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¿Está Mahler? Que se ponga

Madrid. 05/03/20. Auditorio Nacional. La Filarmónica. Obras de Richard Strauss y Mahler. Orquesta Sinfónica de Radio Stuttgart. Teodor Currentzis, dirección.

Cuando en Platea Magazine sacamos nuestro primer número impreso, hace ya casi cuatro años (justo uno después de nuestra web), publiqué en él un artículo sobre mis versiones favoritas de todas las sinfonías de Gustav Mahler. La premisa era no repetir una sola batuta, ni una sola orquesta. Así, aparecieron con mucha facilidad los nombres de Kubelik, Klemperer, Horenstein, Szell, Barbirolli, Abbado, Bernstein, Solti y Walter*. Con todo esto, quisiera hacer ver que no me considero una persona cerrada a recibir opiniones y visiones sobre una partitura. Creo firmemente que la música, el arte, tiene infinitos caminos; es un camino en sí misma, en realidad y que, como dice mi buen amigo Antón García Abril, "a la música se llega por la música". ¿Quien podría renunciar, por ejemplo, al Brahms de Harnoncourt y Kleiber? Dos genios indiscutibles que, aunque no gusten a todo el mundo, siempre aportan y, por descontado, tienen su legión de admiradores, entre los cuales me permito incluirme.

De entre los "genios" (voy a entrecomillarlos) que aupamos hoy en día, con una mucha mayor celeridad que en generaciones anteriores dada la acuciante crisis del mercado de iconos, esta el greco-ruso Teodor Currentzis. Una figura no tan irreverente como la pintan, que aporta a la modernización de la clásica, a veces con dosis de modernismo, a veces con palazos de modernez, y con la que no siempre puedo estar de acuerdo. Eso sí, vaya por delante uno de sus mejores activos: suele provocarme una confrontación conmigo mismo. Y dicho esto, quizá no haga falta que diga nada más, porque es la mayor grandeza que espero de un artista, que me obligue a reflexionar sobre lo que pienso, que me ponga frente a lo que ya he escrito. De hecho, ante su Cuarta sinfonía de Mahler en Ibermúsica, cerré mi crítica con un "No es el Mahler que necesitamos, aunque sea el que queramos". Me releo ahora tras escuchar su Primera de Mahler en La Filarmónica y no me reconozco. Corrijo: no reconozco al mismo Currentzis. Sí, pero no.

Todas las batutas que he mencionado en el primer párrafo son muy distintas entre sí, pero tienen, al menos, un denominador común: son auténticos alquimistas del sonido. Currentzis, sin embargo, es un pirómano. Me he rendido ante su Verdi y su Shostakovich, su Tchaikovsky no me ha disgustado y su Mozart me ha desquiciado, queriendo lanzarle algún disco de Harnoncourt, de Uchida, de Berganza a la cabeza. Porque lo primero para ser Dios es creerse Dios y es difícil no resultar arrogante cuando crees portar la verdadera luz contigo. Ante esa luz, proveniente sin duda del fuego, del fuego del dolor y de la intensidad abrasadora con la que suele leer las partituras, uno puede salir muy quemado. Es el caso de su Primera sinfonía de Mahler, un intento desbocado por lo diferente. Aquí, simplemente, reflexiono: ¿Ha de ser lo diferente a lo acostumbrado, por fuerza, siempre mejor? ¿Simplemente bueno?

La lectura de Currentzis al frente de la Sinfónica de Radio Stuttgart (sin duda no en su mejor día, con unos metales muy deficientes en ocasiones) es, como todo en él, arriesgada, extremandamente expresiva y aparentemente mística. Así, habiéndome identificado rápida o profundamente con todo ello en otras de sus lecturas, aquí no me ha sido posible. Por lo general, el misticismo se ha trasvasado a una tensión no resuelta y la expresividad a un juego demasiado básico de contrastes llevados al límite, que borraban cualquier identidad mahleriana posible. El Langsam inicial se evidenció demasiado lento y directamente tenso, no hubo apenas despertar. Uno aspira a escuchar "lo diáfano" de un comienzo particularísimo, como es este de Mahler, y sólo encontró la deconstrucción personal de un director atormentado. Seguramente, lo mejor de la noche se dio en sendos arranques del tercer y cuarto movimiento, bien construidos, entendiéndose, al llegar este último, toda la concepción anterior de su lectura. Todo nos llevaba hacia ese Stürmisch bewegt que convence por su fuerza, por su intensidad. La cuestión es que por el camino nos hemos dejado a Mahler entre tanto efectismo en los finales de las secciones, entre la superposición de planos, en la búsqueda de sonoridades ácidas, áridas, agresivas y los marcadísimos acentos, la incisividad en el ostinato.  No digo que esté de más, pero en esta ocasión todo resultó demasiado. El sarcasmo del compositor pasó a ser saturación del sonido, lo sutil no tuvo cabida y la gradación del desarrollo no pudo darse al estar todo expuesto desde el comienzo. Lo que en un principio comenzó molestándome, rápidamente empezó a no decirme nada. La angustia mahleriana, su mundo personal, se abre en la Primera a través de los pequeños detalles en un abrazo mayor, del juego de los solistas, de la orfebrería detallista y sutil; todo ello arrastrado en esta ocasión por la vehemencia personal del director. A mi alrededor, algunos compañeros se mostraban enfadados, otros entusiasmados y otros, directamente, dormidos. Incluso Currentzis puede resultar indiferente, cuidado no acabemos siendo, como tantos grandes, personajes de nosotros mismos.

Antes de Mahler vino Muerte y transfiguración de Strauss, muy bien hilvanado como preludio al de Kaliste. La introducción, siempre degustadísima y estirada, especialmente tenebrosa, resultó muy convincente. Quizá, ciertamente y de nuevo, demasiado contrastada con los fortísimos y con los temas planteados por el compositor un tanto difusos. Los aplausos impacientes estropearon un final de altura y evidenciaron que todavía no terminamos de entender la música en su totalidad.

* Sinfonía nº1: Rafael Kubelik / Bayerischen Rundfunks. Sinfonía nº2: Otto Klemperer / Philharmonia Orchestra. Sinfonía nº3: Jascha Horenstein / London Symphony. Sinfonía nº4: George Szell / Cleveland Orchestra. Sinfonía nº5: John Barbirolli / New Philharmonia Orchestra. Sinfonía nº6: Claudio Abbado / Berliner Philharmoniker. Sinfonía nº7: Leonard Bernstein / New York Philharmonic Orchestra. Sinfonía nº8: Georg Solti / Chicago Symphony Orchestra. Sinfonía nº9: Bruno Walter / Columbia Symphony Orchestra.

Foto: Alexandra Muravyeva.