pelleas opera oviedo

Dulce sueño

Oviedo. 28/01/18. Teatro Campoamor. Claude Debussy: Pelléas et Mélisande. Anne-Catherine Gillet (Mélisande), Edward Nelson (Pelléas), Paul Gay (Golaud) Eleonora de la Peña (Yniold). Maxim Kuzmin-Karavaev (Arkel) Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la Ópera de Oviedo. Dirección de escena: René Koering. Director Musical: Yves Abel

Pelléas et Mélisande es una obra delicada y soñadora, repleta de símbolos y detalles que Debussy va exponiendo con paulatina fluidez, como pequeños momentos de luz dispersos en la oscuridad del telón que delimita cada escena. Una obra que requiere de un público paciente y dispuesto a dejarse seducir por su música, tan fluida y ondulante como las aguas de un arroyo. Por desgracia, la excesiva frialdad demostrada en los aplausos –con gente abandonando la sala- y el incesante murmullo de fondo, convirtieron en irrespetuosa la reacción del respetable carbayón, más dado a vibrar y emocionarse con otro tipo de obras: de sonoridad más exaltada, como el pasado Andrea Chénier; o cuajadas de momentos fácilmente reconocibles, como Il Trovatore de esta misma temporada -mucho menos meritorio que el título que nos ocupa-.

Así las cosas, la onírica Pelléas et Mélisande, que pese a sus ciento dieciséis años sonaba por primera vez en Oviedo este pasado domingo, resultó un broche de temporada más que acertado. A ello contribuyó en gran medida el trabajo del regista René Koering, que apostó por una escenografía de corte etéreo y atemporal, muy elegante, e intachable en su uso del vídeo mapping, legando proyecciones de gran factura técnica y en consonancia con el resto de la escena, algo no tan habitual en el mundo de las producciones operísticas. Por otro lado, es cierto que la sustitución del largo cabello de Mélisande por un pañuelo dio lugar a algunos momentos algo forzados, pero bajo mi punto de vista, preferibles a los que se habrían generado de haber optado por una caracterización literal. Buen trabajo el de Koering que, amén de otorgar su propio espacio a los cantantes, consigue subrayar en su justa medida el dramatismo de una obra tan sutil como la de Debussy, sin caer en excesos efectistas, pero evitando también potenciar la vertiente naif de un libreto que no es sino un amargo cuento de hadas.

Desde el punto de vista vocal, si uno hace una lectura superficial de la partitura, podría parecer que Pelléas et Mélisande carece de momentos especialmente interesantes: no existen arias reconocibles y las voces muy rara vez se superponen. Por el contrario, los intérpretes deben hacer gala de un canto particular, rozando la declamación, y donde la dicción y la desenvoltura escénica adquieren una importancia capital. En este contexto, fue todo un acierto contar con la presencia de Anne-Catherine Gillet y Paul Gay abordando respectivamente las partes de Mélisande y Golaud. La primera, Gillet, emitió durante toda la noche una voz bien colocada, segura y de generosa proyección en buena parte de su registro. Todo ello sin perder de vista su interpretación actoral, propia de cualquier producción puramente teatral, con la que dio vida a una Mélisande llena de aristas: ora inocente e ingenua, ora madura y profunda. Paul Gay, por su parte, entró en sustitución de Christopher Purves. Un sustituto de lujo, debemos decir, atendiendo a los grandes resultados obtenidos por el bajo-barítono francés. Su porte alto y corpulento le permitió caracterizar un Golaud imponente, capaz de amedrentar a Pelléas durante el tercer acto y de mostrarse como protector de la extraviada Mélisande en el primero. Vocalmente, Gay supo ser rotundo cuando debía serlo, ayudado por un instrumento dotado de gran proyección y un bello timbre oscuro y carnoso.

Pese a su evidente juventud -o gracias a ella- Edward Nelson sorprendió en su papel de Pelléas, ofreciendo una versión vocal depurada del personaje y unas dotes escénicas ciertamente envidiables. Éstas, unidas a las de Anne-Catherine Gillet, me llevan a situar sus apariciones conjuntas en los actos II y IV entre los momentos con más química entre dos intérpretes que he podido ver sobre las tablas del Campoamor. Cerrando el elenco, cabe destacar la labor de Eleonora de la Peña como un correctísimo Yniold papel que, pese a estar bien cubierto por la soprano, habría ganado enteros de contar con la voz genuina de un niño. Por último, Maxim Kuzmin-Karavaev resolvió con solvencia escénica la parte de Arkel, aunque aquejó de cierta falta de flexibilidad en el tercio agudo por algunos momentos.

Desde el foso, la labor de Yves Abel resultó francamente meritoria, sumando el canadiense su nombre al de las otras importantes batutas que la Ópera de Oviedo ha conseguido movilizar para su temporada: Guillermo García Calvo, Ramón Tebar u Óliver Díaz. Bajo su ordenada dirección, la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias obtuvo un resultado notable, logrando mostrarse delicada y sutil en el viento madera y el arpa, incisiva con las intervenciones del viento metal y cautivadora en sus cuerdas que, pese a estar más expuestas de lo habitual, supieron sonar con amplia solvencia. Buen trabajo, por tanto, del conjunto asturiano, que cerraba así la LXX Temporada de Ópera de Oviedo. La próxima se iniciará en septiembre de este mismo año, formada por un título de nueva creación: Fuenteovejuna; dos concesiones al público más inmovilista: Tosca y Carmen; y dos obras de repertorio, aunque quizá no tan populares como las anteriores: Il turco in Italia y La clemenza di Tito.

Foto: Ópera de Oviedo.