ABAO OLBE Semiramide Febrero 2019 E. Moreno Esquibel EG 395

Cruce de caminos

Bilbao. 16/02/19. Palacio Euskalduna. ABAO. Rossini: Semiramide. Silvia Dalla Benetta (Semiramide). Daniela Barcellona (Arsace). Simón Orfila (Assur). José Luis Sola (Idreno). Richard Wiegold (Oroe). Itziar de Unda (Azema). Josep Fadó (Mitrane). David Sánchez (Fantasma de Nino). Orquesta Sinfónica de Bilbao. Coro de Ópera de Bilbao. Luca Ronconi, dirección de escena. Alessandro Vitiello, dirección musical.

Son tiempos de cambio en 1823. Nuevos aires románticos lo impregnan todo con Beethoven ya en sus últimos años. A punto de estrenar su Missa Solemnis y su omnipresente Novena sinfonía, y centrándose en los cuartetos de cuerda que marcarían sus últimos días, el alemán había abierto una vía de no retorno. Mozart parece quedar ya muy lejos (¡y siempre tan cerca!), como en cierto modo también queda Rossini de sí mismo. Da Ponte comienza a escribir sus memorias. Un tal Gaetano Donizetti abandona por entonces la Venecia donde se estrenaría Semiramide, el último éxito de Rossini, para comenzar a hacerse un nombre entre Nápoles y Roma, como pronto también conseguiría en Milán un joven llamado Vincenzo Bellini.

De alguna manera, ante la Babilonia que parece vivir sus últimos días, podemos ver el reflejo de una manera de sentir la ópera que va desvaneciéndose mientras que al mismo tiempo se prosigue en la búsqueda de la nueva forma. Y es que Semiramide es pura y mágica nostalgia en un cruce de caminos ante el que Rossini debe decidir, un Carrefour que dirían los franceses. Un paso hacia delante con la vista puesta en el pasado. Un puedo, pero no quiero, que para eso Rossini era muy suyo. Una oda al bel canto, una llamada al romanticismo que finalmente se imponía, una reverencia a los clásicos.

Primero de todo y una vez más, Semiramide es un guiño de Rossini hacia sí mismo. Diez años después, tras el éxito cosechado por su Tancredi, el compositor vuelve a confiar en Gaetano Rossi para traducir a Voltaire. Sí, esta Babilonia, ya les digo, es en realidad un Carrefour. Sirvió, de hecho, como despedida de los teatros italianos, con il faut partir del músico hacia París. En una apuesta llamémosle neoclásica, Rossini mira hacia la tragedia griega: no es difícil establecer concomitancias mitológicas o en los protagonistas de Esquilo o Sófocles. Todo ello, a través del tamiz volteriano y las formas francesas influenciando en el libreto y algunas decisiones sorprendentes, como el shakesperiano Fantasma di Nino, conforman una obra única en su génesis, a la que se ha de sumar una de las mejores músicas del compositor. Colorido por doquier, ricos recursos orquestales y algunas de las más bellas páginas que Rossini escribió, con dúos entre soprano y mezzo de primer orden, además de unas intrincadas partituras solistas, del más puro belcanto rossiniano. Decía Stendhal, que ya saben, era fan de póster de Rossini, que las arias eran una suerte de engarzado de “recitativos obligados con superestructuras ornamentales”.

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En el compendio de números musicales, resulta tan curioso la vuelta a la gran sinfonía de obertura como la disposición de estos, con gran número de arias y dúos, además de una llamativo orden en las páginas de salida para las divas que estrenaron la obra. Rossi crea una introducción “alla Meyerbeer” (El “Francia, Francia sin ti el mundo estaría muy solo” de Victor Hugo, extendiéndose, ya les digo), como él mismo confesaría al compositor alemán durante la gestación de la ópera, ¡en la que hace intervenir a la mismísima Isabel(la) Colbran! Es Arsace pues quien cuenta con la primera gran escena solista en esta historia de gente cabreada intentando amar. En esta Semiramide, el joven comandante recae en la que seguramente sea la mejor voz que le da vida hoy en día: Daniela Barcellona. No hay duda de que conoce el papel, los recovecos de este y que lo ha hecho suyo. La mezzo italiana tiene los colores y los recursos, además de manejo en los extremos de su tesitura, para dibujar un Arsace entregado en lo dramático y sensible en lo cantado. Regaló sus mejores momentos en el comentado Eccome alfine in Babilonia, además de en los dúos junto a la protagonista. Tanto en Serbami Ognor, como en un fabuloso Giorno d’orrore! del último acto. Semiramide fue, tras la cancelación de Angela Meade, la también italiana Silvia Dalla Benetta, quien ha cantado el papel desde hace casi quince años. La soprano presentó una protagonista homogénea, de gran presencia, totalmente disfrutable de principio a fin, sin fisuras, resolutiva en las agilidades y de timbre sugestivo en toda la tesitura, con algún fraseo peculiar en pro de hacer frente a la partitura. Juntas protagonizaron también un “simpático accidente” con la escenografía, en la que cayeron tras un bache en el movimiento de esta, en su escena de “reconciliación” (no haré spoiler) y en la que Arsace decide llevar a cabo la venganza que pide el cielo. Si no estaba buscado, bien podría repetirse en cada función, como alegoría de una Babilonia que trata de levantarse pero que, como intuimos, volverá a caer.  

Rodearon a la pareja protagonista el contundente, desbordante Assur de Simón Orfila, que estuvo espléndido en esa maravilla de aria de locura que Rossini le regala, así como en el dúo con Semiramide. Quizá sobra alguna cuestión “verista” que añade al personaje (las risas al final de la obra), pero crea un villano sólido y creíble. José Luis Sola sobrevive a Idreno, que ya es mucho decir. Un papel ingrato en lo dramático, centrado en el eje de la subtrama con Azema (en la estupenda voz de Itziar de Unda) y explosivo en lo vocal, casi literalmente. Completan el reparto los acertados Oroe de Richard Wiegold, Mitrane de Josep Fadó y Fantasma de Nino de David Sánchez.

A la batuta de Alessandro Vitiello se le pede pedir más al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Atento al escenario y las necesidades de los cantantes, no parece que se haya sacado el máximo partido a la partitura rossiniana, a sus posibilidades y a sus colores. Como muestra una Obertura un tanto desnortada y bastante laxa, en una lectura que se perdía en la monstruosidad del Euskalduna. Por su parte, no hay Síndrome de Stendhal en la propuesta del desaparecido Luca Ronconi, pero es gratamente sugestiva. El italiano, uno de los nombres fundamentales del neuekonzept europeo durante los ochenta y noventa y uno de  los máximos responsables de las tablas en su país, al cargo de la sección teatral de la Bienale de Venecia y recogiendo el testigo de Grassi y Strehler al frente del Piccolo Teatro di Milano (donde debutó, por cierto, con La vida es sueño de Calderón), concibe esta Semiramide desde su génesis, en la tragedia griega. Es por ello que los personajes presentan un estatismo en sus movimientos, se les posiciona constantemente como bustos y estatuas, con el pueblo a un nivel inferior y emergiendo desde las profundidades. Por su parte, el Coro de Ópera de Bilbao canta (y muy bien) desde el foso, narrando esta decadencia que vive Babilonia. Maravillosa la pila de espejos destrozados como muestra del presente de una Semiramide acabada, así como toda la escenografía de Tiziano Santi, a la que habría que pedir mejor remate técnico: las dobleces y arrugas en los panelados destrozan gran parte de la magia.

¡Eccom(c)i alfine in Bilbaolonia!

Fotos: E. Moreno Esquibel / ABAO.