Lohengrin ROH Clive Barda

 

¡Al foso (please)!

Londres. 17/06/2018. Royal Opera House. Wagner. Lohengrin. Klaus Florian Vogt (Lohengrin), Jennifer Davis (Elsa), Thomas J. Mayer (Telramund), Christine Goerke (Ortrud), Gerg Zeppenfeld (Rey Enrique), Kostas Smoringinas (Heraldo). Orquesta y Coro de la Royal Opera House. Dirección de escena: David Alden. Dirección musical: Andris. Nelsons.

No, esta crónica -a pesar de lo que su título pudiera sugerir- no va de lucha de gladiadores ni de leones devorando a los primeros cristianos. Es una llamada entusiasta y un tanto imperiosa para que Andris Nelsons visite con más asiduidad los fosos teatrales. Supongo que por elección propia y por la habilidad de avispados gestores, Nelsons dedica la mayor parte de su tiempo de trabajo a dos de las mejores orquestas del mundo, de las que es titular: la Sinfónica de Boston y la Gewandhaus de Leipzig. Aunque ha dirigido ópera con relativa frecuencia en Londres y en algún otro teatro como la Bayerische Staatsoper de Múnich, lo cierto es que no ha habido ninguna casa de ópera de primera línea que haya conseguido tener a Nelsons como titular. Y eso que en su juventud fue el titular de la Ópera de Letonia, de 2003 a 2007.

Lohengrin es una de las óperas que más ha trabajo, en Bayreuth durante varios años sin ir más lejos. Y ciertamente lo que hace el letón con la orquesta de Covent Garden, que es buena pero no una de las mejores, aún teniendo de titular al gran maestro que es Antonio Pappano, es pura magia. Desde el preludio deja claras cuáles son sus intenciones: inspiración lírica con unos tiempos lentos sostenidos con una tensión que sólo los más grandes consiguen mantener sin caer en el aburrimiento, pasión cuando es necesario, un trabajo impecable de texturas para que nada de lo creado por Wagner quede oculto y una batuta y un gesto que crea una complicidad integradora con la orquesta (y después con los cantantes). A partir de ahí, una verdadera maravilla: Un dominio absoluto de la escena a la que siempre deja destacar sobre la orquesta, unos hipnóticos silencios, algo más largos de lo normal, para crear tensión dramática, detalles personales (el juego maravilloso con los metales en las invocaciones de Ortrud) que le hacen único y, sobre todo, un entendimiento total de la idea de Wagner, de ese romanticismo que se abre ya a otros caminos, esa preciosa partitura, lírica y heroica casi siempre, pero que a veces también transmite amargura. Simplemente genial.

Klaus Florian Vogt se conoce al dedillo el papel principal de la ópera. Podríamos decir que su Lohengrin estaría muy curtido sino fuera porque Vogt sigue dándole al personaje ese toque tremendamente humano más que heroico, algo algunos critican pero que sigue admirando tremendamente en escena. Vocalmente es impecable. Sólo se puede señalar algún agudo más tirante, pero el resto de la tesitura suena con una belleza exquisita. El timbre, como es sabido, es muy característico pero personalmente me resulta atractivo y no contradice en nada lo escrito en los pentagramas. De hecho, Vogt consigue matices y detalles de medias voces que que otros cantantes que abordan el rol no son capaces de conseguir. Porque Lohengrin es un héroe, pero un héroe enamorado y eso también hay que saberlo cantar. El ejemplo más palmario del arte del tenor alemán fue un “In fernem Land” de un nivel superlativo, yendo de menos a más en volumen sin perder la línea de canto. Fue sin duda el que mejor proyectó su voz y el más audible de todo el elenco.

A su lado la soprano irlandesa Jennifer Davis, una cantante hecha profesionalmente en la Royal Opera House, y que sustituía a la programada en principio Kristine Opolais, se mostró segura en un papel y una producción de esta envergadura. Su timbre aunque no es excepcional, no carece de belleza y su juventud y arrojo hace que su trabajo sea de gran calidad, con dominio de toda la tesitura y con una apreciable caracterización de Elsa, en este caso superando a Vogt. Estuvo muy bien en toda momento pero fue muy destacable su escena con Lohengrin en el tercer acto, vocalmente lo mejor a nivel general de la noche. Una cantante que tiene futuro si sigue por este camino. Christine Goerke era la malvada Ortrud un personaje que, dramáticamente (y también vocalmente) da mucho juego. Fue muy aplaudida al final de la obra pero personalmente me pareció una cantante con una voz oscura pero mate, con un grave bastante feo y una tendencia al grito, que quizá sea actoralmente llamativa pero que musicalmente desagrada. Su mejor momento fue, claro está, la primera escena del segundo acto, junto a Telramund, pero fue de más a menos, quedando su trabajo bastante desmadejado al final del acto.

Teníamos a un auténtico y curtido cantante wagneriano como Telramund, Thomas J. Mayer. Tal y como se anunció previamente, desde el primer acto quedó patente que sus condiciones físicas no eran las óptimas pero aún así demostró su calidad en esa escena del segundo acto tan especial, donde ya se vislumbra el Wagner que veremos en sus creaciones más maduras. Mayer supo suplir con profesionalidad y con su buen hacer como actor cualquier deficiencia que mermara su canto. Aún así éste tuvo potencia y prestancia. Georg Zeppenfield es, sin duda alguna, uno de los más grandes y destacados bajos de la actualidad. Aunque es conocido y admirado sobradamente en los teatros alemanes su figura no tiene la proyección internacional que merece sus cualidades. Como Rey Enrique estuvo espectacular, con una presencia vocal imponente, con graves sonoros y audibles y un centro de gran belleza. La dirección escénica decidió que su personaje estaba trastornado y él se adaptó perfectamente a este concepto siendo su actuación la más convicente teatralmente. También el rol del heraldo tenía aires bastante siniestros e inusual protagonismo teatral. el lituano Kostas Smoriginas cumplió con solvencia lo que pide este papel.

Excepcional el coro de la Royal Opera en una obra donde abunda su trabajo. Dirigidos con mano maestra por Nelsons, destacaron en todas sus momentos, dominando esta tendencia que suele impregnar las masas corales en esta ópera. Señalar una sección masculina de especial calidad, cumpliendo con una dirección escénica exigente. También a gran altura la Orquesta de la Royal Opera House, sobre todo la cuerda, que estuvo al nivel de una partitura muy brillante para ellas. Bien también el metal, con intervenciones fundamentales en la ópera, aunque hubo algún puntual desajuste.

La nueva producción de Lohengrin que nos presenta la ROH la firma el norteamericano David Alden. No resulta fácil resumir una idea escénica que tiene plasmaciones bastante diferentes y a veces con tendencia a la confusión. La corte de Bravante se nos presenta como una ciudad semiderruida de los años 40, donde sólo sobreviven las fachadas de los edificios, tomada por un ejército comandado por un Enrique “el pajarero” abiertamente desequilibrado (constantes tics, exagerada adoración por Lohengrin, gestos de terror y miedo) donde la acción, situada por Wagner en el siglo X, se desarrolla con normalidad (aparte de las apariciones de un heraldo herido de guerra y con ademanes de matón). La escenografía de Paul Steinberg es adecuada para el planteamiento escénico y resulta bien resuelta la llegada del cisne que trae a Lohengrin con unos videos de sombras de plumas. El segundo acto sigue  en la misma línea pero la sorpresa llega en la escena nupcial del tercero que se desarrolla en un cuarto con dos grandes paneles vacíos sólo uno de ellos cubierto con un enorme cuadro de la escuela romántica de la llegada de Lohengrin y con una cama en medio. Nada que ver con  con el planteamiento anterior y con el siguiente (que nos traslada de golpe al siglo X, con sus guerreros y guerreras dispuestos a la lucha comandadas por el héroe Lohengrin) y que resulta difícil de encajar. Seguramente Alden tiene una explicación para esta ruptura pero llega a resultar cómica, más teniendo en cuenta los ridículos bailes que ejecutan los solistas del coro en la cámara nupcial. Si que hay que destacar un estupenda dirección actoral con los cantantes que asumieron plenamente las indicaciones, casi siempre acertadas, del responsable escénico. Nada que objetar al adecuado vestuario de Gideon Davey, a la acertada iluminación de Adam Silverman y las proyecciones diseñadas por Tal Rosner, muy bien pensadas.