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Montserrat Caballé: La última gran diva de la ópera

Qué poder tiene la música. Qué poder tiene la voz. Como música, como voz, pocas ha habido… y hay… tan grandes como la de Montserrat Caballé. Me despierto sobresaltado por la noticia en un móvil que arde ante su adiós a la vida. La luna aún sonríe a estas horas ahí arriba. Y como cada día, pues no hay uno prácticamente en que no escuche su voz, me decido por empezarlo con su Casta Diva mientras escribo estas líneas apresuradas. Todo suena igual y ya nada suena igual. Los recuerdos me asaltan y brotan las primeras lágrimas… surge mi mujer sorprendiéndome al sacar precisamente su Norma de Orange de la moto, una noche en Peratellada hace ya muchos años o su Rosenkavalier de Glyndebourne como primer regalo por Sant Jordi… surge la primera escucha, cada una de ellas, hasta los último homenajes en el Liceu y el Real… surge cada palabra, cada conversación… hoy va a ser un día difícil para todos.

Se ha ido la última gran diva, la última gran prima donna assoluta, la última gran soprano de la ópera. Discúlpenme que sea tan categórico en estos momentos, pero lo cierto es que es así. No es que la voz de Montserrat sea única, que lo es, sino que además lo que con ella hacía con su técnica, sus capacidades y su carisma la han convertido en irrepetible e inimitable. Me recuerdo en aquel comentado homenaje en el Liceu que la soprano no quiso por nada del mundo tildar como tal (reconocimiento por cierto en el que participó Pretty Yende, justo ahora con I Puritani en el escenario de La Rambla): “esto es un’altra nit porque yo pienso cantar mucho más aquí”. Terminando la noche, a punto de llegar a los 80 años, con nada más y nada menos que Le roi de Lahore de Massenet: “Vamos a ver cómo sale”, decía con esa risa tan suya, siempre presente cada vez que subía al escenario. Barcelona ha vivido Caballé como parte de su idiosincrasia durante más de los últimos sesenta años. Eso es algo muy grande. La unión de Caballé a su ciudad, el cómo no puede comprenderse la vida de la ciudad sin ella, su cultura, su música, es uno de sus mejores legados.

Mientras que su voz siempre será intemporal y universal, la Caballé pertenece a otra época, a una época pasada de la que por desgracia ya pocos nombres nos acompañan; tiempos gloriosos que muchos quisiéramos haber vivido y quienes lo han hecho no dejan de recordar.  Esa es la grandiosidad de la Caballé y así se demuestra, escuchando ahora sus grabaciones. Su voz es el bel canto. Ella, la última prima donna assoluta que ha habido y habrá. Caballé cierra un capítulo esencial de la lírica, de la ópera, de la voz y de la historia de la música. ¿Cómo rendir homenaje a una voz que forma parte del acervo musical y cultural de tantas generaciones y sociedades?

Caballé es Norma, es Elisabetta en Don Carlo, es Imogene en Il Pirata, es Violetta en La traviata. Es Lucrezia Borgia, Maria Stuarda, Anna Bolena y la Elisabetta de Roberto Devereux. Y cada pentagrama de Strauss que ha cantado. Caballé es la voz. Es una forma única de vivirla. De sentir la ópera. A Bellini, a Donizetti, al belcanto, lo amamos hoy como lo hacemos al haberlo cantado ella de la manera que lo ha cantado. Los que amamos la ópera nos sentimos hoy un poco más huérfanos. Montserrat nos ha dicho hasta siempre y, tras ella, Caballé ha cerrado la puerta de una época que nunca volverá.

Foto: Manuel Bruque.