Gergiev 

Resucitar a la fuerza

Madrid 14/02/2018. Auditorio Nacional. Mahler, Sinfonía núm. 2 en do menor, Resurrección. Orquesta del Teatro Mariinski. Orfeón Pamplonés. Valery Gergiev, Director.

La Resurrección es una sinfonía con programa, sobre la vida, la muerte y el renacimiento. La Segunda de Mahler se ha convertido en una favorita del público desde hace décadas. También para los aficionados madrileños, que hace no tanto hemos tenido la oportunidad de disfrutar de alguna interpretaciones extraordinarias. Ahora, La Filarmónica nos la traía con uno de los grandes nombres sobre los que construye su programación. Gergiev y sus maestros del Mariinski forman un cartel más que atractivo, de los que se esperaba una lectura enérgica y dramática, pero no hasta el punto que experimentamos.

Los compases iniciales, los fortísimos en las cuerdas graves, se ejecutaron con firmeza y autoridad, con un impactante volumen, que indicaba este no iba a ser un viaje sosegado. Desde ese momento, Gergiev destacó el carácter siniestro e impulsivo del primer movimiento, siempre buscando los decibelios -hizo de cada subida un clímax- a costa de las sutilezas y efectos que también pueblan esta marcha fúnebre. Tan solo en la recapitulación pudimos apreciar más colores orquestales, mientras la tensión seguía subiendo.

En el segundo movimiento, la sección de cuerdas confirmó que ellas dominarían la velada. La banalidad de sus Länder -esa parte que muchas veces se considera de tránsito en esta monumental trama musical-, se sustituyó por carácter y cuerpo, marcando a cuchillo los ritmos terciarios y adoptando ese fraseo suntuoso que, recuperando aires beethovenianos, resultó lo más fascinante de la noche. 

La sección central continuó imparable, para presentar el sinsentido de la vida terrena. Se resaltó la circularidad de la melodía de “San Antonio de Padua”, sugiriendo un eterno retorno que acabaría derivando en un carácter frenético aunque bailable. El maestro continuaba con la propuesta narrativa expuesta en el inicio de la sinfonía y de modo eficiente, el “grito de desesperación” resonó atronador e impactante. Tanta furia apartó algo del camino, algo completamente humano y terrenal: si Mahler también llenó la partitura de ironía, humor y sarcasmo, Gergiev dejó claro que no tenía el día para bromas.

Con la mezzo, Yulia Matochkina llego la calma y la reflexión. Apoyada en un atractivo color y una sólida zona baja, imprimió al movimiento un carácter eminentemente heráldico y ceremonial; la humanidad y el consuelo asomaron en los ligeros portamentos y en el excelente sonido del violín, articulado en sus solos de resonancias zíngaras.

El trueno inicial con el que da comienzo el último movimiento, demasiado cercano a una pura explosión, hizo temblar los cimientos del edificio, y de los tímpanos. El tema de la resurrección emergía en cada repetición como un fundamento inevitable, más que como un atisbo de esperanza. La dulzura y el profundo sentimiento de la soprano Anastasia Kalagina -integrante del Mariinski, como su compañera Matochkina- contrastaron con un coro de carácter marcial. A pesar de algunos momentos con los tenores descolocados y un bajo con decididas ansias de protagonismo, el Orfeón Pamplonés consiguió grandeza y gravedad para una apoteosis final que nos dejó con un subidón de adrenalina… y el espíritu ausente.

No se le puede negar a Valery Gergiev una visión clara y personal de la narrativa de esta Segunda Sinfonía. A base de carácter e intensidad de sonido, retrata una Resurrección poderosa e imperativa, donde el destino y lo divino dominan a lo humano, y donde, parafraseando el texto de Mahler, la conclusión de su complejidad metafísica parece resumirse en: “Resucitarás, te guste o no”.