Turco Peretyatko Munich

El triunfo de la obviedad

Múnich. 13/10/2017. Bayerische Staatsoper. Rossini: Il Turco in Italia. Ildebrando D’Arcangelo (Selim), Olga Peretyatko-Mariotti (Donna Fiorilla), Alessandro Corbelli (Don Geronio), Michele Angelini (Don Narciso), Sean Michael Plumb (Prosdocimo), Paula Iancic (Zaida), Long Long (Albazar). Dir. escena: Christof Loy. Escenografía y vestuario: Herbert Murauer. Dir. musical: Antonello Allemandi.

Contrastada y amortizada producción la de Christof Loy, inicialmente concebida para la Hamburgischen Staatsoper –si bien sus derechos parece que han ido fluctuando entre uno y otro teatro–, y cuya premier en Múnich, el 21 de Julio de hace dos lustros, tuvo su primera acogida en el Prinzregententheater. Loy sabe extraer sin aspavientos el jugo del libreto de Felice Romani y la comicidad que Rossini le suma al propio texto. A la ristra de carcajadas que provoca el espectáculo musical se suman las que el regidor alemán le adenda, hecho que afianza el éxito de un espectáculo que encandiló en el pasado, tiene presente y seguramente aún futuro. No es especialmente imaginativo, pero aquellas imágenes que, ante tan explícita temática se nos antojan como obvias, tienen el buscado efecto potenciador, incitando al público en no pocas ocasiones al extemporáneo aplauso y triunfan a expensas de la propia música.

Una vez más la Staatsoper bávara acierta en la conformación del reparto, aunque algunas de las cartas en juego ya estaban sobre la mesa, si atendemos al recorrido de la presente producción. Ildebrando D’Arcangelo tiene alma, aptitud y actitud rossiniana, y sus muchas virtudes actorales ponen luz a aquellas pequeñas máculas que se le puedan a una voz que, por el simple paso de las estaciones, no presenta la misma agilidad y brillantez que años atrás. Su empatía con el personaje y esta específica puesta en escena justifica que D’Arcangelo se haya convertido en una de las piezas clave del producto de Loy. Que Olga Peretyatko-Mariotti se mueva también como pez en el agua por estas aguas no es ninguna novedad, y solo hace falta recordar que fue precisamente la ciudad natal del compositor hoy protagonista la que vio florecer su estrella. Pese a sus orígenes, que via natura otorgan una bella base al cuerpo de su voz, Peretyatko-Mariotti es capaz de regalar una coloratura precisa y pulcra, un recitado limpio, inteligible, suficientemente expresivo y una presencia escénica convincente a la misteriosa y calculadora Fiorilla.

Michele Angelini, un tenor ligero de manual, fue por méritos propios el primero que recogió durante la representación algún que otro bravo por parte del público. A su natural agilidad le suma el cantante neoyorquino un apabullante dominio de la coloratura rossiniana, una de las más ricas, nítidas y precisas que sin duda pueden escuchar hoy en día en escena. El barítono turinés Alessandro Corbelli es otro de esos cantantes a los que, pese a sus 65 primaveras, esperamos no les pase por la cabeza colgar las botas. Lleva varios lustros puliendo su Don Geronio en los mejores teatros, y sigue enarbolando un instrumento que abraza calurosamente al personaje, mientras continúa expandiendo su gestualidad.

Paula Iancic, quien ya nos regaló una Barbarina espléndida en Le nozze di Figaro de la temporada pasada, demuestra cómo su voz nítida y brillante también sabe lidiar con las páginas del maestro de Pesaro. Es de esas nuevas generaciones de cantantes que, a la hora de trabajar sus personajes, no dudan en hacer los esfuerzos introspectivos que sean necesarios, por lo que nimiedades como una nada desdeñable danza oriental no le suponen un gran esfuerzo. Los pasos aquí trazados en su carrera, gracias al Opera Studio de la Staatsoper, se siguen demostrando firmes y acertados, algo que agradecer en un mundo en el que se quiere casi siempre calzar un número mayor del indicado. Buen papel también el del barítono Sean Michael Plumb, únicamente nublado por la agudeza con la que Loy viste el devenir del personaje, objeto de un continuo e hilarante deterioro que obnubila sus buenas prestaciones vocales.

En un último merecido puesto –si el orden establecido algo expresase– señalaría la actuación de Antonello Allemandi, quien puso todo su empeño en ser la decepción de la velada, con una dirección focalizada en el foso, de perfil dinámico plano y sorprendentemente parco en entradas a los cantantes, hecho que provocó innecesarios y excesivos desajustes. No me queda la menor duda de que las pinzas se sostuvieron gracias al maestro suggeritore de turno, a quien pese a su fundamental papel los programas de los teatros se empeñan en ocultar.