DuoAfricana Oviedo19 

Novedad por rutina 

Oviedo. 9/05/2019. Teatro Campoamor. Manuel Fernández Caballero: El Dúo de la Africana. Beatriz Díaz (Antonelli), Alejandro del Cerro (Giuseppini), Jorge Eleazar (Querubini), Noèlia Pérez (Amina), Josep Zapater (Inocencio), Orquesta Oviedo Filarmonía. Dir. Escena: Joan Font. Dir. musical: Miquel Ortega.

“No cantes más la Africana, vente conmigo a Aragón…” Eso le dice Giuseppini a su adoraba Antonelli y es que, pese a todo el glamour italiano que ambos se esfuerzan por destilar, la Antonelli no es otra que la Antonia, una andaluza de Sevilla, y Giuseppini es mucho mejor conocido en los ambientes como Pepe, un baturro de pura cepa que ha logrado “escaparse” de su casa familiar para cumplir el sueño de ser cantante, aunque sea en una compañía de ópera de tres al cuarto donde, por supuesto, no le pagan.

Los españoles tenemos el generalizado complejo de ver casi todo lo extranjero como inmediatamente mejor, sin pararnos a analizar el por qué. De esta forma, lo que nos suena a alemán, por ejemplo, despierta en nosotros cierta sensación de seriedad y de fiabilidad, mientras que lo italiano suele inspirarnos belleza y emoción. Y si no me creen, piensen en electrodomésticos y coches, respectivamente, o acuérdense de Dolores Pérez, quién a petición de un empresario llegaría a adoptar el nombre de Lily Berchman con el que triunfaría interpretando los papeles protagonistas de obras como Madama Butterfly, la Bohème o Fausto. Con todo, ese sentimiento de inferioridad por lo patrio no es nuevo, ni mucho menos, y de la misma forma que Cervantes parodió con su Quijote las exóticas andanzas que debían vivir los caballeros allá por Gran Bretaña, Manuel Fernández Caballero hizo lo propio con su Dúo de la Africana, burlándose a su modo y anticipándose, ya por aquel entonces, al desprecio que sufriría nuestra amada zarzuela. La cual, dicho sea de paso, se me fue presentada por primera vez en mi libro de texto de Educación Primaria como un “género menor” de la Ópera.

Lo cierto es que ahora, paradojas de la vida, la zarzuela parece que no es rechazada por ser un género menor, demasiado informal o popular, sino precisamente, por lo contrario, siendo imaginada por algunos como un “tostón” demasiado serio e impropio de estos tiempos tan modernos y dinámicos. Quizás con lo anterior en mente, se escucha hablar continuamente de cosas como la actualización del género, y la búsqueda de una conexión con el público, basada en mostrar cosas y situaciones con las que éste pueda sentirse identificado. Yo, personalmente, no creo tampoco que sea necesario llegar a decir aquello que sostenía el gran Alfredo Kraus en una entrevista de 1991 para El País: “La gente ha de ir a la ópera y no la ópera a la gente.”, pues si bien creo que no debe mostrarse siempre lo mismo al público y que, por supuesto, la lírica es -y debe ser- mucho más que alguien cantando delante de unos decorados de cartón piedra, pienso sinceramente que tampoco debe tomarse al público por tonto, o por incapaz de trasladarse a otras situaciones que disten de su realidad cotidiana. Dado que si alguien paga por ir al teatro entiendo que lo hace, precisamente, con la predisposición de verse absorbido por esa “realidad ficticia” que, sea o no similar a la del propio espectador, no está obligada a contener teléfonos móviles, guitarras eléctricas o trucos de magia para resultar atractiva o, peor aún, admisible.

Y con la anterior opinión en mente, no puedo decir que haya disfrutado asistiendo a este Dúo de la Africana dirigido escénicamente por Joan Font, quien firmó una producción de esas que podemos entender como “de aires renovados” y que, sin embargo, no resultan para nada nuevas en la temporada ovetense, que comienza ya a acumular demasiadas producciones de planteamientos muy similares.

A la vista del programa de mano, lo cierto es que uno tenía en mente dos cosas: por un lado, escuchar a Beatriz Díaz en el papel de Antonelli y al Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo interpretando ese “Buenos días, Inocente” con la gracia que le caracteriza. Y en esto, podemos decir que cumplí con creces mis expectativas. Así, Díaz se demostró un auténtico torbellino sobre el escenario desde el minuto cero, con genial acento y salero andaluz y una presencia vocal indiscutible que se hacia notar en cada dúo, mientras que el Coro aprovechó la citada intervención con solvencia vocal y muy buen hacer escénico.

Buen trabajo, asimismo, de una Oviedo Filarmonía que conoce perfectamente ese repertorio y que rindió a buen nivel bajo la batuta de Miquel Ortega, siempre atenta al volumen de los cantantes que tenía sobre el escenario y muy capaz de aprovechar los momentos musicales de los que consta la obra que, sin duda, llegan a hacerse breves frente a la totalidad de la representación.

Alejandro del Cerro, por su parte, se demostró un Giussepini entregado en lo escénico que no pasó de la corrección en lo vocal. Más solvente en este apartado se demostró Jorge Eleazar, quien estuvo acertado abordando el rol de Querubini, el avaro empresario, al tiempo que la actriz Noèlia Pérez demostraba muchas interpretando el rol de Amina, la hija obsesiva y un tanto cursi de Querubini que es constantemente perseguida por el bajo de la compañía de ópera, interepretado en esta ocasión por Alfonso Aguirre.