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Un debut ceremonial

Berlín. 29/11/2019. Philharmonie. Verdi: Requiem. Zarina Abaeva, soprano. Annalisa Stroppa, mezzosoprano. Sergej Romanowsky, tenor. Evgeny Stavinsky, bajo. Berliner Philharmoniker. Coro MusicAeterna. Teodor Currentzis, dir. musical.

El esperado debut de Teodor Currentzis (Atenas, 1972) al frente de la Filarmónica de Berlín se saldó con un triunfo indudable, con el público en pie aclamando al director ruso de origen griego, que escogió el Requiem de Verdi para presentarse en la Philharmonie, junto a su coro de MusicAeterna. Currentzis nunca deja indiferente. Podrá gustar más o menos, pero siempre genera preguntas, sensaciones, incluso un grato cuestionamiento en el oyente, tan acostumbrados como estamos a acudir a un escenario para satisfacer nuestras expectativas, como quien acude a un local de comida rápida con la total certeza de lo que va a encontrar allí. Currentzis es, en música, lo más distante que quepa imaginar al fast food. Sus versiones, aun con un punto de efectismo y teatralidad que pudiera parecer premeditado de cara a la galería, son fruto de un encuentro a tumba abierta con la partitura.

En el caso de este Requiem, Currentzis plantea la interpretación como una verdadera recreación litúrgica, aferrándose al tuétano más espiritual de la obra, que se distancia así de toda tentación contemplativa. En sus manos la partitura de Verdi se eleva como una genuina ceremonia bizantina, buscando generar en la sala de conciertos la misma agitación para los sentidos que pueda percibir un oyente asistiento a un oficio religioso en la tradición ortodoxa. De alguna manera el Requiem de Currentzis es peradójico, tanto más heterodoxo cuanto más ortodoxo, si me permiten el juego de palabras.

No encontramos aquí a un Dios demasiado misericordioso y clemente, aunque éste comparezca en puntuales e intensas ocasiones, en las que la belleza llegaba a estremecer (Recordare, Lacrymosa, Domine Jesu, Hostias, Agnus Dei, Lux aeterna). Currentizs parece evocar la terribilità que se asociaba a la obra escultórica de Miguel Ángel, para aludir a la viveza que parecía habitar lo marmoreo. Y es que el Requiem de Verdi puede convertirse en un monumento inamovible y petreo, de connotaciones casi museísticas; o puede precipitarse como una experiencia sensorial llena de altibajos, como la vida misma. Currentzis opta más bien por este segundo enfoque, apoyado por supuesto en la flexibilidad de los Berliner Phiharmoniker y en la singularidad de su coro MusicAeterna, que epató con su color y precisión, singularmente en el inicio de la obra y en dos páginas especialmente complejas e intensas, el Rex tremendae y el Sanctus. Los Berliner se mostraron cómodos y conformes en todo momento con los modos e indicaciones de Currentzis, con quien parece lógico esperar un fructífero entendimiento en los años venideros. Evidentemente, escuchar un Requiem de Verdi en sus manos es siempre una experiencia extraordinaria.

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Para esta versión del Requiem de Verdi se rodeó Currentzis del mismo tipo de voces que le vienen acompañando en sus grabaciones, caso por ejemplo de sus óperas de Mozart. Me refiero a voces de timbres más bien claros, de un vibrato muy contenido y que conectan con un concepto vocal más apegado a la música antigua que a la lírica decimonónica. Es el caso, sin ir más lejos, de la soprano Zarina Abaeva, dotada de un instrumento sonoro, no espcialmente coloreado, resuelto en toda la franja, pero poco con poca personalidad como intérprete. Algo semejante sucede con la voz del tenor Sergej Romanowsky, quien ofreció medias voces de grata factura, aunque coqueteando con una emisión en falsete y dejando al descubierto algunas flaquezas en el tercio agudo, donde no siempre lograba cubrir el sonido con fortuna. Más compacto y sólido, tanto por lo homogéneo de su emisión como por lo firme de su fraseo, el bajo Evgeny Stavinsky fue así el más convincente de los tres solistas rusos que acompañaban a Currentzis.

Merece capítulo aparte la intervención de la mezzosoprano italiana Annalisa Stroppa, quien sustituyó a última hora a la colega prevista para estos conciertos, la mezzo francesa Clémentine Margaine. Stroppa se encontraba esa misma mañana en Hamburgo, ultimando los ensayos para las funciones de La Cenerentola que va a protagonizar junto al tenor español Xabier Anduaga. Sin disponer siquiera de su partitura del Requiem, Currentzis requirió sin embargo la presencia de Stroppa, quien llegó esa misma tarde a Berlín, sin tiempo real para ajustar su interpretación con el maestro. Y sin embargo se obró el milagro, con una conexión evidentísima entre ambos músicos. La solista italiana tan solo había interpretado el Requiem de Verdi en dos ocasiones previas: en Praga bajo la batuta de Plácido Domingo y en Rusia bajo las indicaciones del propio Currentizs, apenas un mes antes de estos conciertos en Berlín. Lo cierto es que Stroppa exhibió una voz con más colores y acentos que las de sus colegas, como es propio de una intérprete latina, con una diversa escuela de canto. Doble mérito por tanto el suyo, con una musicalidad intachable, con un visible dominio de la parte y con una valentía que es forzoso elogiar. El público reconoció vivamente su esfuerzo y sus espléndidos resultados.

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