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LA DEBUTANTE

Toulouse. 26/01/2020. Théâtre du Capitole. Wagner. Parsifal. Nikolai Schukoff (Parsifal). Sophie Koch (Kundry). Peter Rose (Gurnemanz). Matthias Goerne (Amfortas). Pierre-Yves Pruvot (Klingsor). Coro y Orquesta Nacional del Capitole. Coro de la Ópera de Montpellier. Dirección de escena: Aurélien Bory. Dirección musical: Frank Beermann.

Sir ser una superestrella, Sophie Koch es una de esas cantantes que siempre atraen al aficionado que conoce sus enormes cualidades. No pocos de éstos habrán acudido a su debut en uno de los papeles más emblemáticos del universo wagneriano, la parte de Kundry, dentro de la nueva producción de Parsifal que estrenó el Teatro del Capitole de Toulouse el pasado domingo, 26 de enero. Es verdad que Koch es una mezzo (memorables son su Charlotte o su Octavian), y extraordinarias Kundry han sido otras intérpretes de la misma cuerda como Waltraud Meier. Es uno de esos papeles que pueden defender ambas cuerdas y en este caso (y las dos nombradas) de una forma admirable. Me atrevo a decir que Koch va a ser una referencia en este papel a nada que le den los teatros más oportunidades de ponerlo en escena. La cantante francesa es una Kundry sin aspavientos, controlada pero intensa, extremadamente sensual en su primer monólogo del segundo acto y moderadamente atormentada en su confesión del segundo. La voz corre con una facilidad pasmosa, el timbre es bellísimo y se maneja con facilidad en toda la tesitura. Es su primer día, habrá que limar ciertos agudos y asegurar alguna nota baja más tambaleante pero, personalmente, es lo más atractivo (y también lo más llamativo) de la muy buena parte musical de este Parsifal. Porque casi todos los protagonistas (y todos los comprimarios, excelentes) estuvieron a gran nivel.

En primer lugar Nikolai Schukoff quien, pese a las pocas facilidades que da la producción a los cantantes, fue capaz de desarrollar una faceta actoral que complementa un desempeño como protagonista muy estimable. Schukoff tiene un timbre más grave, más heroico de lo que solemos oír en muchos de los actuales “Parsifales”, y eso pone en valor su arrojo a la hora de ir a la parte más aguda de su rol. Estuvo especialmente admirable en el segundo acto (el mejor a nivel canoro de toda la representación) donde hizo un Parsifal canónico, muy intenso (quizá debería controlar un poco esa fuerza vocal que su naturaleza le permite pero que su papel no demanda tanto) y siempre pasional. Fue muy aplaudido (como todos sus compañeros) y creo que también tendría que verse en más teatros con este trabajo. Gurnemanz lleva el peso de la obra aunque su canto sea más recitativo. Peter Rose lo hizo muy bien, empezando más dubitativo pero acabando en el tercer acto dando también una lección de cómo declamar Wagner. Su voz no es muy grande pero sí que cumple los requisitos para estar cómodo en toda la tesitura. Muchas más dudas tengo en mi apreciación del Amfortas de Matthias Goerne. El cantante alemán es uno de mis más apreciados intérpretes de lied, uno de los mejores de su generación, pero en ninguna de sus intervenciones lo he visto identificado con el papel del atormentado Amfortas. Sí enfadado o frustrado, nunca arrepentido, nunca amable y comprensivo con Kundry aunque su texto lo diga. Además parece que cuando él canta todo se ralentiza en escena, como si se paralizara el tiempo, pero no de forma positiva precisamente. Realmente, repito es un cantante que admiro mucho, pero no he sentido esas mismas sensaciones al verlo, por primera vez, cantando ópera. De todas formas fue uno, si no el más, aplaudido de los cantantes solistas. Pierre-Yves Pruvot dibujó un Klingsor de trazo grueso, poco modelado, casi siempre en forte, pero es verdad que es una forma de ver ese personaje tan desagradable. Aún así se echa de menos algún recodo más psicopático al personaje que ha sacrificado su virilidad por el poder que adquirido con su magia. Pero tiene una voz poderosa, bien modulada y que proyecta fácilmente y eso también es parte de Klingsor.

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Lectura impecable del maestro Frank Beermann. No fue el preludio su mejor momento y me temía un Parsifal que huyera de su intrínseco halo espiritual. Pero sólo fue una sensación. Su trabajo se basa y mira a toda la tradición de esta obra cumbre de la historia de la Ópera. Tampoco se ralentiza ni se acelera, sigue el curso de los acontecimientos, adaptándose a cada escena y logrando momentos sublimes en ciertos pasajes (el precioso coro de las muchachas flor –estupendas las solistas–, el preludio tercer acto o en los encantamientos de Viernes Santo), siempre apoyado en una de las mejores orquestas que se puede oír en un foso europeo: La Orquesta Nacional del Capitole. Todos los músicos estuvieron a una altura extraordinaria, con una perfección técnica que la minuciosidad de Beermann supo exponer. Para ellos, director y orquesta, fueron los mayores aplausos y bravos de toda la noche. Sin duda muy, muy merecidos. Cumplió el Coro titular del Teatro con el refuerzo del de la Ópera de Montpellier, pero seguramente la producción, que se cebó en no darles ningún movimiento, lastró su trabajo no permitiendo un mayor lucimiento en uno de los trabajos corales más espectaculares de Wagner.

Resulta desagradable oír abucheos en un teatro. Siempre he preferido el silencio si algo no me ha gustado. Detrás de todo trabajo hay un esfuerzo y eso hay que respetarlo, si no te gusta el callarse resulta más elocuente que los ruidos. Aurélien Bory tuvo que oír bastantes protestas cuando saludó al final de la representación de la obra (también algún bravo). Y es que su planteamiento, que sigue las ideas del filósofo y profeta persa Mani (según ha contado en entrevistas previas al estreno de su producción) que relacionan mucho la luz y las sombras (Amin Maalouf escribió una novela histórica sobre Mani llamada Les jardins de lumière) e indudablemente hay relaciones con el misticismo que emana el texto wagneriano. Pero Bory no ha sabido plasmarlo o por lo menos yo (y gran parte del público del estreno) no lo ha entendido. El mensaje queda diluído y sólo se aprecian ciertos atisbos más comprensibles en el trabajo con las luces fluorescentes, simplemente con las linternas o el juego de sombras chinescas. En el primer acto los caballeros del Grial son como miembros de una secta (algo bastante claro también históricamente) pero de tipo zen o budista. El movimiento dramático es mínimo y lastra irreversiblemente la historia contada y el bosque en el que convierte Montsalvat, ora en un jardín horizontal ora vertical, es demasiado básico. El estatismo sigue en la preciosa escena de las muchachas flor, donde la sexualidad brilla por su ausencia. El tercero está lleno de detalles inconexos y sin mucha razón de ser, como que Parsifal  haga como si introdujera nueve o diez lanzas (una especie de tubo fluorescente galáctico) para sanar a Amfortas. Es quizá el acto más incomprensible de una producción que se pierde por las ramas (de las muchas que se utilizan para camuflar a distintos personajes).

Pese al poco éxito escenográfico, el musical fue total y el Capitole puede apuntar en sus hojas históricas el haber contemplado el excelente debut de una gran nueva Kundry.

Fotos: © Cosimo Mirco Magliocca