manera de vivir única y que yo llevo siempre por bandera.
Fotos: © Gemma Escribano
