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Un poco más mellizas

Barcelona. 5/12/2019. Gran Teatre del Liceu. Masgani: Cavalleria rusticana. Leoncavallo: Pagliacci. Roberto Alagna (Turiddu-Canio) Elena Pankratova (Santuzza). Aleksandra Kurzak (Nedda), Gabriele Viviani (Alfio-Tonio). Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Dirección de escena: Damiano Michieletto. Dirección musical: Henrik Nánási.

¡Qué poder ha tenido la tradición! O aún tiene. Ha conseguido que se cantaran agudos donde los compositores no los habían escrito; ha borrado arias y partes para supuestamente aligerar obras; ha establecido que queda más solemne no aplaudir al final de un primer acto con tintes sacramentales; y ha unido a dos óperas de pequeño formato casi hasta el punto de parecer sólo una. Es verdad que ya hace años que Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni y Pagliacci de Ruggero Leoncavallo bailan con otras parejas e incluso solas. Pero gran parte del público operístico, gran garante de la tradición, sigue viendo con buenos ojos que estas mellizas sigan representándose juntas.

No suelo leer antes de asistir a la función el programa de mano que proporciona el teatro. Siempre pienso (manías mías) que me va a mediatizar a la hora del espectáculo. Y de hecho aún no lo he repasado, con lo que algunas cosas que pueda comentar en esta crónica quizá puedan parecer copia de lo ya escrito por Damiano Michieletto, el responsable de esta exitosa puesta en escena. O quizá no, y su intención fuera muy distinta a la que yo percibí. En primer lugar, recalcar que es una producción para todos los públicos. Creo que cualquiera puede sentirse a gusto viendo el trabajo del italiano. Tiene ese punto de trasgresión y algún alarde teatral que contentará a los más proclives a la innovación escénica, pero es también, y sobre todo, eminentemente clásica, fiel hasta la médula a la historia y al libreto. También es verdad que tiene algunos detalles que rechinan, pero son mínimos y sólo detectables por los más cascarrabias (la virgen que sacan en procesión en Cavalleria lanzando su dedo acusador contra Santuzza, por ejemplo), pero son mucho más los logros. Basándose en una buena escenografía de Paolo Fantin, un adecuado vestuario de Carla Teti y una excelente iluminación de Alessandro Carletti, Michieletto entrelaza las dos óperas hasta hacerlas casi una. Se desarrollan en el mismo pueblo de la Italia profunda de los años ochenta, como si fueran dos episodios trágicos que tuvieran lugar en un corto espacio de tiempo (no me extrañaría que muchos detalles fueran ecos de la niñez y la adolescencia del propio Michieletto), e interconecta las obras con gran inteligencia usando sus dos intermedios. En el (bellísimo) de Cavalleria vemos cómo se conocen y enamoran Silvio y Nedda, ambos personajes de Pagliacci. En el intermedio de éste, la conexión es más forzada: una Santuzza rechazada al final de la obra por Mamma Lucia, se confiesa y se reconcilia con su suegra al darse cuenta de que está embarazada de su querido Turiddu. Ambos recursos resultan creíbles y en el devenir general encajan perfectamente. Michieletto domina con profesionalidad el movimiento en escena, pese al reducido espacio que va dejando la gran escenografía giratoria, sobre todo con los coros, tan importantes en ambas óperas. Sin ser totalmente original, está también muy bien resuelta la escena de la representación teatral de Pagliacci, en la que ficción y realidad se mezclan. Un espectáculo que es lógico que haya gustado desde su estreno en la Royal Opera House porque, como dije, es moderno sin pasarse, a vez que clásico sin ser rancio.

Ambas óperas, tan arraigadas en la tradición italiana, pero que también reciben influencias de otros mundos operísticos (incluso de Wagner) y de las vanguardias musicales, requieren unos cantantes que sean además grandes actores. El dramatismo de ambas necesita que las voces muestren también esa vertiente. Por supuesto, Roberto Alagna borda ambos papeles aunque sea más protagonista en Pagliacci. El cantante francés, poseedor de uno de los timbres más bellos de los tenores de su generación, perfectamente reconocible y personal se implicó totalmente en sus dos papeles, pero sobre todo como Canio. Su famosa Vesti la giubba fue lo más aplaudido de la noche (casi rozó el bis) con razón, porque estuvo impecable: dramático sin ser demasiado histriónico y con una expresividad y unos agudos envidiables. Estos se prodigaron siempre sin problemas a excepción de la escena final de Pagliacci donde se le notó más fatigado aunque actoralmente estuvo espléndido. Alagna es un referente en este repertorio y lo volvió a demostrar en el estreno del Liceu. 

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Siento una especial conexión con el personaje de Santuzza. Aunque al final se vengue de Turiddu, tiene suficientes razones y un pueblo implacable que la acusa, cuando Lola, que más o menos ha hecho lo mismo es aceptada sin problemas. Ese desgarro interior que requiere el papel no lo supo llevar al escenario ni a su voz la, por otra parte, excelente mezzo que es Elena Pankratova. Cantó sin mácula, sin problemas en toda la tesitura y aunque no tiene un timbre especialmente atractivo su voz sonó siempre canónica y bella. Pero no era Santuzza aunque hiciera un buen trabajo actoral. Sí, en cambio, convenció plenamente la Nedda de Aleksandra Kurzak. Espectacular como actriz, tiene un canto bellísimo que brilló tanto en las coloraturas como en las partes más graves (zona ésta donde su voz suena rotunda y firme). Su centro es carnoso y atractivo y estuvo, a todos los niveles, a la altura de Alagna.Mucho más irregular se mostró Gabriele Viviani (Alfio en Cavalleria, Tonio en Pagliacci). En la primera de las obras, sobre todo en la zona más aguda su voz se mostró destemplada, áspera, sin atractivo. Mejor en el centro y en el grave, fue mejorando e hizo un Prólogo de Pagliacci estimable. También en el resto de esta ópera estuvo más templado siendo impecable su trabajo como actor.

Buena Mamma Lucia de Elena Zilio sobre todo en la zona grave. Muy grata sorpresa la Lola de Mercedes Gancedo, una voz muy atractiva, con potencia y brillo. Volvió a demostrar su contrastada profesionalidad Vicenç Esteve como Beppe y sorprendente la elección como Silvio de Duncan Rock, un cantante que estuvo muy lejos del nivel del resto de sus compañeros. Bien el coro que con tanto acierto dirige Conxita Garcia pero creo que irá mejorando en las siguientes representaciones. 

El maestro húngaro Henrik Nánási, que ha sido director musical de la Komische berlinesa, entendió a la perfección estas dos partituras y brindó una lectura clara, lejos de los aspavientos de otras versiones, buscando el lirismo y el trasfondo que hay estas óperas y que muchas veces no salen a la luz. Excelente una Orquesta del Liceu (estupendas las cuerdas, precisos los vientos) que mejora más cada vez que tengo oportunidad de oírla. Enhorabuena.

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